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Chile. Sus ríos abrazadores, montañas y volcanes imponentes hacen creer a ratos, que esta tierra es indomable, dura y agreste. Que nada cercano a la vida humana occidental podría sobrevivir a semejante paisaje. Lejos de eso, el sur de Chile ha sido históricamente un lugar de pueblos muy bien adaptados, colonos tozudos y chilenos y chilenas provenientes de todos los rincones; los que habitan un clima dominado generalmente por el frio y la lluvia.

El desarrollo productivo en el sur de Chile, sobre todo lo que comprende a la zona austral, está dominado por el sector forestal, la agricultura y principalmente la pesca, en sus dos frentes: la pesca extractiva y la acuicultura.

El cultivo de algunos peces y moluscos es un arte, pero si nos detenemos en los índices de productividad, veremos cómo la industria del salmón y sus índices de exportaciones a nivel regional y nacional merecen un digno análisis; tanto por sus múltiples cadenas productivas, como por sus impactos sociales y ambientales.

El muerto se levanta

La salmonicultura tiene varios años en Chile, pero no fue hasta inicios de la década del 80’ que la industria mostró su mayor repunte; la instalación de nueva tecnología, un fuerte empuje económico, la creación de normas, junto a la llegada de capitales extranjeros, que no solo traían capital económico, sino también tecnología de punta para aumentar y hacer eficiente el cultivo. También la posibilidad de importar de los mercados más importantes, ovas de salmón con altos estándares internacionales. A mediados de los 90´ los salmones se convirtieron en el cuarto producto de exportación  del país, después del cobre, la celulosa y madera  y la pesca. No solo los capitales extranjeros se posicionaron, también lo hicieron los nacionales, que orgullosamente compitieron de igual a igual en la exportación de salmón listo para su consumo. Se generó productividad y con eso un crecimiento exponencial de la fuerza laboral, diversificación de puestos de trabajo, crecimiento demográfico en ciudades como Puerto Montt y Castro; fiestas costumbristas con nombre de salmón y culturización de una especie no nativa.

Sin embargo bajo la red productiva del salmón se tejió una de las historias más oscuras del sur chileno, llena de abusos laborales, sociales y paisajísticos, y la más costosa de todas, en términos económicos y ambientales, la incubación del mayor enemigo viral de los salmones, el ISA. La propagación del virus ISA, altamente mortífero para los salmones de cultivo, puso en alarma la industria y mermó las aspiraciones de capitales nacionales y extranjeros por posicionar a Chile como segundo productor mundial.

 

El muerto caminando

Como una película de zombies, los centros de cultivo a mediados del 2009, dejaron la peor imagen de la industria; centros abandonados, miles de toneladas de excremento y alimento no ingerido depositados en el fondo de lagos, ríos y estuarios, junto a la aún desconocida cantidad de medicamentos y productos químicos derramados a su suerte compartiendo con el virus, sin saber hasta hoy su impacto ambiental.

Con este escenario incierto, el estado de Chile comenzó una conversación estratégica con las principales empresas del sector. Junto a fundaciones, universidades y diferentes investigadores dieron cuerpo a una mesa de trabajo que tuvo como fin último, crear un nuevo parámetro de industria salmonera, más tecnificado, riguroso sanitariamente hablando y respetuoso de su entorno que lo acoge, junto a mejores condiciones laborales para los miles de trabajadores “abandonados”, algo así como una salmonicultura 2.0 que elevara el estándar productivo y erradicara por completo el fatídico virus ISA de las aguas nacionales.

La “mesa del salmón”, fue  presidida por el ministro de economía, fomento y reconstrucción de la época, pero guiada polémicamente  por su secretario ejecutivo Sr. Felipe Sandoval, conocido Ingeniero demócrata-cristiano y operador político de la concertación, a quien se le acusó en su momento de mala gestión financiera por más de 300 millones de pesos durante su labor como subsecretario de pesca del gobierno de Ricardo Lagos, el que tuvo la tarea de buscar una solución definitiva al grave problema del ISA. Pero al parecer, el ISA no fue lo único que la mesa buscó posicionar, la alicaída industria no solo mostraba su peor cara, sino que además, cargaba con deudas millonarias por más de 2.500 millones de dólares, tanto en Chile como en el extranjero, las cuales hacían inviable cualquier aporte al desastre ambiental acaecido.

El rol del estado y la banca pasaron a ser de primera línea, tanto así que, la famosa mesa entregó como solución primera, la privatización completa de las concesiones acuícolas. Sí, leyó bien, “privatización de concesiones acuícolas”, la que se traduce en que toda persona natural o jurídica que desee cultivar salmones, deberá dejar en prenda su concesión a cambio de millonarios empujes que permitirán su accionar productivo, es decir, si yo poseo una concesión, debo hipotecarla mediante un banco o institución financiera para acceder a recursos frescos (asumiendo que la industria está quebrada económicamente) con aval del estado.

Hasta ahí todo parecía bien, salvo por un pequeño detalle: la soberbia de una industria sorda, que se niega a aceptar que su sistema de cultivo intensivo de especies foráneas es un potencial enfermo terminal.

Sin embargo y siendo optimistas, nada que un buen baño de fármacos medicados no pueda resolver. Pese a ello, la agencia norteamericana FDA (Food and Drugs Administration), dictaminó hace dos semanas la suspensión de entrada de todos los salmones provenientes de la empresa Marine Harvest, cultivados en Chile, por presentar una sustancia altamente cancerígena llamada Cristal Violeta, la cual está prohibida en Chile y EEUU.

La soberbia de la industria salmonera está lejos de desaparecer, más aun, los esfuerzos por levantarla están cada vez más legitimados, al punto que sus principales garantes, miran con ojos de preocupación el desempeño. De no revertirse la situación, la industria entrara en un estado de coma, del cual será muy difícil salir, sin perder de vista que la banca financiera deberá asumir los costos de la fiebre, su tratamiento y nueva puesta en marcha con dinero de todos los chilenos. Pero lo peor, declarando que la industria salmonera padece de un cáncer terminal difícil de erradicar y que deberá aceptar le guste o no, que es una industria inviable del punto de vista ambiental y social, responsable de uno de los mayores desastres ambientales y paisajísticos de los últimos 40 años en el maravilloso sur de Chile.

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