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Dicen que en el comedor del edificio Unctad había tres peces de mimbre gigantescos, que se podía mirar por la ventana desde la Alameda, porque el lugar de comidas estaba en el subterráneo. Dicen que uno iba y se sentía como si estuviera en otro país, porque había gente de todas partes hablando diferentes idiomas. Dicen que se respiraba un ambiente amoroso, como si todos estuvieran hermanados por una causa común.

Hay espacios que se llenan de símbolos y este es uno de esos. Hay lugares que se cargan de vivencias y el Museo de la Memoria es uno de aquellos.

La obra “Villa” que se presenta hasta este domingo en el Museo de la Memoria alude un  espacio en especial: la Villa Grimaldi, ex Cuartel Terranova, uno de los centros de tortura más conocidos de la dictadura convertido ahora en parque. Y es el carácter dado a este lugar, que fue prácticamente desmantelado, el que da pie a la obra de Guillermo Calderón que se estrenó en 2012 y que se ha montado con éxito en festivales como el Iberoamericano de Teatro de Cádiz, el Festival Les Translatines de Bayonne, y en Düsseldorf, Montevideo, Buenos Aies y Düseldorf, entre otras ciduades. “Villa” forma parte de una trilogía, a la que se suman “Discurso” y “Beben”.

La historia es así: tres mujeres jóvenes discuten ante una mesa qué hacer con Villa Grimaldi administrado por la Corporación por la Paz. Les han pedido que resuelvan una disputa que la directiva no ha podido resolver. Las tesis que debe votar la comisión son: conservar el lugar en su estado actual, hacer un moderno museo al estilo del Museo de la Memoria o convertirla en un museo del tipo de los del holocausto;  una especie de Casa del horror, con camillas de tortura incluídas.

Los argumentos que cada cual despliega para defender su tesis y las situaciones que devienen de su explicitación surge un texto que no da tregua y en el cual van asomando todo tipo de emociones, desde la ira hasta la compasión, pasando por la ironía y la crueldad. La acidez no deja títere con cabeza y ni siquiera se salva el museo anfitrión del que una de las integrantes de la comisión dice que apesta a “ley de Punto final.”

La obra dura casi dos horas y en la puesta en escena original, que se hizo en sitios de detención, los espectadores podían salir, tomar aire conocer el lugar donde estaban y luego volver a ver la segunda parte, “Discurso”, que vendría siendo continuidad o contraréplica del texto anterior. El discurso es el de despedida de Michele Bachelet al final de su mandato. El texto, un retrato de la que fuera Presidenta, ahora convertida nuevamente en candidata, interpretada a tres voces, las mismas actrices de Villa: Isabel Ruiz, reemplazando a Francisca Lewin , Carla Romero y Macarena Zamudio. Todas nacidas después del golpe.

En este año especial en que se conmemoran 40 años del golpe de Estado y se celebran elecciones presidenciales, la memoria vuelve a presentarse. A ratos como la gata de ojos amarillos de Coetzee (“Elizabeth Costello”), que mira a su interlocutor desde el otro lado de la víctima que ha despanzurrado. A ratos como la de un venado herido en una cacería mortal.

Tres

Entre marzo y abril he visto tres obras de teatro cuyo relato nace de las secuelas y/o acciones derivadas del cruento golpe militar de 1973 en Chile.

aquinoLa primera, “Aquí no se ha enterrado nada”, del joven autor Leonardo González, se presenta en la sala Antonio Varas, del Teatro Nacional Chileno hasta el 27 de abril. La obra ganó en 2012 el concurso de Dramaturgia convocado por el propio Teatro, lo cual posibilitó su puesta en escena.

El texto se refiere a la relación de un hijo con su madre, mediada por la tortura (de ella) y la desaparición del padre en Colonia Dignidad. Ambos viajan al lugar fundado por Paul Shaffer, que se transformó en centro de detención y tortura, para asistir al entierro de un motor, último vestigio de la existencia del progenitor. La obra recoge antecedentes reales (el motor en cuestión es el de la citroneta de Juan Maino Canales, dirigente del Mapu detenido desaparecido en 1976) e inquieta por el reproche cruel del hijo hacia la madre y una sociedad que no ha sabido superar ni el dolor colectivo ni el personal. Al mismo tiempo conmueve por la orfandad del personaje; orfandad que, podría decirse, alcanza a una parte importante de las sociedad chilena .

“Mina antipersonal” se estrenó en Villa Grimaldi y forma parte de la trilogía “Sobrevivientes para qué recordar, en el margen de la memoria”, cuya dramaturgia y puesta en escena ha estado a cargo de Claudia di Girólamo. próximamente estará en Matucana100.

También en esta pieza teatral las protagonistas son tres mujeres, que   fueron sometidas a tortura en el mismo lugar elegido como escenario. La ambivalencia de saberse víctimas y victimarias (porque tras ser salvajemente torturas deciden entregar a su compañeros) muestra la cara más feroz de la represión. Aquí no hay humor, ni distancia, ni compasión con el espectador. Se trata de un golpe descarnado con una puesta en escena que recuerda la escuela de Heiner Müller, el dramaturgo alemán que postulaba que en teatro nada debe darse digerido,. y.a la escuela británica del in yer face

Di Girólamo, a diferencia del joven Leonardo González, hurgó en historias ajenas: las de Luz Arce, Marcia Merino, y de  Carola,  leyendo los textos escritos sobre ellas y los antecedentes que rodearon su detención y posterior historia de delaciones. (Aunque ¿quién podría decir que la historia de ellas fue meramente personal; habrían sido las que fueron si no hubiera habido golpe en Chile?)

Refiriéndose a esta obra y a su trilogía sobre la memoria Claudia Di Girólamo ha dicho que “Hay una memoria histórica muy importante, pero hay una parte de esa memoria muy incómoda que nadie quiere recordar”.

En su obra “Los lugares de la memoria” el historiador Pierre Nora escribe: “Los lugares de memoria son ante todo restos, la forma extrema bajo la cual subsiste una conciencia conmemorativa en una historia que la solicita, porque la ignora (…) Los lugares de la memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria espontánea de que hay que crear archivos, mantener aniversarios, organizar celebraciones, pronunciar elogios fúnebres, labrar actas, porque esas operaciones no son naturales”.

Me parece pertinente este párrafo de Nora, porque la presentación casi simultánea de varias obras acerca de la memoria más o menos reciente de nuestra historia y la de otros estrenos anunciados, puede suscitar suspicacia y hasta rabia. Personalmente creo saludable y casi imprescindible que esto exista; con matices tan distintos, con voces jóvenes haciéndose cargo de la reflexión, el enjuiciamiento, la comprensión, la revulsión. La historia es un asunto, la memoria otro. A veces convergen, a veces no.

Fotos: archivo Fitam y Teatro Nacional chileno

 

 

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