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El sufrimiento de los niños en Gaza nos demuestra que, de cierta manera, todos hemos fallado. Organizaciones sociales, gobiernos, empresas, instituciones religiosas. Todos son/somos parte de la terrible vulneración de la integridad física, psíquica, emocional e intelectual de los niños y niñas en Gaza, y aunque ya está en marcha la campaña de Unicef que busca “apoyar y resguardar el derecho de la infancia a la supervivencia, la educación y la protección”, el daño provocado ya está hecho.

Cientos de niños han muerto en los últimos ataques contra Gaza, y todos los días esa cifra aumenta, amenazando a los miles de pequeños que se esconden en las ruinas de lo que fueron sus casas, escuelas y hospitales. Cientos de niños han sufrido heridas físicas graves, mutilaciones, quemaduras y quebraduras, dolores que muchos adultos jamás han experimentado y tal vez, nunca lo harán.

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Pero a mi parecer el peor –y aún más complejo e irreversible que el daño físico- es el daño psicológico del que miles de pequeños habitantes de Gaza, absolutamente inocentes, han sido víctimas, sin que exista opción –proactiva- ni reacción capaz de minimizar sus efectos.

No soy sicóloga, pero es sabido que el aprendizaje en la primera infancia es por lejos el más importante para el crecimiento del ser humano. Los primeros años de vida, hasta los 6 según algunos expertos, hasta los diez o doce según otros, configuran la etapa más significativa del aprendizaje de un niño, cuya fuente de conocimiento se basa tanto en su círculo familiar como en la experiencia que viven en su entorno más cercano.

La adquisición de conocimientos sobre el mundo, las relaciones interpersonales e incluso la forma en que nos comunicamos se conforman en esta primera etapa de nuestras vidas. El lenguaje que usamos, la discriminación de las dualidades: “malo-bueno” “correcto-incorrecto” y tantas otras más, son fundamentales para formar en la niñez el hombre/mujer que llegaremos a ser.

Frente a esta ineludible realidad, yo me pregunto, ¿quién nos devolverá a los cientos de niños que perdimos en Gaza? ¿Quién les devolverá la inocencia, el equilibrio, la cordura, la sanidad mental?

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Un pie quebrado duele, pero se recupera. El quiebre de la inocencia, el quiebre absoluto de la niñez, eso difícilmente va a sanar. A estas alturas, no hay campaña solidaria capaz de revertir la situación, ni sicólogo tan eficiente como para devolver a esos niños, su sana niñez.

El mayor daño que la irracionalidad del hombre está dejando en los niños de Gaza es la imposibilidad de construir una vida adulta sana, propiciando una especie de ciclo vicioso del que muy pocos van a poder salir. Con la guerra a sus espaldas, muchos de estos niños ya han perdido el sentido de realidad y el sano juicio de lo que sucede en sus vidas. Despojados violentamente de las herramientas básicas para crecer mentalmente sanos, los niños de Gaza cuentan con una sobredosis de violencia y dolor en su breve historia de vida, una carga de odio tan grande que, insisto, sin ser sicóloga, me imagino difícil de revertir.

La niñez arrebatada y la adolescencia quebrada tienen como desenlace una adultez enferma, y son estos niños violentados y maltratados, los futuros adultos que continuarán forjando la historia de un pueblo ultrajado. Lo que vemos a lo lejos, es un porvenir que queda encerrado en el ciclo de muerte, odio y violencia que por décadas hemos sido incapaces de frenar y que sin duda, seguirá trayendo altísimos costos humanitarios, tanto físicos como sicológicos. Todo esto me hace pensar en que a veces, en estos casos, morir es el mal menor…

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