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Desde hace varias semanas me debato en cambiar o no mi Smartphone. El que tengo, está lento, no carga algunas aplicaciones y es fuente de malos ratos permanentes. Me he resistido por cuestiones más bien de costo y también por no comprender muy bien si el nuevo equipo que adquiriré realmente me hará más sencilla mi existencia.

Porque los Smartphones y en general toda la tecnología que cada día nos rodea y que se ha convertido en lo central de nuestras vidas se ha convertido más en fuente de problemas, en limitante de nuestras capacidades y en una barrera severa para la comunicación entre los seres humanos.

Cada día constato que nuestra dependencia de la tecnología se acrecienta y que su uso representa una fuente de conflicto, que se expresan en cada momento y circunstancia. Son incontables las veces que el inefable sonido de llamadas, aviso de mensaje o activación de una aplicación se escucha en medio de una misa, de una ceremonia fúnebre, en un acto académico, cuando un expositor habla en un seminario. El molesto sonido todo lo interrumpe, pero no basta sólo con eso, sino que es frecuente que las personas atiendan la llamada, interrumpiendo la ceremonia, molestando al expositor y provocando esa desagradable sensación que ya nada importa. Un individualismo ramplón y agresivo, que no es capaz de situarse en presencia de otros.

Ya es común que en una comida familiar, un porcentaje considerable de los comensales ya no interactúen entre ellos, sino que están más preocupados de responder conversaciones por whatsApp o Telegram, jugar, revisar Facebook. Nadie conversa, todos con su Smartphone al lado de los cubiertos, alienados por la pantalla táctil.

En el Metro, conduciendo su automóvil, sobre una bicicleta, en  un bus del Transantiago o caminando por la calle, la mayoría lo hace con audífonos, hablando o escuchando, desconectados de su entorno, sin prestar ninguna atención a las condiciones del tránsito, ni preocupándose quién va a su lado, si necesita  avanzar o salir del carro, o ceder el asiento. Nada. Es cada uno con su audífono, el resto no existe.

Y nuestra incapacidad de sobrevivir sin tecnología. No hace muchos días, un corte de luz de dos horas en Providencia hizo que una Jefatura de una dependencia pública dejara de atender so pretexto que no había sistemas ni iluminación que posibilitaran dar las prestaciones que demandan los usuarios. Nadie reparó que hay sistemas de recepción manual de procedimientos, pero la verdad es que los funcionarios fueron incapaces de superar el shock de ver apagados sus computadores y ya nadie parece acordarse de escribir con lápiz.

Alguien me dirá que eso más bien refleja las malas prácticas de nuestra Administración Pública, pero grande fue mi sorpresa cuando me enteré que dos días más tarde hubo un corte de energía eléctrica en el sector de El Golf y Escuela Militar y la mayoría de las empresa –privadas- tuvieron la misma reacción y en consecuencia dejaron de atender.

Y no crea que sea flojera institucionalizada, sino que pérdida de capacidad de actuar sin la tecnología.

Porque el tema es como nos relacionamos con ella. La tecnología, la técnica en definitiva, es una creación que se supone debe liberarnos del esfuerzo físico la monotonía, y permitirnos elevarnos para desarrollar nuestras capacidades creativas, pero ahí fallamos.

Hemos sido testigos y actores de las potencialidades de las redes sociales, hijas de las tecnologías de la información. Hoy como nunca en nuestra historia tenemos más información, generamos más conocimiento y tenemos más herramientas de comunicación.

Lo trágico es que dudo que estemos más comunicados, ni que nuestros debates sean más informados y nuestros propósitos más elevados.

Las redes sociales son poderosos instrumentos de opinión, de generación de flujos de información, de relevamiento de temas, pero también, espacio preferido de radicales, fanáticos. El insulto, el acoso, el ataque infundado, la injuria, la falta de respeto y el denigrar parecen fluir como un torrente imparable, amparados en un anonimato cobarde y superficial.

Y la verdad es que ello no es producto de las redes sociales. El mérito de ellas es que lo dejan en evidencia, porque emanan de nuestra propia conducta, es una expresión de lo que la sociedad ha creado.

Porque hay una correlación entre el que destruye un bus en medio de una celebración por un triunfo deportivo  y el que avala desde twitter que otros entren en montonera a un estadio sin pagar las entradas porque éstas eran muy costosas.

Mientras la técnica avanza no lo hace nuestra conducta social. Es más, creo que ésta retrocede.

Nuestros propios avances nos limitan. ¿Es culpa ello de la tecnología?. No.

La técnica tiene asociada la idea de progreso, pero el progreso no es desarrollo, no necesariamente.

El bárbaro que llevamos dentro necesita ser educado, pero parece que la tecnología no lo logrará, puesto que esa labor seguirá siendo tarea  de humanos.

Los valores son lo propiamente humano. La técnica no tiene ética.

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Alguien comentó sobre “Reflexiones desde el smartphone

  1. Interesante artículo. Y lo terminas mejor: “El bárbaro que llevamos dentro necesita ser educado, pero parece que la tecnología no lo logrará, puesto que esa labor seguirá siendo tarea de humanos”. Claro, es nuestra responsabilidad hacer un buen uso de la tecnología, como de todo lo que nos rodea. Por cierto, como al final sí que cambiarás de móvil, te recomiendo un fairphone: http://www.fairphone.com. ¡Gracias!

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