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“El gobernador la esta rompiendo” eso lo repetía una y otra vez don Ruperto el decano de los periodista locales, un hombre  encorvado, delgadísimo y brisando los ochenta, abrigado hasta más no poder invariablemente todo el año con sus  manos  siempre entumecidas como un “fiambre de la morge “ decía uno de los jóvenes reporteros de la  Radio  “Admiración”.

El Gobernador se había ganado rápidamente la simpatía de la siempre exigente elite local y eso que era uno de esos abajinos de la capital regional de la  que se decía se dejaba todo para sí, y postergaba cada vez más a la otrora orgullosa ciudad de Allipen. Cuando se supo de su denominación presidencial, el viejo patriarca Don Temisclotes  Buchon pasó una noche entera escribiendo cartas con su hermosa caligrafía a los principales diarios del país manifestando su disconformidad, y señalando que este equivocado nombramiento del supremo gobierno condenaba a una postración más larga que la del equipo local  de fútbol- de vuelto a la asociación de origen- su ciudad que lo tenía todo para ser la perla de la siempre conflictiva  región de  Los Límites no se merecía semejante desaire.

Los  incendios de camiones, barricadas en las carreteras, ya ni siquiera daban para titular del  diario local de tan frecuente que ocurrían. El comité de cesantes se había instalado con una olla común frente al edificio estatal demandando que la nueva autoridad renovará los contratos finiquitados. Es decir el comienzo de la gestión de la nueva autoridad provincial era complicado.

“Alberto no te rasques la bolas en las audiencias, mira que  en esa quinta pavimentada eso te liquida”,  le había dicho el Ministro del Interior mientras acariciaba unos de los inmensos gallos de pelea de plata que se enfrentaban por la eternidad en el despacho llamado de “las designaciones” del ministerio,  que en su actitud descarnada parecían recordar que la política es por sobretodo un combate cotidiano.

Alberto apenas terminada la entrevista grabó en su celular, el sabio consejo de ese ministro que se movía por el palacio del cuál algún presidente de antaño dijo “que tanto se sufre”. Como un diestro jugador de rayuela que afina la puntería entre “más le pone”. Camino rápido a donde su padrino que tenía su buffet  a unas pocas cuadras de La Moneda, pues necesitaba un préstamo para comprar un par de trajes que se ajustarán más a su regordeta figura que inexorablemente iba en aumento según pasaban los años. Pero a parte de las molestias que significaba para moverse con agilidad, no era obstáculo para tener muy buenas compañías femeninas  que era algo que si le importa mucho. No hubo problemas, el padrino saco el whiski de las grandes ocasiones y brindaron por este nombramiento que venía enorgullecer esa estirpe  que don Habib ese venerable hijo del desierto, había esparcido generosamente por este país que tan bien los acogió.

La llegada del nuevo hombre fuerte de la provincia fue golpeadora, de partida terminó la olla común, el primer día de su ejercicio en el cargo con una invitación a los manifestantes  a comerse una vaquilla -comprada con el dinero que le regalo el padrino- en el balneario del río. Allí se comprometió a conseguir nuevos cupos de empleos, solo necesitaba un poco de tiempo y por mientras que pasarán a buscar una cajas de alimentos para cada familia a la oficina.

Aunque solo había estado de paso en Allipén tenía los conocidos de la colonia, quienes esa noche le organizaron una cena de recibimiento que tuvo hasta los bailes de la Escuela de Danza Arabe de la envidiada y a la vez detestada  ciudad abajina. La nueva autoridad, aunque no era una actividad oficial releyó varias veces el consejo de su Jefe y mantuvo sus manos lejos de sus testículos, estos ya estaban pidiendo entrar en acción con esas odaliscas que parecían calentar la atmósfera más que las fogatas intencionales que consumían los bosques   de la empresas forestales cercanas y volvían esa noche como la más calurosa que se tuviera recuerdo según se lo expresara al otro día el sabio don Temistocles.

El encuentro con el patriarca de la ciudad fue intempestivo, al salir del cubículo del único cajero automático de la plaza, la inmensa figura tapo su salida y ante que dijera algo, la voz de Buchon le advirtió “no segaré a tener de vuelta en tu cargo a un hijo de esta tierra” y le dio la pasada sin dejarle margen de responderle.

Había  algo nuevo en esa plaza  que era el orgullo de los Allipense, pero que a él no le llamaba mayormente la atención, era el café “Los Tilos” que con femenino aspecto llamaba al alto gratificante, pensó que quizás no era adecuado ir a esa hora en la  que se suponía que tenía que recibir a una delegación de vendedores ambulantes que pedían su intermediación ante la Alcaldesa, pero el recuerdo su vieja costumbre  del express conversado en el establecimiento de la capital regional en donde se seguía el pulso de la política local pudo más, aunque por ahora no tuviera contertulio y su agenda actual en estricto rigor no se lo permitiera. Caminó lo más resuelto que pudo hacia el pequeño café que por esa hora recibía la visitas de las más conspicuas damas de las principales familias de la ciudad,  que hacían tiempo ante de ir a buscar a los hijos al colegio o venían a recuperar energía después de una extenuante sección de gimnasia o simplemente mataban el tedio acortando la mañana en el café de la “Martí” como lo llamaban entre ella aludiendo a la propietaria. Ocupo una de las dos mesas vacías, pudo observar los inmensos cuadros hiperrealistas del más afamado pintor local que inútilmente buscaban  algún interesado en adquirirlo, pero sus portentosas figuras le permitían disimular su interés en el  espectáculo que era ver esa mujeres un poco más o menos despidiéndose del mercado de las apetecidas, departir despreocupadamente e ignorando su dignidad de ser el personaje designado para ese territorio por  el Presidente de la República para asegurar que las instituciones funcionen. Que mejor prueba de que estaba haciendo su papel si podía disfrutar igual que cualquier ciudadano la reconfortante sensación de un buen café. Los vendedores ambulantes  que siguieran esperando algún milagro, pues sus atribuciones al respecto eran muy limitada.

A los pocos días sus tarjetas de presentación estuvieran lista y una vez más una audiencia se postergó, esta vez era la sección del Colegio Médico que por eso día amenazaba con una huelga debido al no esclarecimiento de una seguidilla de muertes de sus agremiados en extrañas circunstancias. Entró a la hora en que las modosas y bien mantenidas o enchuladas modelos féminas de la sociedad allipenses estaban ahí y dejó en sus mesas  el documento de presentación con su número de celular agregado en letra manuscrita  a cada una de ella con su tono de voz un tanto opaco por tanto cigarrillos, les dijo que estaba a disposición de los requerimientos  que pudieran  surgir y estuvieran en su facultad atender.

De ahí al día en que don Ruperto exclamó por primera vez “el gobernador la esta rompiendo” no pasaron más que algunos meses, hasta el octogenario don Temisclotes tuvo que reconocer que el hombre tenía sus  virtudes, pues gracias a sus gestiones se pudo conseguir la llegada de un experto español que logro exterminar una plaga poderísima que amenazaba con terminar con la producción del nueces principal sustento productivo local.

Si bien allá en las tierras conflictuadas entre forestales y mapuches nada cambiaba en la gestión, lo que impacientaba al mismísimo jefe de estado que se negaba a visitar la zona, la sociedad allipense lucía más armónica al compás del tono de mensaje del teléfono móvil del solicito gobernador  siempre dispuesto a cumplir con el mandato que dice “que hay dejar que  las instituciones funcionen”.

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