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Corría 1977. Un extraño personaje irrumpía en los glamorosos estelares de la tele,  en el Festival de Viña del Mar y en el de la OTI. Fenómeno inusitado para una voz algo desafinada, ropa extravagante y el raro pseudónimo de “Florcita Motuda”, chapa que ocultaba al maulino Raúl Alarcón. Sin embargo, lo más llamativo no fue su apariencia, sino los contenidos de sus dos primeras canciones “Brevemente gente” y “Pobrecito Mortal” con las que hizo rugir al “monstruo”. Era extraño que gustaran tanto, pues no hablaban de amores imposibles, ni borracheras de olvido ni del rosario de mi madre. Tampoco incluían gemidos eróticos. “Brevemente gente” era una empatía con los sentimientos de las masas anónimas, que en esa década del silencio no tenían expresión. “Pobrecito Mortal” era una apelación al exceso de morbo y violencia en los noticiarios televisivos.  Quizás, su éxito radicó en la ambigüedad de sus letras, capaces de ser interpretadas en varios niveles significativos. Eran un llamado a la unión para combatir el miedo, la solidaridad, la esperanza y el deseo de una sociedad más humana. El coro: “Pobrecito mortal si quieres ver menos televisión descubrirás que aburrido estarás por la tarde. Aunque el informativo te estremezca, tu mientes y no puedes negar que te gusta” era repetido en todas partes. La rutina de comenzar los lunes en las oficinas, universidades y faenas comentando la agobiante lista de guerras, crímenes, robos, farándula, catástrofes, accidentes, brujerías, horóscopos y platillos voladores había sido brillantemente captada por “Florcita Motuda”. El mundo comunicacional era diferente entonces. Como él mismo lo describe en su canción, las familias se reunían en torno a un solo televisor en el living de la casa. Las mismas noticias resonaban en los medios escritos. En aquellos tiempos, por costos y dificultades tecnológicas, los periodistas internacionales solo “veían” el mundo cuando viajaban en la comitiva presidencial o gracias a sus propios bolsillos. Eso significaba que la mayoría de la pauta noticiosa era nacional, con algunos acentos en los países vecinos y en las grandes potencias que reflejaban la Guerra Fría. Así, mucho del material informativo que  llegaba a través del telex a los medios de prensa iba  a parar al basurero, pues no había espacio para notas de Africa, Turquía, Grecia, Chipre, Jamaica, el Tibet y otros lugares que no estuvieran “calientes”. En paralelo, funcionaba el “basurero secreto” de la censura. Época en la que tímidamente circulaba el contrapeso de las revistas alternativas, financiadas por organismos no gubernamentales que amparaban la democracia. Claro que “esas” noticias solo se comentaban en familia o entre amigos íntimos. Jamás en el trabajo ni en las fiestas.

El ácido humor español

En la España de 1942, Álvaro de Laiglesia, un joven escritor-reportero con gran sentido del humor, afilaba su lápiz en la revista “La Ametralladora” de Madrid. La publicación duró solo un año. Las razones son fáciles de imaginar a juzgar por el título, su línea satírica-política y la necesidad de usar pseudónimos para protegerse de la férula franquista. Poco después, renació bajo el ornitológico nombre de “La Codorniz” y con el lema: “La revista más audaz para el lector más inteligente”. Durante 33 años, el editor Álvaro de Laiglesia y su equipo periodístico no dejó títere con cabeza en España. A través del humor, juegos de palabras, poesías y caricaturas se dieron el gusto de reírse inteligentemente de todo y de todos. Pese a eso, fue censurada dos veces, en 1973 y 1975. La revista logró sobrevivir por el “affair” que de Laiglesia tuvo durante el año en que clausuraron “La Ametralladora”. Sin saber qué hacer, se inscribió en las Divisiones Azules para ir a Moscú a combatir a los rusos codo a codo con los alemanes. Esta aventura casi le costó una pierna y la amistad con muchos republicanos, quienes lo perdonaban solo por su tremendo humor. Demás está decir que el clero católico tampoco lo quería. No podían creer que el hijo de una “buena familia” fuera no solo deslenguado, sino que también un mal esposo, fumador, borracho, amante de la vida nocturna y de las “damas de compañía”. Todos criticaban a este reportero, pero nadie se resistía a comprar la revista y sus numerosos libros. Estos eran novelas y ensayos que denunciaban los vicios y virtudes de la sociedad española. Se vendían como pan caliente. Sus títulos eran una carnada capaz de enganchar a peces flacos, gordos, azules o rojos. He aquí algunos de muestra: “Solo se mueren los tontos”, “Una mosca en la sopa”, “El baúl de los cadáveres”, “La gallina de los huevos de plomo”, “Dios le ampare, imbécil”, “¡Qué bien huelen las señoras!”, “En el cielo no hay almejas”, “Tachado por la censura”, “Libertad de Risa”, “Se busca rey en buen estado”, “Nene, caca” y “Una larga y cálida meada” entre otros. En 1979 lanzó uno de sus últimos libros antes de su fallecimiento en 1981. Se llamó “Los hijos de Pu”.

Portadas de libros de Alvaro de Laiglesia
Portadas de libros de Alvaro de Laiglesia

Esos “mal nacidos”

El libro se burlaba de la costumbre “nacional” de buscar culpables a las tragedias sociales y personales, sin asumir responsabilidades ¡ni menos! tolerar el punto de vista del adversario. De acuerdo a la imaginación del autor, “Pu” era un mandarín chino cuyos hijos cargaban en sus hombros las desgracias del mundo. Los malos gobiernos, las guerras, las hambrunas, las peleas entre vecinos, y los “ostracismos” familiares eran provocados siempre por algún hijo de Pu.

Es una interesante coincidencia el que las dos canciones de “Florcita Motuda” y la publicación de “Los hijos de Pu” hayan acontecido tan lejos y tan cerca. En España, Francisco Franco había fallecido en 1975 y se vivía la euforia del regreso a la democracia, la búsqueda de justicia y el goce de la “vida loca”. En Chile, imperaba la peor parte del régimen de Pinochet y señoreaba el “apagón cultural”. Ni Raúl Alarcón ni Álvaro de Laiglesia imaginaron lo que vendría después, con la globalización, tv-cable, celulares, internet y claro…las redes sociales versus los medios tradicionales de comunicación.

La idea de educar a las masas, de fomentar públicos críticos e inteligentes o solidarizar con los dolores propios y ajenos fue poniéndose menos popular. La conversación rutinaria de los lunes, hace tiempo que dejó de ser la misma para todos. De hecho, hoy los canales de la televisión abierta están experimentando enormes bajas en el rating. Los públicos cautivos que se reunían en familia para ver las mismas noticias, las telenovelas, los estelares nocturnos y toda la clásica “parrilla programática” han roto sus lealtades y han multiplicado sus fuentes informativas. Solo van quedando aquellos que no han podido salvar la brecha digital. Las actuales masas opinan sobre los noticiarios a cada minuto a través de “Twitter”, “Instagram” y “facebook”. Por su parte, los medios de comunicación premian o incitan a sus lectores-televidentes a enviar sus mejores fotos y “copuchas” capturadas  desde sus fonos-inteligentes. ¡Hasta pareciera que sobran los noticiarios y los periodistas!

The end
The end

¿Pobrecitoooos?

La historia no terminó como lo anunció festivamente Francis Fukujama en 1992, poco después de la caída del muro de Berlín. Los grandes problemas ambientales, el desarrollo tecnológico, la brecha entre las poblaciones híper educadas y las medianamente educadas, la inmigración, las recesiones económicas y la necesidad de buscar un desarrollo más humano y sustentable han puesto en el tapete el futuro de los países. Mientras el panorama se torna confuso, las masas buscan su “nicho”. Paradojalmente, suele predominar la separación, el individualismo y la intolerancia. Los lunes se inician en las redes sociales con la “causa favorita”. Circulan llamados para salvar a los osos polares, a sumarse al vegetarianismo, a exigir la libertad de las niñas cautivas en Nigeria, los que recuerdan a Mandela, los que insisten en Hitler, los que defienden/atacan al estado islámico, los que apoyan a Israel, los que dan la alarma por el Ébola, los que buscan misioneros para Haití, los que increpan al gobierno mexicano por los 43 estudiantes asesinados, los que acusan a Obama de ser el nuevo “Papa negro”, los que arremeten en contra de Putin por la crisis de Ukrania, los que  solidarizan con Cuba, los que dicen saber la última teoría de la conspiración…¡en fin! Las noticias se han convertido en torres de Babel donde cada cual condena a quienes no ponen el debido “me gusta”. Varios anuncian con jolgorio haber “eliminado” a los “Hijos de Pu” que encontraron infiltrados entre sus contactos. La progenie del “venerable Pu” tiene más trabajo que nunca.

Por otro lado, los “pobrecitos mortales” ya no se dan por aludidos con poemas o canciones solidarias. Es fácil verlos en estos días haciendo cola para entrar a un mall, desesperados por no perderse detalles del fútbol y de los matinales en las numerosas pantallas que invaden todos los espacios públicos. En Japón, la presencia de televisores se encuentra hasta en los ascensores. Dentro de esta vorágine comunicacional, me encontré con una maravillosa película realizada por Sonia Nassery, actriz y directora afgana. La cinta se llama “El Tulipán Negro” y relata parte de la historia familiar de los Nassery en Afganistán. Después de la invasión rusa y en la  actual hostilidad talibana, abren un café llamado “La esquina del poeta”, que ofrece comida y libertad para recitar o cantar. Pronto, se forma una larga línea de gente. El dueño sale a preguntar, pues todavía hay mesas vacías. Los que esperan su turno son los que desean declamar. Un anciano, el más sabio, recita el poema que da el nombre a la película. El poeta es asesinado días después por cantar a la tolerancia y a la comprensión mutua. Entonces, recordé que en España, en Chile y en tantos otros países hermanos hubo tiempos en que los poetas, escritores, reporteros y artistas provocaban a las multitudes. Las masas se disputaban sus libros, revistas y conferencias. La “gente” de hoy disputa su lugar para obtener un teléfono inteligente que sustituya su propia inteligencia. ¡Qué lejos está el estribillo de “Florcita Motuda”!

Te miro….gente

Te respiro…gente

Y acerco mis manos

Y te siento…gente

Desde un lugar distante me acerco consciente

Con mi ser candente te abrazo y te tomo

Desnuda, naciente, vibrante y consciente

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