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Siempre quise hacer radio, de hecho a mis 16 años fui director de la emisora interna del colegio, que sólo era un pequeño reproductor de casetes y un micrófono, que se enchufaban a un amplificador al cual estaban conectadas varias bocinas a lo largo del patio principal. No recuerdo cuántos recreos teníamos, creo que eran tres, así que en la mañana tipo 10 transmitía diez minutos, luego cerca del mediodía unos diez más y finalmente a las 14 horas, unos quince minutos. Todas las noches debía preparar los casetes con las 6 o 7 canciones que iba a poner al día siguiente. Además junto a un compañero habilitamos una radio móvil, es decir los mismos equipos pero arriba de un carro de madera con bocina y con ruedas de carretilla. Entonces podíamos  trasladarnos a los lugares más alejados donde por supuesto hubiese enchufes, y “cubrir” actividades deportivas o distintos tipos de eventos. Le decíamos el “Móvil de Cooperativa” ya que en aquellos tiempos campeaba muy fuertemente Sergio Campos y ese redoble noticioso que casi siempre anunciaba tragedias. También se me ocurrió como modo de renovación de la propuesta musical, pedir al aire que “las tribus urbanas” existentes llevaran sus casetes y en alguno de los bloques ponía la música que los distintos “públicos” deseaba. Fue un caos pues se hacían verdaderas aglomeraciones en la puerta de la radio, y la pelea de los estudiantes por imponer una u otra tendencia musical, y mi incapacidad de ponerles freno, terminó por abortar el experimento.

Fueron dos años de transmisiones con un casi valiente acto de mi parte. En esa época, en plena dictadura y antes de las protestas nacionales, un 10 de septiembre y en el recreo más concurrido, cuando entraban los padres o las madres a buscar a sus hijos de enseñanza básica, y estando todo el colegio fueras de las salas y oficinas, cantó Víctor Jara. No era menor, si consideran que una parte de los apoderados eran de derecha, y muchos de ellos con altos cargos en la Dictadura. De esta manera siempre llegaba el soplo de los momios al Ministerio del Interior, lo que “realmente” estaba pasando en el particular colegio rojo. En fin, esa experiencia me enseñó el poder de la radio, las enormes posibilidades no sólo de decir lo que uno piensa o poner la música que a uno le gusta, sino la de congregar personas en torno a ella y generar dinámicas participativas y a la vez educativas y de entretención, entra tantas otras posibilidades y potencialidades del medio.

En aquellos duros tiempos para Chile, tuve el privilegio de conocer a un maestro de la radio, que sin lugar a dudas junto a Raúl Matas ha sido el comunicador, productor de programas y de sellos más importante que ha tenido el país: Ricardo García. Para las generaciones actuales puede que este nombre nos les diga nada. Bueno fue co-creador del Festival de Viña, congregó y puso al aire a la totalidad de los músicos y cantautores del neo folclore, acuñando el nombre de la Nueva Canción Chilena: trabajó con Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, Patricio Manns, Ángel e Isabel Parra, entre tantos y tantas otras. Creó en Dictadura el Sello Alerce que dio un impulso aún más masivo a la Nueva Trova Cubana y sobre todo hizo extensivo el Canto Nuevo a los segmentos sociales que no iban a las peñas o al Café del Cerro. Con Ricardo conversé algunos meses, él supo leer profundamente mi interés por las comunicaciones y de un sopetón me regaló un libro completísimo de Los Beatles con imágenes y toda su historia, un casete de Jara, su primera antología en un sello después del golpe de estado, y una enorme, pero enorme cantidad de material auditivo de Salvador Allende, que muy asustado llevé en una mochila a la casa y que tenía que escuchar con fonos, de noche y a muy bajo volumen en mi Radio Aiwa. Fue una experiencia casi clandestina en una esquina de la pieza oscura.

Parafraseando a Ricardo Martínez en un artículo escrito para las Ultimas Noticias, el adelantado aporte de Ricardo García fue realizar una curatoría radial. Pues él nunca se consideró DJ, es decir sólo un programador y comentarista de hits, sino un productor radial de programas, capaz, por una parte, de elegir fina y libremente, entre centenares de temas, los que él creía que sus escuchas debían oír, es decir  fue el primer hombre de radio que se planteó educar a la audiencia; y por otra, su selección musical era la elección del espíritu de la época, de lo que venía naciendo en las conversaciones cotidianas, y que no se escuchaba ni se veía a simple vista, aquello imperceptible, que poco a poco fue la savia nueva en la construcción de un país más humano.

Ya han pasado 31 años desde que fui director de la radio del colegio y 28 desde que me tomé el último café con Ricardo García, y si bien hoy no hago preferentemente radio en el dial AM o FM, conduzco un programa On Line: nuestro querido Vuelvo al Sur, que transmitimos desde Valparaíso, Cerro Playa Ancha gracias a la Radio Claves del Sur de Buenos Aires. Junto a Gonzalo Ilabaca el pintor, y Andrés Rojo periodista y escritor fantasma, como le gusta autodenominarse, nos juntamos todos los jueves en la noche para hablar relajados, de distintos temas de la cultura, de la política, de personajes históricos vivos o muertos y para realizar entrevistas a gestores y artistas.

Pero más allá del formato, mí apuesta, y que han acogido y enriquecido generosamente los panelistas, es lo mismo que sin pensarlo demasiado hice cuando muy joven: en primer lugar, decir sin resquemores y sin demasiada parafernalia, lo que uno piensa, luego invitar tanto a las audiencias como a los entrevistados a participar de un diálogo fraterno, cariñoso, creando un ambiente acogedor, como en la casa de uno. Y lo más importante, siguiendo sin falsa modestia, los pasos de quien considero mi verdadero maestro en el mundo de la radio, y en lo posible ampliando aquello que me enseñó y nos legó a todos Ricardo García: poner en un movimiento perpetuo distintas temáticas conversacionales y musicales, capaces de aunar voluntades y construir comunidad en el lenguaje y la cultura, en suma poner y compartir en el aire de todos, un modo de ver, construir y musicalizar el mundo que deseamos profundamente habitar.

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