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Se podrá discutir la luz y la cámara de Rainer Werner Fassbinder, pero no su intensidad. Intensidad en todo. Gran cineasta, infatigable creador, protagonista clave de esa generación que en los setenta revolucionó al cine alemán, europeo y mundial (junto a Win Wenders y Werner Herzog).

Fassbinder vivió 39 años (1945-1982) y participó en la creación de 39 películas. En 33, fue director y guionista. En 6 realizó el montaje con el seudónimo Franz Walsh, en otras 6 fue actor y en 2, fotógrafo. Además, en películas de amigos, hizo de guionista, editor, actor y productor. Esta enumeración de su intensidad creativa, no incluye sus dos primeros cortometrajes, sus obras de teatro, la dirección de programas de TV y la formación de la productora Tango Films.

El cineasta amaba a su familia de trabajo, entre ellos, a la actriz Hanna Shygulla y el actor Gunther Kaufmann, quienes protagonizaron varias de sus películas. También a sus fieles amantes y colaboradores: Armin Meier y Harry Baer. Meier se suicidaría en 1977, triste y desolado, luego de la ruptura de ambos, que había sentido como abandono. Baer, a los pocos años de la muerte del amigo, escribió una Memoria con el sugerente título Ya dormiré cuando esté muerto, tal cual la tremenda máxima que gustaba repetir el artista infatigable.

Fassbinder no dormía o dormía poco. Como el melómano que era, escuchaba y escuchaba a Vangelis, Joachim Witt, Elvis Presley y los Rolling Stones. Cuando no había rodaje o cuando no escribía un guión, lo suyo era jugar o ir al fútbol. Según Baer, el cineasta era un portento en la creación e iba muy adelante en los excesos sexuales, etílicos y en drogas; sus excesos eran “para aumentar el caudal de experiencias de su propio cerebro”.

A la una de la madrugada del 10 de junio de 1982 fue la última vez que Baer habló con Rainer por teléfono. “Veo televisión y video, entretanto leo, algo hay que hacer”, le dijo el mismo día de su muerte. Unos pocos días antes había terminado el rodaje de Querelle, una adaptación de la novela homónima de Jean Genet, que Fassbinder consideró su obra mayor. Con los años Querelle se convertiría en un film icono del cine Gay.

Ese junio de 1982, Rainer se preparaba para iniciar el 28 de julio la filmación de su nuevo proyecto Yo soy la felicidad de este mundo, película que no fue (era imposible, sus ojos fueron ajenos a la felicidad de este mundo). A Baer, la mañana del decisivo 10 de junio, lo despertó el teléfono de una periodista inquiriéndole un comentario sobre la muerte de su entrañable amigo. El 11 de junio, evocaría Baer después, “con seguridad Rainer habría ido, en Baviera, al segundo recital de los Stone”.

Su inmenso temor a la muerte lo había llevado a enamorarse de la idea del suicidio. Cuando a Baer le preguntaron: “¿es posible que esa haya sido su decisión?”. Respondió: “él se estaba suicidando desde hace 10 años con su modo de trabajar sin concederse nunca una pausa”.

“Yo solo quiero que ustedes me amen”

Toda obra de arte es personal, pero no es fácil encontrar un cine tan intensamente autobiográfico como el de Fassbinder. El mismo así lo reconoció, aunque explicaba que a partir de El mercader de las cuatro estaciones, de 1971, al menos había superado su onanismo: “he empezado a verme en relación al mundo que me rodea”.

Ese mundo fue la Alemania Federal de la posguerra. Una sociedad contradictoria. En crecimiento económico, tensa por los fantasmas del nacionalsocialismo, con una generación radical y arrebatada, aún asustada ante una pobreza y tristeza cercana. Una generación en la que algunos asumieron el terror político como bandera, obteniendo como respuesta un brutal aniquilamiento por los aparatos represivos. Una generación con un democrático estilo cultural que favoreció la emergencia critica del Nuevo Cine alemán, al amparo de una notable televisión pública que, a la vez, fue financista y emisora de toda esa cinematografía.

En lo personal, Fassbinder vivió la violenta separación de sus padres, tomando partido por su madre. Su gran -y confeso- complejo de inferioridad era no poseer un físico atractivo. Él no se sentía a gusto con su cuerpo.

Es poderoso cuando sincera la pregunta implícita en su arte: “mis películas giran en torno a la dificultad de las relaciones entre las personas, tanto si son maricas, normales o cualquier cosa”. Y más aún lo es cuando devela la convicción que le anima: “el ser humano es algo delicado y tierno, lo truculento es lo que  le han dictado que diga o piense”. Una muestra: en Yo solo quiero que ustedes me amen, de 1975, filma la historia de un sujeto con un comportamiento sicótico y violento a raíz de la arrasadora ausencia de cariño en la infancia y juventud.

Rainer se sentía emocionalmente cercano a lo femenino. “Las mujeres son más transparentes”, solía decir. En las Lagrimas amargas de Petra Von Kant, de 1972, atribuye más credibilidad a la mujer en los asuntos sentimentales. Su discutida trilogía de la Alemania de posguerra gira en torno a tres mujeres:  Lily Marlen, de 1980, Lola, de 1981, y El Deseo de Verónika Voss, del mismo año.

En su personal trilogía es clara su acusación a una sociedad (incluso allende Alemania) que, entre otros totalitarismos, había engendrado el nacionalsocialismo y a Hitler: “todos nos limitábamos a cerrar los ojos para no saber nada”. Decir algo así, sin duda, era un gesto muy valiente y honesto en un país que, aún abrumado por el horror, prefería callar, pues en esos años casi era tabú siquiera la mención de aquel pasado tan cercano. La buena conciencia alemana y del mundo había preferido -y aún prefiere- enrostrar toda la culpa al innombrable en aras de conciliar un sueño tranquilo; pero ahí estaba, en el arte, el lúcido de Fassbinder (en lo ético y político antes ya lo había hecho la Arendt) para recordar a todos que, tal cual una sombra en las conciencias, pendía la banalidad del mal.

En otra tecla, no pocas voces en Alemania criticaron con saña el film La tercera generación, de 1978. A Rainer se le acusó de hacer una apología del terrorismo en el grupo izquierdista Andreas Baader. Pero tal acusación era infundada. Según Baer, “Fassbinder era un anarquista utópico. Creía que los actos terroristas pueden degenerar en un juego en el que poder, intereses y violencia choquen entre si, haciendo olvidar por completo que en realidad el desafío social es solucionar situaciones intolerables y no poner en marcha una maquina que se independiza de repente”.

Cuando al mismo Baer, en 1982, le preguntaron si Fassbinder veía al socialismo como alternativa al capitalismo, respondió: “no al socialismo existente”. Además, en su ejercicio ciudadano Rainer siempre votaba por la socialdemocracia. Según él, era lo único mejor que aún podía salvar algo en Alemania.

Su ultimo filme, Querelle, que recibió un Oscar, en tres sentidos fue un simbólico testamento de autor.

Primero, porque trabajó con la actriz Jeanne Moreau. Ese siempre fue uno de sus sueños. Durante el rodaje le regaló un ramo de cien rosas blancas.

Segundo, porque se basa en la novela homónima del escritor Jean Genet, antes rechazada como no apta para filmar incluso por el italiano Bertolucci. Genet, igual que Antonin Artaud y Van Gogh, artistas a quienes Fassbinder dedicó otros filmes, ocupaba un lugar de privilegio en el panteón de sus inspiradores.

El tercer, y tal vez el mas intenso símbolo, se relaciona con la reconocida y absorbente egolatría intelectual de Fassbinder. En Querelle el marinero protagonista es un ángel de la soledad, un delincuente que en un burdel concita amor y odio entre hombres y mujeres. En el film, Querelle, que es el nombre del marinero de marras, por sobre todo es un enamorado de si mismo. “Su proximidad brinda al otro u otra una estimulante intensidad vital, pero también la muerte”, comentaba triste el amigo, amante y fiel colaborador que fue Harry Baer.

El cineasta concitaba amor y odio. Se auto consideraba el primero entre los directores del Nuevo Cine alemán. En tercer lugar ubicaba a Win Wenders y en el noveno a Werner Herzog. Su esperanza era hacer mucho cine, decía, “para que de mi vida pueda hacerse una película”.

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