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Hace unos días atrás vi la película “Before the Rain” (Antes de la LLuvia),  la que me maravilló por la forma magistral en que fue construido un relato que en sí contiene  tres historias, las que unidas por el escenario de un inminente conflicto armado (Macedonia-Albania por los noventas) y la interrelación de sus protagonistas, componen un círculo entre sí, en donde las existencias quedan atrapadas por el horror de los fanatismos políticos, religiosos, nacionalistas, pero a la vez haciéndonos tomar parte -por la manera en que el relato lo hace implícito- por la vida, sus bondades y bellezas.

El filme nos introduce en su temática con la frase (¿o advertencia?) “El tiempo no vuelve, el círculo no se completa”, lo que ya, en mi sentir, provoca la reflexión y  predispone a favor de la vida bien vivida, a la existencia que se completa.

Inevitablemente he pensado en la pesadilla que se vive en el territorio de Israel y Palestina por estos días y en cómo nos involucramos con esa realidad la mayoría de nosotros, a partir de lo que nos presentan los medios informativos.  No cabe duda que allí se vive un infierno.

Muy difícil me resulta imaginar una solución profunda y perdurable entre naciones cuyos liderazgos reproducen las cuestiones históricas que arrastran por milenios, además de otras circunstancias recientes, que hacen más compleja su resolución.

No soy analista internacional ni conocedora a cabalidad de las causas y agravantes de ese conflicto, por lo tanto hablo desde mis impresiones y éstas van por el lado de la construcción que hacemos los occidentales, principalmente los latinoamericanos, acerca de los hechos, tan lejanos en distancia, historia y en todo lo que involucra una cultura.

Lo que nos da a conocer la prensa no nos deja apáticos y ante el espanto hacemos juicios y suele ocurrir que tomamos partido, nos abanderamos y manifestamos en la medida que nuestra emocionalidad se identifica con componentes ideológicos y/o valóricos que, en apariencia, nos dan sentido.

Todo ello es legítimo, pero compruebo que nuestra visión suele carecer de profundidad.  Lo que quiero decir es que muchas veces hablamos desde una delgada línea que separa la compasión del proselitismo, desde el interés por acercar lo que ocurre al otro lado del mundo porque sirve a nuestros idearios más que por humanitarismo.  No pretendo decir que carecemos de compasión, ella existe, sin duda, pero nuestras opiniones exaltan el poderío por un lado y la victimización por el otro, sin la conciencia de que nuestro lenguaje genera mundo, genera realidades y que lo que estamos haciendo es replicar una forma que viene moviendo esa historia tal cual la contemplamos hoy. No desconozco que ha habido intentos apaciguadores y que en determinados momentos ha rebrotado la esperanza, pero comprobamos que el problema sigue latente y se asoma con crudeza.

A no ser que justifiquemos la guerra como medio legítimo y efectivo para alcanzar justicia y armonía; a no ser que tengamos la convicción de que el mundo se mueve como un juego de poderes; a no ser que se descarte o se considere como un mal menor el hecho de que la violencia genera reacciones de resentimiento y más violencia:

¿qué nos impide hablar desde un lugar distinto?
¿qué nos limita el pronunciarnos en favor de la vida; el describirla exaltando sus cosas buenas, exigirla así como un derecho para todos los hombres y mujeres sobre el planeta, haciéndolo con la misma vehemencia de aquellos que se expresan a favor de uno u otro bando?
¿qué nos imposibilita imaginar formas que puedan detener o evitar la monstruosidad que se desata en la guerra y vocearla desde la tribuna que podamos?
¿quién puede afirmar que ello no contribuiría a dar mayor espacio en la conciencia de la humanidad a la necesidad de la paz y al derecho de todos a la felicidad, por sobre dogmas y creencias?

De milenio en milenio, de siglo en siglo, se ha vuelto difícil desatar un nudo ya tan apretado, pareciera que tanta tecnología comunicacional ha vuelto complejo el hacernos callar para oír el silencio anterior a las palabras, para reconocernos iguales en nuestros balbuceos y desnudez originales.

La esperanza siempre está y el desafío es mayor:  hallar la forma lúcida y luminosa que por sobre el bullicio de la Torre de Babel, logre atraer las miradas al lugar del encuentro.

 “Dichoso quien no tiene una patria;
la contempla todavía en sus sueños”.
(Hanna Arendt, 1946)

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