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En India, me llamaba la atención la continuidad del tiempo y el espacio en la manera de vivir. Me explico: no percibía un corte drástico entre las vacaciones y el año laboral, entre los días de “trabajo” y el fin de semana, entre la calle, la casa y la oficina. No había una época, como en París, Santiago y otras grandes metrópolis en que durante uno o dos meses la ciudad se detuviera, se vaciara, cuando todos sus habitantes huían hacia mejores rumbos, lo más lejos posible de sus espacios de vida habituales. No sentía el ciclo de los once meses de presión por un mes de desconexión.

Irse de vacaciones es “desconectarse”… de la vida cotidiana, de la forma en que “vivimos”, trabajamos y nos relacionamos con otros en nuestra normalidad. La imagen resuena bastante con aquella de los laboratorios del film Matrix, donde los cuerpos flotan en esos huevos conectados a través de tubos que succionan y crean el mundo que los tiene prisioneros del sistema.

En Chile, durante un mes las masas urbanas se van de recreo y regresan a través del “portal marzo” que, en una mezcla de sadismo y descaro, las agencias de publicidad y las empresas que representan asumen como un “marzaso” (o mazazo) ofreciendo créditos y facilidades para enfrentar lo imposible; el gobierno para no ser menos se suma con el “bono marzo”. Se entregan paliativos para que la reconexión sea menos violenta mientras la presión sube abrupta y continuamente sin dejar espacio para preguntas y cuestionamientos.

Pero ¿qué sucede durante aquel mes de vacaciones y desconexión? Que las personas encuentran el tiempo de  pasar tardes alrededor de una fogata o jugando a las cartas, de caminar por un bosque o sentarse a gozar una puesta de sol, que sienten el aire en los pulmones, que no ven ni leen las noticias que los aterran el resto del año, que leen libros y se atreven a preguntarse sobre la vida, a conversar con apertura y confianza. No es inusual esa sensación de que los niños crecen y pegan un estirón en vacaciones, lejos del estrés de la sala de clases y cerca de la vida y el descubrimiento.

El resto de los once meses es la conexión a la matrix. En el mundo del trabajo, por ejemplo, en las oficinas, grandes tiendas y construcciones se evitan las conversaciones, la relación con el otro, para que no afecte la productividad del sistema organizado. Se considera que mientras menos preguntas, menos contacto humano, menos personas, más eficiente, predecible y rentable es el sistema. Se deshumaniza y automatiza el recurso humano, si es posible se remplaza por maquinas o call center con grabadoras o con personas que contestan como grabadoras. También se deshumaniza el cliente, se automatizan los pagos y las ofertas con sistemas de información “inteligentes” que en lugar de ampliar las posibilidades  las acotan según el comportamiento previo. El sistema recomienda a cada uno lo que le toca comprar, comer, hacer en su casa.

En estos días en que nos visitó y se puso de moda José Mujica, el presidente uruguayo sin corbata que la clase política chilena idolatró como su rock star, llama la atención que muchos repitan y compartan sus discursos y opiniones, pero que pocos den siquiera un paso hacia su modo humano de vivir. Las palabras de Mujica surgen de una  manera de estar en el mundo, de habitar una casa de manera sencilla, de caminar y vestirse simplemente, de regar sus plantas, de tomarse un café en la cafetería del barrio, de tener tiempo para hacerse preguntas y conversar más allá de las ideologías y las consignas políticas calculadas y repetidas. Alerta, afectuoso y presente, parece que Mujica estuviera siempre de vacaciones.

Abrir el corazón dispuesto a cocrear en la conversación, a detenerse a leer y profundizar ideas, a hacerse preguntas que amplíen los límites del mundo; habitar comunidades generosas e impulsar empresas, organizaciones y movimientos generativos portadores de humanidad son actos que acercan un mejor futuro y construyen un presente más amable y feliz para vivir doce meses al año.

#ParaLeeConversa 
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4 Comentarios sobre “Desconectarse para vivir

  1. Cierto, abrir el corazón es la llave que permite el contacto humano con otros seres humanos. Reconocerse en el otro, en sus potencialidades y debilidades, en su humanidad. Eso lo primero, y de ahí casi imponerse la disciplina de los espacios de conexión o más bien reconexión. Detenerse, volver a dejar que surjan los sueños, alimentarlos y compartirlos. Esos viajes interiores que nos rescatan de una cotidaneidad que a ratos se vuelve difícil y conspira para que reinen las sombras más que las luces!

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