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Mi tío abuelo, Manuel Magallanes San Román (sobrino del poeta Manuel Magallanes Moure) decía que su generación, nacida entre 1900 y 1910, había llegado al mundo con un aparente destino de gloria. Una esperanza destrozada por las dos guerras mundiales, la depresión de 1929 y los conflictos sociales de la época.  Ciertamente, los primeros niños del siglo XX venían con el augurio del progreso promovido por la Exposición de Boston, Estados Unidos (1883) y la Feria Universal de París (1889), donde la Torre Eiffel marcó un hito en la  ingeniería y el diseño. La euforia industrial y la ola de inventos como  la electricidad, el teléfono, la aviación y las deliciosas locuras artísticas de la Belle Epoque, hacían pensar que las sociedades humanas llegarían, por fin, a la cumbre del desarrollo.

El tío Manuel se crió con abuelas que usaban traje largo, sombrero y corset, con padres que bailaban charleston, creyendo que el  “Talca, París y Londres” sería pronto una realidad.  Como la mayoría de sus contemporáneos, mi tío se vistió por décadas al estilo de Humphrey Bogart en “Casablanca”. Su generación viajó en carruaje, tren a vapor o barco y…casi sin transición siguió con el avión, el automóvil y el bus. Pasó de las casonas de tres patios y el dulce de membrillo, a los departamentos de 50 metros cuadrados y a los primeros hot-dogs. Fue al biógrafo, a las grandes salas de cine y hasta alcanzó a arrendar VHS en los cine clubs. Se sentó en el living room a escuchar programas radiales y luego, la televisión. En su infancia, los caballos eran parte del paisaje urbano. En su vejez, se desplazaba en Metro. Cuando el tío Manuel murió en 1993, a los 84 años, apenas reconocía Santiago y su entorno cultural. El filósofo de la comunicación, Marshall McLuhan, lo habría clasificado como aquellos que se quedaron mirando la realidad por el espejo retrovisor. Quizás, porque le tocó una realidad que se desplazaba a 100 kilómetros por hora.

El hombre en la luna
El hombre en la luna

 

Los “alunizados” de 1960-1970

Pertenezco a la generación nacida entre 1960 y 1970. Al igual que el tío Manuel, llegué al mundo precedida por una etapa “dionisíaca”. De acuerdo a Nietzsche, la historia suele tener momentos “dionisíacos”, entendidos como energías constructivas, plenas de creatividad, originalidad y emociones. Luego decaen y son reemplazadas por épocas “apolíneas”, las que consolidan ese auge. Lo creado, entonces, se convierte en  “clásico”. Prima el intelecto y el análisis, pero escasea la originalidad. De hecho, surgen movimientos inspirados en la nostalgia. Previo a mi generación, durante las décadas del 50’ y el 60’ se vivieron efervescencias destinadas a “cambiar al mundo”. La juventud marcaba presencia a través de la música Pop, el arte, los derechos civiles y las luchas estudiantiles, contagiadas por la Francia de 1968. Los  íconos del cine movían a las masas y la liberación femenina asumía nuevos rumbos con la invención de los anticonceptivos. En Latinoamérica, la inauguración de la ciudad de Brasilia impresionaba al mundo con su arte y diseño. Al mismo tiempo, surgía la revolución cubana, la que ponía en el tapete las tensiones de la Guerra Fría, cuyo tema de fondo era la carrera espacial, donde los Estados Unidos y  la Unión Soviética se proponían conquistar la Luna. La televisión en blanco y negro mostraba a los niños un fantasioso futuro, con la series “Viaje a las Estrellas”, “Perdidos en el Espacio” y “Los Supersónicos”. En 1969, cuando el Apolo 11 aterrizó en el Mar de la Tranquilidad, nuevamente algunos creyeron que la civilización humana estaba llegando a su plenitud.

La fiesta se acabó

A nuestra generación le sucedió lo mismo que a la del tío Manuel. Apenas tuvimos edad para sumarnos al baile, la fiesta se acabó. El “apagón” lo dieron las dictaduras  latinoamericanas y la mencionada Guerra Fría. En 1971 el gran hit del cantante Don McLean “Bye Bye Miss American Pie” reflejó el nuevo estado anímico de la juventud norteamericana y europea. Aunque se inspira en el accidente de aviación que mató en 1959 a los cantantes de rock Buddy Holly y Ritchie Valens, la complejidad de la letra revela una completa desilusión. Los ’60 se desinflaban y se consumían como el zepelín “Hinderburg” en 1937. La estrofa N°5 dice: “Y aquí estamos todos en un mismo lugar, una generación perdida en el espacio, sin tiempo extra para comenzar de nuevo (…) algo se quebró en mí el día en que la música murió”. En el fondo, un tema muy similar al “Baile de los que sobran”, de “los Prisioneros”. Un reflejo de nosotros, los “ochenteros sudacas”.

 

Perdidos en Periodismo

En 1980, varios representantes de nuestra generación “alunizamos” en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Llegamos a la calle Los Aromos, a un costado del Pedagógico, cargando máquinas de escribir portátiles y preguntándonos si  estaríamos cometiendo un error. Después de todo, la censura a la prensa bullía amenazadoramente en todas partes. Desde el momento en que pisamos las baldosas amarillas del vestíbulo, caímos en un realismo mágico,  muy a tono con el “boom literario”. Lo que creíamos que era un campus universitario era una zona intervenida. Como si fuera poco, en 1981 se firmó la nueva ley de universidades que atomizó a los planteles tradicionales e impuso el sistema de créditos financieros. Los profesores iban y venían. Algunos se despedían con clases magistrales, otros eran exonerados. Comenzaron las protestas y  el Pedagógico dejó de pertenecer a la Universidad de Chile. Durante los cuatro años de estudio, más el par de años extras para la memoria, vivimos un peregrinaje forzado por tres edificios. En los patios aparecían rejas o casetas con guardias para que las distintas carreras no pudieran compartir. Mi hermana, que estudiaba en la UTE (desde 1982, USACH) era testigo de cosas parecidas. Por ejemplo, de un día para otro, el anfiteatro griego donde los alumnos se reunían, apareció lleno de agua, habilitado con peces de colores y plantas. El casino se dividió en otros más pequeños, de carácter itinerante. Definitivamente, estudiar en un campus chileno en aquel tiempo era parecido a visitar un psiquiátrico. La envidia me corroía cuando en el cine exhibían alguna película europea, donde aparecía algún magnífico campus, rodeado de  edificios góticos, prados, laboratorios, bibliotecas con columnas romanas y una intensa vida intelectual.

Talentos para las horas muertas

Para llenar las horas vacías causadas por la ausencia de profesores o erráticos horarios, los “lunáticos” improvisamos diversos grupos de estudio, de acuerdo a los talentos de cada uno. El “Gato” Ale se “tomó” la radio. Hacía programas donde explicaba conciertos y clásicos de todas las épocas. Luis Opazo, de Chiguayante, llegaba con los  grandes hitos de la literatura. Sus “ayudantes” le conseguían el  “material prohibido”, como las obras de Pablo Neruda, los ensayos “Cómo leer al Pato Donald” de Ariel Dorfman y Armando Mattelard o “Las Venas abiertas de Latinoamérica” de Eduardo Galeano. También, circulaban cassetes con las canciones de Violeta Parra, Silvio Rodríguez y Víctor Jara. En este punto, las guitarristas Pilar Reyes y Orieta Collao nos deleitaban con estos temas y con el folclore de Temuco y Arica, sus tierras natales. René Naranjo y Víctor Briceño nos contaba las películas del cine arte. Mauricio “lulo” Tolosa fue uno de los primeros amonestados por protestar. Se fue a Francia y se transformó en nuestro “Run run se fue pa’l norte”. Le escribíamos cartas, como también, a otros estudiantes relegados a oscuros rincones provinciales. Recuerdo que Cynthia Rimsky (hoy, escritora) Eduardo Rosse, Ana María Quiñones y Sandra Rojas rescataron la antigua revista “Claridad”, símbolo de la Federación de Estudiantes (Fech). Repartieron una edición especial, impresa en rústicas fotocopias, con versos, artículos y caricaturas. Gracias a “Claridad”, recién comprendimos el “alma mater” o el espíritu universitario, pues todas las conexiones históricas con el pasado de la U. de Chile habían sido eliminadas. El reportaje central era sobre el estudiante José Domingo Gómez Rojas, poeta y crítico social de los años ’20, quién estuvo en la cárcel y falleció trágicamente. Menciono este rescate, considerando que este mes se están celebrando los 30 años de la re-fundación de la Fech.

Armando Rubio
Armando Rubio

Vuelo al vacío

Por alguna extraña razón, los “mechones” de 1980 teníamos una profunda vena literaria. De esta forma, un personaje marcó en nuestro paso por las aulas. Era el poeta Armando Rubio, alumno del último año. Su largo cabello, su pálida piel y sus abrigos negros lo destacaban en los pasillos de la escuela. En diciembre de ese año, supimos que se había caído desde un balcón. Ese triste vuelo al vacío fue como un presagio, pues varios de nuestros compañeros tendrían un triste final en plena juventud. Me refiero a Jaime Valdés, nuestro querido filósofo de café, Quemil Ríos, el navegante de Calbuco, el esforzado Germán Maldonado y la “negra linda” Olga Araya.  Ellos murieron después del regreso de la democracia. Tal vez, sus espíritus eran demasiado elevados para un periodismo que se iba volviendo prosaico y consumista. Quizás, quedaron en sus retinas estos versos de Rubio:

Soy un oscuro ciudadano
Abandonado en medio de las calles
Por el cuchillo sin pan del mediodía
Despojado y marchito
Como el reloj de las iglesias
Sin otro oficio que vagar entre disfraces

Pido perdón por no nombrar a todos mis compañeros. Cada uno está en mi corazón. Nosotros, la generación de la Luna hemos rodado entre éxitos y fracasos. Hemos conocido la represión y la libertad, la precariedad y el vértigo. Tenemos un currículum que nunca parece alcanzar la vanguardia. Nos desplazamos en forma etérea y eficiente entre los laberintos de una realidad de ciencia ficción. Pese a todo, hay una cosa que jamás hemos perdido: el misterio plateado de la luna prendido en nuestras pupilas.

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7 Comentarios sobre “La Generación de la Luna… Desilusiones y Vuelos

  1. Lo leí tarde, pero con el interés de cuando uno encuentra una carta perdida. Me dio nostalgia como el Stoner ese: “Pilar Clemente le habla a usted a través de 4 decadas”.

  2. Generosa y ardiente tu pluma, amiga… me emocionó revivir historias y sentimientos compartidos en una época de dolor, de sueños y fuerza. Abrazos.

    1. Gracias tocaya y amiga. Cada vez que vuelvo la Mirada hacia atrás, veo que la epoca universitaria nos dejo algo profundo, entre dolor y Fortaleza para encarar la vida.

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