Compartir

Hoy conversando con un gran amigo me recordé de la primera vez que tuve la noción de que el fútbol era algo importante. Fue más o menos en 1966, cuando tenía cinco años.  En esa época vivíamos con mi familia en Ancud, a la sazón capital de la Provincia de Chiloé y puerto libre.

Un día cualquiera mi padre, me pidió que lo acompañara a la oficina de la empresa de buses Cruz del Sur, para esperar a Honorino Landa que venía de visita. Hasta ese momento no tenía ni la más mínima idea de quien era ese señor ni que tuviéramos alguna relación familiar con él; de hecho nunca antes escuché ese extraño nombre en mi casa. Bueno, camino a la búsqueda del citado personaje, mi padre me contó, muy emocionado, que el Honorino Landa era un gran jugador de Fútbol que había jugado en la Selección Nacional en el Mundial del año 1962 y que se quedaría unos días en nuestra casa porque era, además de una persona muy importante, pariente de una tía, cuñada de mi madre. Hace poco tiempo comentándole a mi padre (Q.E.P.D.) de este antiguo recuerdo mío, me corroboró que era efectivo y que esa visita a Chiloé se había debido a que Honorino Landa quería comprar un auto importado. Incluso mi padre me contó que había se había concretado la compra pero que le había durado muy poco el auto porque el mismo Honorino, en el viaje de regreso a Santiago lo había chocado.

El segundo recuerdo que tengo sobre fútbol es mucho tiempo más adelante, cuando ya viviendo en Santiago, se transformó en mi juego favorito del verano. Todos los días en las tardes, nos juntábamos con los amigos para jugar una pichanga. Estoy hablando del año 1970 en la época del Mundial de Fútbol de México, cuando Brasil, con el gran Pelé, salió campeón.

La 'verdeamarelha' en Myanmar. Fotografía de Mauricio Tolosa
La ‘verdeamarelha’ en Myanmar. Fotografía de Mauricio Tolosa

En esa misma época decidimos crear un equipo de fútbol, que le llamamos como nuestro barrio, Villa Paulina, y organizamos partidos con otros equipos de niños del barrio. El partido más memorable fue cuando fuimos a una toma que quedaba cerca de nuestro Barrio, en lo que es ahora Américo Vespucio Sur, a jugar contra el equipo de los niños de la población.  Si bien el paisaje del lugar era de mediaguas viejas, calles estrechas de tierra y niños y perros por todos lados,; el lugar tenía algo que nosotros admirábamos: una cancha de fútbol con arcos y todo. Si bien la cancha era de tierra y no tenía las dimensiones oficiales, era muy pareja y tenía las líneas marcadas con cal; lo que nos daba la sensación de estar jugando un  partido de fútbol de verdad y ya no una típica pichanga como acostumbrábamos. Fue para nosotros como subir  de división.

Recuerdo que yo jugaba de arquero, y para la ocasión, después de mucho hinchar en casa, mi mamá accedió a comprarme unos zapatos de fútbol de segunda mano que me ofreció un amigo del barrio. Eran unos zapatos casi nuevos pero de un modelo antiguo, con suela y estoperoles clavados. Mis zapatos eran muy diferentes a los que tenía el Negro, mi mejor amigo, que eran de color negro, con suela de goma del mismo tono, con una costura por todo el borde, con estoperoles plásticos atornillados y tres rayas blancas en los costados. Esos zapatos sí que eran un sueño, de hecho yo pasaba casi todos los día a una tienda de deportes que había en la Gran Avenida y los miraba embelesado en la vitrina.

Volviendo al partido, como se trataba del estreno de nuestro Club, recuerdo que pasé todo el día anterior a ese compromiso deportivo, confeccionando en base a una polera vieja de mangas largas, mi camiseta de arquero. Quedó hermosa con el frente y los codos acolchados y un gran número uno en la espalda. No recuerdo exactamente cual fue el resultado del partido que jugamos, solo recuerdo que nos hicieron bolsa.

Tiempo después llegó al barrio la noticia de que el Club Magallanes se instalaría en La Cisterna y que estaba haciendo pruebas a los niños que quisieran integrase a sus divisiones inferiores. Sin pensarlo dos veces fuimos con el Negro a probarnos, como se decía en términos técnicos. A mi me fue mal, no di pié en bola, pero mi amigo sí quedó seleccionado aunque por alguna razón que no recuerdo al poco tiempo desistió de ir a los entrenamientos.

Pichanga junto al Lago Atitlán Guatemala. Fotografía de Mauricio Tolosa
Pichanga junto al Lago Atitlán Guatemala. Fotografía de Mauricio Tolosa

Yo decidí no desistir a pesar de este primer fracaso y para continuar mi carrera me  integré a un club, que formaba parte de la Liga de Fútbol de La Cisterna,  cuyos partidos se jugaban en una maravillosa cancha de fútbol, de dimensiones oficiales, con pasto y graderías, en el Colegio Manuel Arriarán Barros. Ahí ya estábamos hablando de palabras mayores, ya que en esa liga se jugaba con árbitro, uniformes, arcos con red, entrenador, dos tiempos de 45 minutos cada uno  y once jugadores por lado. Era lo que se llama Fútbol propiamente tal.

Bueno, como yo no me caracterizaba por haber demostrado grandes dotes de jugador, fui nuevamente enviado a jugar de arquero. Tengo imágenes dignas de las peores pesadillas de lo que ocurrió conmigo en el único partido que jugué en esa liga. Me veo solo bajo ese tremendo arco del tamaño de un puente.  Veo a los atacantes del equipo contrario llegar una y otra vez solos a mi área y acercarse amenazadoramente hacia mi, calzando unos inmensos zapatos de fútbol de un número que me parecía 60 a lo menos, con unas tremendas puntas en las suelas. Ahí yo paralizado, mirando aterrado a los inmensos zapatos mutantes mientras el entrenador me gritaba tírate a los pies, tírate a los pies. Si mal no recuerdo fueron siete goles los que me hicieron esa tarde, así que fue mi debut y despedida como arquero de ese equipo cuyo nombre quedó para siempre borrado de mi memoria.

Mi último recuerdo futbolístico de infancia es el más hermoso de todos. Un día sábado cualquiera el papá de mi amigo el Huevo Olea me invitó a que los acompañara al Estadio Nacional a ver jugar al Colo Colo, el equipo de mi padre, mi hermano mayor y casi toda mi familia. Ese día el Colo jugaba contra la Universidad de Concepción. Recuerdo hasta hoy como se me paralizó el corazón, cuando entré por primera vez en mi vida a ese estadio, aquel atardecer de verano, y vi de repente una multitud colorida que llenaba las tribunas y abajo ella, la cancha inmaculada, de un verde luminoso como nunca antes había visto. Un verde que se volvió aún más brillante cuando se encendieron los reflectores. Era como si la cancha fuera en si misma un gran foco luminoso, donde los jugadores resplandecían con el reflejo del campo. Es ese espectáculo, inclusive más allá del partido mismo lo que se quedó grabado en mi recuerdo hasta hoy;  y siempre viene a mi mente cuando pienso en esas tardes infantiles acompañado de mis amigos corriendo sucios, sudados y felices detrás de una pelota.

Compartir

Alguien comentó sobre “Mis historias de Futbol

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *