Compartir

En comparación con otros subgéneros, el movimiento del rock psicodélico fue relativamente corto. Pero intenso. Marcó una época en donde, si hablamos de comunicación, la gran red social era la música: unió a la gente y formó sus gustos según las personas con las que estaban en contacto, y las reunió en ideales, en cosmovisiones. Los motivó no sólo a vivir en comunidad, sino que a pensar en comunidad. Y el rock, como menciona el musicólogo Simon Frith, fue el gran medio masivo de comunicación para que esta comunidad terminara de conformarse.

La psicodelia, como fenómeno de la contracultura, tenía una relación directa –abierta públicamente- con drogas como el LSD, el peyote y la cannabis, para así expandir la mente a través de viajes psicotrópicos. El objetivo principal de esta estética era generar una música para recrear y aumentar la sensación que producía el consumo de estupefacientes.

Para Timothy Leary [1], la importancia de este despertar de la mente en relación a la música se establece tanto a partir de sus influencias directas o indirectas en las obras de otros artistas, como en el uso que él le dio como un complemento a sus mensajes y sus meditaciones, sin limitaciones, usando los medios que en su época estaban a la mano como herramientas para transmitir y compartir, desde la publicación de sus libros y estudios, la música de los 60 y, posteriormente, las nuevas tecnologías (Pérez, 2012).

Con el uso de la distorsión de guitarra, el empleo de instrumentos exóticos –como el sitar de la India, influencia directa del músico Ravi Shankar–, la máxima tecnología de grabación para la época, el uso controlado de feedback y un volumen brutal, el rock psicodélico rompió con el molde tradicional de la canción e, inspirados en el jazz y la música hindú, se creó un nuevo medio que expandió los límites del rock, que hasta la fecha no se conocía, para dar cuenta del poder amplificador de la mente.

En ese sentido, tanto The Beatles en Inglaterra como The Byrds en EE.UU. fueron pioneros en la mayoría de los rasgos sonoros y las técnicas de estudio asociados a la psicodelia. Simulando las distorsiones perceptuales y la sensibilidad acrecentada del LSD, los efectos definitivamente psicodélicos involucraron la intensificación cromática y la difuminación de sonidos (Reynolds, 2010).

En el single de 1966 ‘Eight Miles High’, de la banda The Byrds, su guitarrista trataba de emular al saxofonista de jazz John Coltrane, en una errante improvisación, en la que además, exponía una influencia india. Esto era algo totalmente inédito en la música pop.

Lo sorprendente y nuevo de esta canción era su aura emocional, plasmada en las armonías vocales ondulantes y fuera de foco, comunicando una serenidad levemente teñida de tristeza. Captura el extrañamiento del consumidor de ácido, que como si hubiera vuelto a nacer, mira desde arriba el fragor del “mundo real” y lo encuentra absurdo y levemente grotesco: “and when you touchdown you’ll find that it’s stranger tan known”.

The Beatles, que habían tenido su primer “viaje” en drogas junto a Bob Dylan en un hotel de Manhattan en 1964, se volcaron de lleno a la psicodelia en el álbum Revolver (1966). Su canción ‘Tomorrow Never Knows’ es precisamente, una exaltación de la muerte del yo. Su letra proviene de El Libro Tibetano De Los Muertos, que Lennon tenía tras su estudio del LSD a través de los escritos de Timothy Leary. En una entrevista en 1966, el mismo John declararía este encuentro:

“Leary fue el que impulsó la primera ronda diciendo, tómalo, tómalo, tómalo. Y seguimos sus instrucciones en su “forma de hacer un viaje” del libro. Lo hice tal como dijo en el libro, y luego escribí ‘Tomorrow Never Knows’, que fue casi la primera canción sobre el ácido: “Deja todos tus pensamientos entrégate al vacío”, y toda esa mierda que Leary había sacado del Libro de Los Muertos”. (Pérez, 2012)

‘Tomorrow Never Knows’ es una formidable hazaña de artificio de estudio que implica considerable premeditación y diligencia [2], y fue la canción que introdujo el LSD y la revolución psicodélica de Leary a los jóvenes del mundo occidental, convirtiéndose en una de las grabaciones más socialmente influyentes que los Beatles realizaron jamás. Luego vendría Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), su muestra más evidente a la psicodelia, con himnos propios de la época como ‘Lucy In The Sky With Diamond’ (en la que “coincidentemente” las siglas de sus sustantivos son LSD) y ‘Strawberry Fields Forever’.

Desde el otoño de 1966 a la primavera de 1967, el fenómeno psicodélico tomó forma siguiendo la espiral natural de aquel vértigo devorador. Cuando las instituciones políticas descubrieron el LSD, se prohibió formalmente (por primera vez en 1966, con una ley californiana); y cuando el mundo del espectáculo lo hizo, el “summer of love” fue manufacturado y vendido. Ciudades como San Francisco, Berkeley y Los Angeles estallaron en un inmenso alucine colectivo. Fue un fugaz momento de esperanzas e ideales, un amago de revolución que bailaba al ritmo de Grateful Dead, The Doors, Janis Joplin, Jefferson Airplane, The Jimi Hendrix Experience y otras formaciones musicales de corte psicodélico. Una experiencia multitudinaria, hinchada de misticismo, orientalismo y no-violencia y que daría finalmente la ecuación básica del “Flower Power”: iluminación interior = liberación de los instintos agresivos = amor recíproco = amor universal paz en el mundo (Usó-Arnal, 2010), que hasta en Chile tuvo sus manifestaciones con grupos como Congregación, Los Mac’s, Los Vidrios Quebrados, Blops y Los Jaivas.

Era la primera vez que los jóvenes como colectivo tomaban la iniciativa por sí mismos. Puede que esa cultura underground naciera predestinada al fracaso, pero su influencia se iba a dejar sentir con fuerza muchos años más tarde. La ecología, el movimiento de liberación sexual, el pacifismo, el antimilitarismo, la contestación política, la cultura de la droga, el arte pop, el rock, las soluciones alternativas y tantos otros aspectos tuvieron su génesis en ese momento mágico y efímero, prácticamente irrepetible, que en Europa se proyectó a través del Mayo Francés.

En la música, a comienzos del 67, salió a la venta la ópera prima de The Doors, en la que se mezcla la poesía de Jim Morrison, el piano hipnótico de Ray Manzarek y las improvisaciones flamencas de Robbie Krieger. Sin duda, el álbum The Doors (1967) respiraba del aire de la costa oeste de los Estados Unidos (San Francisco), lugar donde se concentró la movida hippie y psicodélica. Ese mismo año, el álbum Surrealistic Pillow de Jefferson Airplane contenía ‘White Rabbit’, que con letras de las historias de Lewis Carrol, en combinación con un mundo flamenco, expresaba el paralelismo de un viaje de LSD.

Aunque el rock psicodélico se desarrolló principalmente en EE.UU., en Inglaterra bandas como Cream, Arthur Brown, The Rolling Stones, se empaparon rápido de la nueva tendencia nacida en el underground. Las obras de esa época dan fe de ello. Además, empezaron a surgir bandas como Pink Floyd, quienes, con Syd Barrett a la cabeza, desarrollaron para muchos el mejor álbum de rock psicodélico: el intergaláctico The Piper At The Gates Of Dawn (1967), que resultó sorprendente porque, además, se trató del primer disco de la banda. En él se pueden apreciar temas ligados al espacio, a los espantapájaros, los gnomos, las bicicletas y a los cuentos de hadas con pasajes psicodélicos. Por otro lado, The Yardbirds, quienes habían destacado por reinterpretar canciones de otros compositores, lograron la atención del público en 1966 con su álbum The Yardbirds (a.k.a. Roger The Enginner). Con una mezcla de bluesrock y rock psicodélico, esta banda a cargo de Keith Relf en la voz y Jeff Beck en la guitarra –en sustitución a Eric Clapton–, anticiparon el blues rock de Cream y Led Zeppelin.

Sin embargo, la agrupación que más se apegó y transmitió la esencia de la psicodelia y la cultura hippie a lo largo de toda su existencia fue Grateful Dead. Fundado por la leyenda de la guitarra, Jerry García, esta banda basó la mayoría de sus composiciones sobre la improvisación. Live/Dead (1969) fue su primer álbum en vivo y de éste destaca el tema ‘Dark Star’, canción que nunca se ha tocado igual dos veces.

Octavio Paz decía sobre las drogas alucinógenas en el prólogo a Las Enseñanzas De Don Juan (1968) de Carlos Castaneda que:

“Las drogas, las prácticas ascéticas y los ejercicios de meditación no son fines sino medios. Si el medio se vuelve fin, se convierte en agente de destrucción. El resultado no es la liberación interior sino la esclavitud, la locura y no la sabiduría; la degradación y no la visión. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años. Las drogas alucinógenas se han vuelto potencias destructivas porque han sido arrancadas de su contexto teológico y ritual. Lo primero les daba sentido, trascendencia; lo segundo, al introducir períodos de abstinencia y de uso, minimizaba los trastornos psíquicos y fisiológicos”

Pensando la música como una especie de manifestación de lo divino que todo ser humano posee dentro de sí, hay que decir que el rock psicodélico fue, en otra época, esa droga, ese alucinógeno del que habla el texto. Hoy en día, ese idealismo ha quedado en el pasado, empujado hacia allá por bits y bites, por teras y gigas de canción tras canción tras canción, que no son precisamente “malas” (cabe destacar a grupos psicodélicos actuales como Tame Impala o The Black Angels), pero que no poseen la unión de contextos, la ritualidad mezclada con militancia que se respiró a finales de los 60. Su idea de comunidad, de compartir y vivir un momento. O como cantaba Morrison: “queremos el mundo y lo queremos ahora”.

[1] Escritor, psicólogo y precursor de la investigación asociada al uso de drogas psicodélicas, especialmente el LSD. Es considerado uno de los padres del hippismo, además de codearse en los sesenta con los mayores iconos de la generación beat como Kerouac, Ginsberg y Borroughs.

[2] Música concreta motorizada por un beat de fondo, se construyó en base gran parte a partir de loops de cintas, sometiendo los sonidos originales (que incluían una cítara y una carcajada de McCartney, entre otras capas) a efectos tales como comprensión, echo y vari-speeding, mientras que la voz de Lennon primero fue grabada a dos pistas y luego pasada por el parlante rotativo Leslie del órgano Hammond, proceso que la hacía sonar como una multitud de voces murmurantes (Reynolds, 2010).

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *