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El himno del Instituto Nacional estaba escrito en la libreta de comunicaciones de tapa blanca con la insignia en rojo y azul. Ese himno dice que el colegio fue el primer foco de luz de la Nación.

Mi relación con el Instituto tuvo dos etapas. La primera fue, en 1971, cuando estaba en quinto básico y me hicieron dar la prueba de admisión. Estuve varios meses preparándome para esa prueba. Hasta mi papá contrató una profesora particular de inglés. No recuerdo si aprendí mucho con esa profesora, solo me acuerdo de su minifalda y de cómo fruncía la boca cuando decía biutiful.

Pasada la etapa de preparación, un día, me llevaron a dar la prueba. No tengo muchos recuerdos de ese momento, solo de mi sorpresa, cuando me entregaron las hojas. No había ninguna pregunta de materia, nada de matemáticas, nada de castellano, nada de biutiful; solo estaban interesados en saber ¿qué hacían mis padres?, ¿cuántos hermanos tenía? y cosas por el estilo. La pregunta que me dejó más perplejo era una que pedía que marcara en un mapa, el lugar donde estaba mi casa. Miré el mapa y mi barrio no aparecía por ninguna parte. La Gran Avenida no estaba. Fui donde el profesor y le pregunté qué hacía?. Su respuesta fue, no hay problema, coloca una cruz fuera del mapa. Así lo hice, y eso sería todo. No quedé. Fin del Instituto, al menos por ese momento.

Pasaron los años y cuando salí de primero medio, le dije a mis papás que el liceo donde me habían matriculado, el número 14 de La Cisterna no me gustaba. La verdad estuve todo el año reclamando porque sinceramente ese liceo no me gustaba para nada. Primero, era de puros hombres, segundo todo lo que enseñaban lo sabía y tercero me cargaba entero, el edificio con mis compañeros y los profesores adentro. El inspector era un viejo chico y bigotudo que se creía milico. Se paseaba marchando gritándonos todas las tardes en el patio. Era una pesadilla ese lugar. Lo único rescatable fue que me saqué buenas notas,  lo que junto a mis reclamos constantes, incentivaron nuevamente a mi padre a buscarme matrícula en otro colegio.

El año 1976, finalmente entré a segundo medio al Instituto Nacional. El cambio fue muy grande. Lo único parecido con mi antiguo liceo era que los dos eran solo de hombres, y que ambos compartían edificios horribles; todo lo demás era diferente. En primer lugar, mi curso era el segundo I, si segundo I. Qué era eso?, hasta ahora yo sabía que los colegios tenías cursos que eran A o B o hasta C. Un colegio que tuviera un curso con letra I, era algo fuera de todas mis expectativas. Ese fue el primer golpe al ego. Yo estaba en un curso al final de muchos cursos iguales, o sea, era uno más del montón.

Otra cosa que me llamó la atención de este nuevo colegio, era que los patios eran de puro cemento y estaban en los pisos superiores, rodeados de edificios. Más que un colegio, parecía una cárcel de niños. Niños, niños y más niños, rodeados de cemento, gritando y chillando por todas partes. Era como si en ese espacio, su bestialidad se potenciara. Una bomba de testosterona, contenida por las paredes de cemento, para evitar que se escapara hacia la calle quizá con que nefastas consecuencias.

Ingresar al Instituto significó también para mi, empezar a conocer la ciudad, mucho más allá de mi barrio. Allí aprendí que había otros barrios en Santiago. Que existía el Centro, la Pila del Ganso, Ñuñoa, La Reina, Providencia y Las Condes. Nombres que nunca había escuchado, lugares que nunca había visitado.

También, mis compañeros eran personas distintas, hablaban distinto, se comportaban diferente. Hasta el desorden era original. Por ejemplo, los borradores eran de palo, y se llamaban borradores y no almohadillas. Mis compañeros se los tiraban por la cabeza, adentro de la sala. Imagínense una sala con cuarenta y dos bestias, tirándose un borrador de palo por la cabeza; al tiempo que hacían sonar los escritorios como tambores. Eso ocurría en los cambios de hora por ejemplo.

Al poco tiempo de iniciadas las clases, me fui haciendo de amigos, el primero fue el Rata, que era el único compañero que también vivía en la Gran Avenida. A través de él, conocí al resto de su grupo, “los que se quieren”, así les llamaban. Nunca me gustó ese nombre, lo encontré siempre medio gay; sin embargo, ellos fueron mis primeros amigos del Colegio, y uno de ellos, es hasta el día de hoy, uno de mis más grandes amigos.

El profesor que más recuerdo es el de Química y Biología, el Pickle. Le decíamos así porque el pobre viejo era alcohólico. Decían que se arrancaba al laboratorio de química,  a tomar con algunos auxiliares. No me consta. Eso sí, recuerdo que una vez llegó muerto de borracho a hacernos clases. Estaba tan curado que hasta lloró en la sala. Después de eso algunos padres se quejaron y lo echaron. Era divertido ese profe, nos sacaba a interrogación, casi todas las clases, y nos ponía una nota en el libro. En la clase siguiente nos sacaba de nuevo; rayaba la nota anterior y ponía una diferente encima y así sucesivamente, semana tras semana. Su parte del libros era una inmundicia, llena de borrones, manchas y correcciones. Frente a nosotros, limpiaba sus lentes con el dedo mojado en saliva. Imagínense con ese método de limpieza, la transparencia de sus cristales.

El Nacional fue también, el lugar donde comencé a hablar de política; sin temor. Donde empecé a discutir con mis profesores, sin reverencias ni miedo, solo con argumentos. Una vez un viejo, que nos hacía historia, me trató de subversivo o algo así, pero fue una excepción. Me acuerdo de un hecho que nos marcó a muchos. Siempre la jornada semanal partía con todos formados en el patio, cantando la canción nacional, con la estrofa esa que obviamente yo nunca canté (en esa parte solo movía la boca). Aquella semana se conmemoraba el 11 de Septiembre, así que estaban todas las autoridades; incluyendo unos pacos con sus uniformes planchados. Paréntesis, nunca entendí porque a los pacos les gustaba tanto ese colegio. Bueno, después de los discursos, que obviamente ninguno pescaba, salió a cantar un compañero, con su guitarra. La canción que eligió para conmemorar el acontecimiento fue  “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara. Quedó la cagada. Fue tanto el escándalo que en la clase de filosofía, el profesor nos hizo reflexionar sobre lo que había pasado. Claro que ese profe, la verdad, no nos pareció muy molesto con lo que había ocurrido.

Estuve solo tres años en ese colegio; sin embargo, hasta ahora, hablo con orgullo de ese tiempo. Sé que los Institutanos somos un poco chauvinistas con nuestro colegio. No somos los únicos. Pero de verdad, cuando camino por la Alameda y cruzo Arturo Prat, aún me lleno de emoción al ver mi colegio y a esos niños y jóvenes que lucen con orgullo su institutaneidad.

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4 Comentarios sobre “Foco de luz

  1. No es que quiera menospreciar al “Instituto” o a “los Institutanos”, sin embargo quiero recordar que no es, como dice su Himno, el primer “foco de luz” de la educación chilena, pues éste se encuentra en Rancagua. El 16 de diciembre de 1791 fue dictado un decreto por Ambrosio O`Higgins, que creó la primera escuela Laica de Chile, la ex- Escuela Superior de Hombres Nº 1.
    Saludos

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