Compartir

Hace un poco más de dos años, cuando la temporada cinematográfica 2011 recién arrancaba en febrero en la gélida Berlín, no era mucha la gente que, fuera del circuito cinéfilo internacional, había oído hablar del director iraní Asghar Farhadi. En esa edición del Festival de Berlín, sin embargo, todo eso iba a cambiar radicalmente. Porque bastó sólo la proyección ante la prensa de ‘Una separación’, quinto largometraje de Farhadi, para que se produjera en la Berlinale una auténtica explosión, de  esas que, sólo muy de vez en cuando, estremecen con potencia sísmica el mapa del cine mundial.

Empujada por el instantáneo aplauso de la crítica, la película de Farhadi impactó al jurado berlinés y ganó el Oso de Oro de ese año. Desde allí, el filme comenzó una carrera internacional imparable, que la llevó a obtener, uno tras otro, el Globo de Oro, el David di Donatello italiano y el César del cine francés, entre muchos otros premios, hasta rematar el recorrido con el Oscar al Mejor Filme Extranjero. El nombre de Farhadi, hasta entonces difícil de memorizar, ya estaba en la órbita de la crítica y del más valioso cine de autor contemporáneo.

 

Nacido en 1972, Asghar Farhadi se formó en el teatro, como director y dramaturgo, al tiempo que realizaba sus primeros cortos, para debutar en la realización de su primer largometraje, ‘Dancing in the dust’ (Bailando en el polvo), en 2003. Su formación teatral es visible en cada línea de los cuidados guiones de ‘Una separación’ (2011) y ‘El pasado’ (2013). No se trata únicamente de diálogos bien escritos y personajes muy bien perfilados. El sello de Farhadi está en la forma en que articula sus relatos. En éstos, ninguna situación es insignificante o resulta atribuible al azar. Su cine responde a un mecanismo narrativo preciso, sorprendente y complejo, en el que el menor de los personajes puede jugar un rol clave y en el cual todos los gestos, silencios o miradas aportan información o emoción.

‘Una separación’, por ejemplo, se sitúa en una Teherán saturada de autos y repleta de gente en salas de espera de tribunales y hospitales. El filme comienza con la comparecencia de dos cónyuges, Nader y Simin, frente a la cámara, que toma el lugar de un juez. Ella, Simin, quiere divorciarse de su marido y poder así salir de Irán. Nader, en cambio, no tiene intenciones de dejar ni su casa ni menos el país, ya que se siente responsable del cuidado de su padre, afectado de Alzheimer. La mujer no consigue su objetivo legal al final de la entrevista con el juez, pero la separación de la pareja se produce de todas formas. Él queda solo en su departamento a cargo de su padre y su hija de 11 años.

Desde el primer instante de la narración, entonces, el espectador comprende que no le será fácil aquí tomar partido por nadie. La película le adjudica un rol juzgador, pero cada personaje tiene sus propias y respetables razones para sus acciones. A cada giro de la trama, Farhadi añade un nuevo elemento que hace más difícil distinguir cuales son las intenciones y propósitos de cada uno de ellos. Así, vuelve más frágil la zona de seguridad de sus personajes, que vacilan ante lo que, minutos antes, era una certeza, y genera creciente inquietud en quien mira, que ve cómo una situación que parece muy acotada adquiere impensadas connotaciones. En el caso de ‘Una separación’, la brecha irá mucho más allá de la pareja, hasta alcanzar a las diferencias sociales y económicas en Irán y las del propio Estado en relación a sus ciudadanos.

En el cine de Farhadi, además, los actos de los protagonistas tienen lugar en contextos muy claros y definidos -la sociedad iraní, en ‘Una separación’; la parisina, en ‘El pasado’- los que les ofrecen obstáculos distintos pero muchas veces insalvables. Y para hacer las cosas aún menos predecibles, en sus filmes suele ocurrir que un personaje que no pronuncia una sola palabra en todo el relato será clave en el entramado narrativo y emocional.

 

En su laboriosa arquitectura narrativa, Farhadi oculta ciertas informaciones clave al espectador.

Este escamoteo responde al deseo del director de exponer mejor las dimensiones más humanas de sus personajes, y de enfrentarlos -a ellos y al espectador- a hechos frente a los cuales no resulta posible conocer toda la verdad. Es un cine de intensas dimensiones morales, del que tampoco están ajenas las inquietudes relativas a la religión.

En el círculo inescapable de relaciones que describe el director en sus películas, las opciones y decisiones constantes que enfrentan los personajes retumban, como un trueno lejano, en conceptos religiosos. En ‘Una separación’ y en ‘El pasado’, los hilos que unen pecado y redención se tocan en los extremos más inesperados, hasta dar cuenta de una especie de karma.

La pequeña mentira, la breve falta de coraje, el desamor momentáneo, la indolencia pasajera, el arrebato impensado, conducen sin falta a pozos de desolación y angustia. Salir de ellos exigirá a cada uno de sus personajes un severo proceso de revisión íntima, un torbellino emocional de la que el espectador no se podrá desentender.

Esa es la fuerza demoledora del cine de Asgar Farhadi, el cineasta iraní que renueva la experiencia del cine desde lo humano y que debemos empezar a conocer.

Sitiocero Cultura

Compartir

Alguien comentó sobre “Asghar Farhadi: el cineasta del karma

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *