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La educación, como tema de discusión, ha superado los vaivenes en los espacios institucionales, de manera que actualmente su presencia alcanza diferentes dominios de la esfera social. Hablar de educación supone hablar de transformaciones, supone necesariamente situarnos en la relación de los unos y los otros, supone hablar de convivencia y por tanto de comunicación. La educación constituye uno de los principales ejes de construcción de comunidad y sus alcances van más allá de un problema económico o metodológico.

Hoy es menester plantear la educación desde la perspectiva de la comunicación. Las interacciones entre seres humanos ocurren permanentemente en un dominio de conducta que modela las corporalidades en un recursivo circulo virtuoso que nos determina como sistemas cerrados, esto es, en un sentido aristotélico, los seres humanos, como seres vivos somos cerrados a nuestras causas eficientes y lo que ocurre en nosotros, está determinado momento a momento por nuestro presente estructural en el flujo de interacciones que vivenciemos. Como sistemas autónomos, los seres humanos somos operacionalmente incapaces de recibir y transmitir instrucciones, de forma tal que vivimos permanentemente en una suerte de “interpretación” de perturbaciones de acuerdo a nuestros propios mecanismos de balance y regulación. La autodeterminación de nuestras fronteras corporales nos define como sujetos autónomos capaces no solamente de modificarnos a nosotros mismos, sino además de constituirnos como entidad. Somos identidad autoconstruida.

Las acciones humanas, como la comunicación y el lenguaje, ocurren en la conducta humana. Si bien nuestra neurofisiología hace posible el lenguaje, este no ocurre allí, ocurre en la coordinación conductual. Aunque como observadores lo distingamos contrariamente, al actuar, uno hace una correlación interna y no un acto dirigido a una realidad perturbadora, por el contrario, más bien un acto dirigido a aquello que falta, sin embargo, la dinámica interna no tiene que ver con el origen de la perturbación sino con la estructura que se modula en correlaciones de percepción-acción. Esto resulta importante para comprender que la acción en el medio configura el mundo que vivimos como seres humanos y lo que distinguimos es un conjunto de operaciones que surgen de nuestro propio vivir. Para un abordaje profundo del fenómeno de transformación relacional que denominamos educación, se torna necesario explicar estas coherencias de la experiencia humana, la experiencia siempre es coherente, uno hace surgir las cosas con las que se encuentra en el acto de encontrarlas. Un ejemplo de esto y sus implicancias hacia microidentidades de los seres humanos es el acto de leer; sólo pasamos la mirada sobre un papel, pero eso que llamamos lectura parece perturbar diferentes estados emocionales.

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La escolarización actual necesita mucho de la educación, por llamarla así, la “verdadera educación” sólo es aquella que reconoce a la acción humana como la única fuente de construcción de experiencias humanas de aprendizaje. Los humanos vivimos un campo visual y en ello construimos un espacio, hacemos distinciones cromáticas y en esas condiciones podemos ver, distinguimos identidades y en eso podemos crear comunidad. Los otros aparecen en nuestra relación con los otros, los aprendientes aparecen en el aprendizaje, cada vez que la relaciones gatillan cambios estructurales en nuestra corporalidad en que surgimos como los seres que somos hablamos de cambios de estado distinguibles para otros y nosotros mismos como conducta. Esta surge momento a momento desde correlaciones senso-efectoras en la operación del sistema nervioso como resultados de la dinámica de estados en un presente continuo cambiante correspondiente a una coderiva filogenética y ontogénica.

Al hablar de aprendizaje hacemos referencia a una regularidad que se estabiliza en la conducta del sujeto, de modo que el aprendizaje en este sentido es distinguido como parte de un espacio relacional. Comprender esto es interesante pues la conducta de un sistema vivo es determinante del flujo de su desarrollo, es decir, un estadio presente es resultado de su hacer en el estado previo, a saber, la acción modula un nuevo estado en el sujeto y un cambio de acción gatilla un cambio de estado. De esto se desprende que el curso de la transformación histórica de un sujeto se determina momento a momento, es una deriva. Así, la educación necesariamente debe entenderse como una deriva ontogénica en que el aprendizaje siempre es consecuencia de la historia individual de relaciones del sujeto con su medio, que en el caso de la escuela no son los contenidos, sino los otros sujetos con quienes se transforma en la convivencia.

De lo anterior se obtiene que aquello que vemos como conducta es expresión del presente de un sujeto (incluido su sistema nervioso) que a su vez es resultado de una deriva estructural permanente en su vida. El fenómeno del aprendizaje, es un acto comunicativo, recordemos que no tiene que ver con recibir o entregar algo, sino con cambiar permanentemente en la creación de un mundo de significados distinguido como conducta y que se da con el cambio de correlaciones senso-efectora. La comunicación, como coordinación conductual, tiene por resultado en un acto positivo la creación de comunidad, espacio fundamental para la transformación del sujeto.

Los contenidos en las relaciones escolares sólo deben ser estados con los cuales trabajar en comunidad, en realidad el aprendizaje no se da sobre un contenido, uno no aprende contenidos, los seres humanos aprendemos el espacio de relaciones en que surgen esos contenidos. Aprendemos a las personas con las cuales co-creamos esos contenidos. Educar no es instruir, aprender no es computar, pues no existe sustento operacional humano en un supuesto acto de transmisión de mensajes.

Ahora bien, la educación planteada como acción comunicativa requiere de la definición de la acción. Lo concreto se vive en el presente inmediato del sujeto de modo que las diferentes percepciones no constituyen una especie de mapeos de un mundo dado, sino de otra manera, son una forma creativa de traer a la mano un mundo de significación coherente a la historia encarnada del sujeto, este traer a la mano ocurre en una especie de bisagra entre acciones sucesivas de manera tal que se hace emerger un mundo de significados en el accionar. La existencia es organizada en las acciones, de forma que la acción –el hacer del agente humano- no sucede en un vacío histórico. Si concebimos la experiencia humana como acción encarnada entonces damos paso a la concepción del agente situado cuyo operar ocurre en el flujo recurrente de sus interacciones que permiten la emergencia de un mundo perceptual. La acción comunicativa consiste en la creación de comunidad en la coordinación conductual emergente en el flujo recursivo del hacer humano, justamente las transformaciones que tienen cabida en esta deriva he de definirlas como el proceso educativo. La cognición en este mismo plano no se dirige a un mundo acabado frente al sujeto sino al mundo tal como lo experimentamos, un mundo vivido y encarnado experiencialmente. De esto se desprende que una educación que permita la plena presencia de los individuos consiste también en un espacio en que la mente está presente en la experiencia corporal cotidiana, el aprendizaje no se da en la fisiología del individuo sino en el espacio conductual, de modo que lo que denominamos como educación consiste a su vez en espacios mentales de transformación conductual. Esto no quiere decir, es menester aclarar, que el cuerpo esté alejado de la educación, muy por el contrario, las interacciones del sujeto se constituyen en gatillamientos de cambios estructurales que generan cambios de estado evidenciables por medio de la conducta.

En síntesis, una educación entendida como acción comunicativa debe a su vez desarrollarse desde el presente vivencial del educando abarcando dos ejes fundamentales para su desarrollo, esto es, por un lado aquellas habilidades específicas que se clasifican como especialidades diferenciadas por sus características en dominios cognoscitivos particulares y por otra parte aquel desarrollo en que el sujeto se descubre a sí mismo en la validez de su presencia como ser humano, y es más, como un tipo particular de ser humano. En esta educación las relaciones son primordiales, más allá de los contenidos y metodologías, las relaciones escolares constituyen espacios de transformación en que verdaderamente se generan los aprendizajes.

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