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La primera vez que escuché hablar de la Jota, fue en Angol, en una de mis vacaciones de infancia. No recuerdo el año exacto, pero sí, que estábamos en pleno gobierno de la Unidad Popular. Mis primos, los mellizos, habían entrado a la Jota. Nunca hablaron conmigo del tema, ya que era muy chico; sin embargo, recuerdo que me indicaron cual era la sede. Se trataba de una casa de dos pisos, a los pies de la casa de mi abuela; donde se podían ver jóvenes en las ventanas y el patio, la mayoría fumando y conversando. Años más tarde me enteré que había tenido varios otros primos y primas en la Jota; entre ellos uno que fue dirigente en la Provincia de Malleco, cuya interesante historia contaré cuando me lo permita.

La segunda vez que oí hablar de la Jota, fue cuando me invitaron a militar en ella, el año 1979, habiendo recién entrado a estudiar Ingeniería en la Universidad de Chile.  Hasta ese momento mi resistencia contra el Régimen había sido absolutamente solitaria y se había reducido fundamentalmente a manifestar mi opinión contraria, en todos los espacios donde era posible hacerlo. Cuando entré a Beauchef tuve, por primera vez, la posibilidad de hacer algo más concreto para oponerme a la Dictadura.

Hasta ese momento, en la Escuela, todos los dirigentes eran designados por las autoridades de turno. Sin embargo ese año se había decidido elegir a los vocales, que iban a ser representantes de los estudiantes en la Fecech, que era la organización títere creada por la Dictadura para reemplazar a la disuelta Fech. Este proceso activó toda una discusión política en la Facultad, una toma de posición de los alumnos, dependiendo de si apoyaban a un vocal del Régimen o a alguien de oposición. Fue ese momento, cuando se me acercó Ernesto; un ex alumno del Instituto Nacional, para contarme que nuestra promoción había decidido levantar la candidatura a vocal de la Dinka.

Ella era una chica muy atractiva, que estaba en la misma sección de dibujo técnico que yo. Recuerdo que cuando dije que iba a votar por ella, unos compañeros fachos que estaban en mi sección, en los cursos de matemáticas, del gran profesor Moisés Mellado, y entre los cuales, había un ex miembro de la Fach y otro del Ejército, me dijeron “¿cómo vas a votar por ella, si es Comunista?”.

Bueno, no sabían que al decirme eso, me generaron aún más interés en apoyar su candidatura. Después de una rápida campaña, logramos elegirla como vocal de nuestra promoción. Durante ese tiempo, mi contacto con Ernesto siguió girando en torno a las conversaciones de política en los patios de la Escuela; hasta que un día me pidió que lo siguiera. No me explicó nada más. Acto seguido comenzó a caminar rápido hasta el edificio Dirección, cruzando el Hall Central y luego subiendo por las escaleras, hasta llegar al tercer y último piso, donde funcionaba la carrera de Minas. Al llegar allí, entramos a una sala desocupada, me pidió que cuidara la puerta y le avisara si venía alguien. En ese instante, sacó un paquete que traía guardado y que consistía en una caja de madera pequeña, que al abrirse tenía dentro un cordel y una vela. Colocó dentro de la caja un alto de panfletos que traía en un bolsillo,  abrió la ventana e instaló la caja sobre el marco. El mecanismo artesanal de la caja, consistía en que, al quemar la llama de la vela el cordel que sostenía la cara de abajo de la caja,  ésta se soltaba dejando caer los panfletos. Después de encender la vela me dijo, vámonos, y salió rápidamente. Yo bajé detrás de él, con el corazón en la mano. Llegamos a la entrada del edificio y miramos hacia el cielo; justo en el instante en que comenzaban a caer mágicamente los panfletos. Inmediatamente,  los auxiliares de aseo, que todo el mundo sospechaban eran sapos, empezaron a subir rápidamente las escaleras, para descubrir quién estaba lanzando los panfletos. No me acuerdo lo que decían los papeles; solo que tenían un dibujo del enano maldito, del Clarín, y que a pesar del miedo, sentí gran emoción al ver que los alumnos los recogían del suelo para leerlos.

Después de esta acción, pasaron varios días, hasta que uno cualquiera, se me acercó nuevamente Ernesto, para invitarme, a una fiesta, en la casa de la Dinka. Recuerdo que su casa quedaba cerca del Estadio Nacional. En esa fiesta, me encontré con un grupo de jóvenes, que al igual que yo, estaban en contra de la Dictadura, y con los cuales me identifiqué inmediatamente. Aún recuerdo la emoción que sentí, al ver que no era el único que pensaba así, y que había espacios donde hablar y organizarse. Debo decir también, que la Dinka estaba muy linda y que me sacó a bailar varias veces durante la noche; lo que aumentó aún más mi emoción.

Después de ese evento, y de varias otras charlas con Ernesto, un día me reuní, en el patio de la Escuela, no recuerdo si con él o con otro compañero, quien me  invitó, oficialmente a militar en la Jota; a lo que accedí sin pensarlo dos veces. Después supe que previo a este ofrecimiento habían hecho una investigación sobre mi, que incluyó ir a mi barrio a conocer mi casa.

A partir de ese momento, empecé a participar de las reuniones de mi base, que es como se llama a los núcleos de militantes de la Jota.

Éramos un grupo de más o menos 5 personas, que nos reuníamos semanalmente, en la casa de alguno de los miembros, para organizar nuestro trabajo político. Lo que decíamos en nuestras casas era que nos juntábamos a estudiar. Siempre que se convocaba a una reunión, además de acordar el lugar, nos poníamos de acuerdo en la la señal que debíamos atender, antes de ingresar al domicilio. Recuerdo una que era, poner una toalla colgada en la ventana, que indicaba que el lugar era seguro, y que por lo tanto se podía entrar; en caso contrario, es decir si la toalla no estaba puesta en el  lugar indicado, debíamos irnos rápidamente. Cada uno tenía una hora exacta para llegar, de forma  tal que nunca toparnos dos personas, ni en la calle ni en la entrada de la casa.

Las reuniones tenían casi todas el mismo formato. Una vez que estábamos todos reunidos, llegaba alguien de la Dirección que sacaba un papelito,  nos daba el informe político y nos anunciaba las actividades que estaban programadas para los días siguientes.  Luego de entregar su informe, esta persona se retiraba y nosotros nos quedábamos debatiendo y poniéndonos de acuerdo en cómo implementar las tareas asignadas. En general había un calendario anual de movilizaciones y acciones ya establecidas, que incluían, el ocho de marzo, día internacional de la mujer; el primero de mayo, día internacional del trabajo; la romería a la tumba de Víctor Jara, el natalicio de Neruda y el once de septiembre, entre otras. Estos eventos incluían, además de acciones de propaganda, consistentes principalmente en tirar panfletos, los días y noches previas, en algún territorio previamente asignado; la asistencia a las movilizaciones correspondientes.

Al cabo de más o menos un año, y al comenzar a interactuar con otros compañeros de la Escuela, me fui enterando que existían en la Facultad, otras organizaciones políticas de oposición. En este proceso comencé a ver cada vez en forma más crítica la forma de la militancia en la Jota; hasta que finalmente decidí renunciar a la organización.

Aún recuerdo que cuando comuniqué mi decisión de retirarme, fui citado a una conversación con Pancho, el jefe de mi base. El día señalado, nos reunimos en el patio de la Escuela, donde estuvimos largo rato caminando y hablando, en la cancha, de un lado al otro, como lo hacen los presos. Yo explicando las razones por las cuales renunciaba y mi jefe, dándome sus argumentos para que no lo hiciera. Al final de esta conversación, y cuando Pancho, se cansó de tratar de convencerme que me quedara, me dijo, quizá como un último rescursos para convencerme de que me quedara, una frase que me quedó grabada.: “En la Jota nadie renuncia; sólo se la deja porque uno pasa al Partido, porque se muere o porque lo expulsan”. Pobre mi jefe no sabía que soy un tipo muy testarudo, y que en esa época lo era aún más.

A pesar de haberme retirado y después haber ingresado a militar en otra organización política de izquierda; aún recuerdo con cariño a mis compañeros de la Jota, varios de los cuales aún veo o me comunico con ellos en forma regular. Le agradezco a la Jota haberme brindado el primer espacio para luchar organizadamente contra la Dictadura. Le agradezco también haberme dado la oportunidad de conocer a gente maravillosa; a quienes hasta el día de hoy admiro por su compromiso, su valentía y su integridad.

Parece que es verdad lo que Pancho me dijo aquel día en el patio de la Escuela. Con el correr del tiempo, me he dado cuenta que, al igual que muchos otros; a pesar de que estuve sin militar muchos años, y de haber tenido y tener con ellos diferencias políticas (a veces grandes y otras veces pequeñas); yo sigo llevando a la Jota en mi corazón.

 

(*) La foto la tomé el  9 de marzo de 2005, en el funeral de Gladys Marín.

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