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Hoy me entretuve en el jardín, transité entre maceteros y sus plantas, entre el pasto, entre la hierba buena y aquella despreciada. Dicho así parece una gran extensión de terreno, pero hablo del patio trasero de mi casa, de unos 24 metros cuadrados aproximados de superficie.

La achicoria tiene una forma sorprendente y muy efectiva de reproducirse por medio de su flor: la pelusilla; todos alguna vez hemos soplado sobre ella – la pelusilla –  para disfrutar la visión de su dispersión, escena encantadora de pequeños paracaídas que, con nuestro aliento, o el del viento, inician un vuelo a cualquier lugar, llevando cada una de esas pelusas una semilla que germinará en donde aterrice.  Ello constituye una de las tantas creativas, maravillosas y efectivas formas de la naturaleza para asegurar la supervivencia de una de sus criaturas.

He pensado que somos semejantes a ella – la achicoria y su flor – la sobrevivencia y la existencia impulsa nuestras acciones, llevamos un código que nos arrastra a dejar algo más que la huella de nuestros zapatos. La identificación del sentido de nuestra vida nos instala a la deriva de un viento con el que queremos dejar una estela perdurable, que desafíe al tiempo, es una carga misteriosa que debemos sobrellevar.

No quiero restar encanto a la descripción fundada en las afirmaciones que nos ofrecen las ciencias para desentrañar lo humano, pero ellas suelen encasillarnos y guiar nuestros pies por los caminos políticamente correctos, impidiéndonos muchas veces abrir los propios o descubrir que existen otros, vedados por cuestionables razones.

La naturaleza nos enseña que tal vez deberíamos dejarnos llevar por lo que ella hizo de nosotros, dejar que el viento primordial nos traslade para depositarnos en sitios inesperados, ¿quién sabe si no brotaríamos como la mejor de las hierbas?

Podría indagar latamente sobre lo que podría ser ese “viento primordial”, o en torno a los “misterios que debemos sobrellevar”, o sobre los “caminos vedados por cuestionables razones”, pero un día de jardinería resulta más entretenido y didáctico, sin importar las dimensiones.

 

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