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Kiara, es ahora para muchos el símbolo del dolor de los niños y niñas del puerto de Valparaíso. Pero es una niña y no fue su opción ser conocida de esta manera. ¿Qué sentido tiene mostrarla por televisión?

El reciente terremoto del norte de Chile y el terrible incendio de Valparaíso, nos inundó de imágenes y relatos de dolor. Es entendible, la fragilidad de lo humano se hace evidente, también nuestras pobrezas muestran su lado más triste. Sin embargo, no me refiero sólo a los problemas estructurales o de diseño de las ciudades, sino al rol de los medios y nuestra función periodística.

Estoy segura que ningún periodista o medio quiere provocar daño, pero eso no es suficiente porque muchas veces lo hacemos y eso es inaceptable. Algunos ejemplos son los colegas que entran a las piezas de los albergues mostrando la poca intimidad que les queda a quienes perdieron todo o niños y niñas interrogados hasta llegar a las lágrimas en búsqueda de la “nota humana” en más de algún noticiero.

Necesitamos avanzar en el desarrollo de una práctica periodística con enfoque de derechos, en otras palabras, que asuma que la construcción noticiosa se hace junto a otras personas (unos otros significativos) y tiene consecuencias en otras personas (otros significativos). Detrás de los raitings, masas anónimas y audiencias abstractas, hay siempre personas. Personas que quieren ser felices igual que nosotros y que tiene miedos bastante similares a los nuestros.

Por eso un micrófono invasivo, una pregunta irrespetuosa e insensible, una toma que vulnera límites de dignidad, hacen daño. Cuando la persona vulnerada es un niño, una niña o un adolescente, es crueldad. Como periodistas tenemos poder: elegimos a quien dar voz, definimos las preguntas, escogemos el ángulo que mostrar, seleccionamos lo que publicaremos de lo grabado y optamos por tal o cual contexto. Ese poder exige responsabilidad extrema cuando estamos relacionándonos con niños y niñas. ¿Qué posibilidades ciertas tienen de negarse a colaborar con nosotros? Casi ninguna.

Varias investigaciones dejan en evidencia que los niños, niñas y adolescentes tienen espacio en nuestros medios principalmente como víctimas y consumidores. En situaciones de emergencia como las que hemos vivido este último tiempo, niños y niñas que aparecen en los medios son en su mayoría vulnerados en su derecho a la privacidad, a la dignidad, a ser protegidos y están en evidente riesgo de revictimización.

Las múltiples denuncias que ha recibido el Consejo Nacional de Televisión por el reportaje de un periodista de TVN, miles de conversaciones en redes sociales y las propuestas para enfrentar el tema como la que hizo el Consejo Nacional de la Infancia, dan cuenta de la necesidad de un cambio profundo. No hay vuelta atrás, la protección integral de niños, niñas y adolescentes y el cuidado incondicional que se merecen, es también parte de la responsabilidad periodística que debemos tener.

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