Compartir

-¿Por qué esta solo?-
-Porque no quiero estar con nadie-
-Buena respuesta-
-Y tú ¿por qué estás sola?-
-Porque aún no puedo dejar de estar acompañada-

Ella guardo un momento de silencio, miró al techo como buscando en el aire las palabras adecuadas y lanzó a quemarropa. Esta ciudad es como un amante, o al menos yo la siento así. Qué se yo. Pueden llover 7 ó 10 días seguidos y tú te dices -está bueno de esto- porque te puede gustar la lluvia, como te puede gustar un buen amante,  pero luego de 10 días ininterrumpidos hasta un buena amante cansa;  y entonces, de pronto, como si nada, sale el sol, y sientes como todo cambia, los olores, los colores y todo es una promesa. Puedes ir cruzando el puente para marcharte y entiendes que la magia de lo que te rodea se basa en esos malditos días de lluvia y luego en el sol que sale,  es lo que hace único e irrepetible a este lugar. Esta es nuestra selva. Sin esa mezcla  particular sería un lugar como cualquier otro. Entonces, cuando le vas a dejar, te vuelve a atrapar, vienen a la memoria esas caricias en los tibios días de primavera; el olor a montaña de su cuerpo en mitad de un invierno rudo; su sexo quemando en pleno verano; la melancolía otoñal de una mirada que no se te olvidará jamás. Simplemente te vuelves a re-encantar, simplemente no puedes dejarle, porque te enamoraste de esas infinitas posibilidades.

Él pensó en un par de lugares cualquieras e intentó descubrir sus particularidades, no encontró nada, efectivamente este lugar lo tenía todo. Pensó en que no le molestaba la lluvia, siempre le había gustado y aunque lloviera mucho no podría llover para siempre; por tanto, el sol, por tímido que fuera, siempre sería una promesa. Pensó que si le incomodaban los días fríos. El frío lograba cruzarle la piel, llegar hasta los huesos y más allá. El frío a veces solía a reducir a una expresión mínima la chispa de su inquieta alma. El frío lograba que la soledad se hiciera en tiempo presente y no siempre ésta era una invitada muy cortes. Un escalofrío imperceptible sacudió una parte de si, una parte que no alcanzó a determinar. La palabra amante cruzó como un tren con sus carros llenos de  imágenes, recuerdos, afectos. La palabra amante golpeó contra el cristal junto al viento y la lluvia intensa de esa noche haciéndole mirar a través del visillo que tenía por cortina. La palabra amante le hizo pensar en la primavera que estaba por venir. Casi instintivamente tomó la guitarra que estaba a la mano,  la puso sobre sus piernas como buscando aferrarse a algo que anclara el mareo causado por el Carménère y la velocidad de los recuerdos. Tosió para aclarar la voz, posó sus dedos sobres las cuerdas armando una figura bien conocida por él y un Re Mayor rompió el silencio… “Cuando te hablen de amor y de ilusiones y te ofrezcan un sol y un cielo entero…”

Relatos y canciones para Diego y Matilde

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *