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Quieta miro la herida en mi muslo y hago el mismo recorrido que hizo el bisturí. Una cicatriz larga que se cierra, a su lado un lago, adentro peces dorados.

Me cortaron el fémur con una sierra, limaron, martillaron, atravesaron con instrumentos el enjambre de los músculos, pusieron tornillos. Instalaron un cuerpo ajeno al mío.

(Pequeño artefacto de titanio, robot moderno, tendrás que ser mi hueso hasta que decida partir a las tierras del cielo. Te quiero, te hago mío, te dejo entrar a formar parte de mi tribu.)

Recuperándome, quieta como mi Tomás, miro, contemplo el paso del día, la travesía de la luz entre el follaje. La vida se transforma segundo a segundo. Átomos, células, el rumor de infinitos organismos reproduciéndose. Al amanecer es el concierto de los pájaros, ¡cómo no mantenerme despierta! Todo eso ante mi para el deleite de mi alma… Descubro sensaciones nuevas, el sol se cuela y persigo ese calor con mi espíritu calmo que se monta sobre un caballo que va al paso como si no hubiera tiempo. La casa se despierta, se mueve, voces, carreras, niños que se caen o piden desayuno. La radio habla de Venezuela, Ucrania, alzas y bajas, flagelos. Esta vez, por vez primera no soy parte del movimiento, solo observo. Vivo del lado del silencio, no puedo moverme, no puedo hacer nada, estoy del lado de los que piden, necesitan, reciben, son atendidos. Un rosario de novedades que recorro como oraciones que traerán transformaciones. Esta feroz intervención me ofrece una bandeja de frutas olorosas que llenan mi espacio de imágenes nunca vistas. Como Tomás solo soy, no hago nada.

Mi cadera, mi ala de mariposa, mi cruz que equilibra, se había deformado. Era la izquierda. Laboriosa había formado callosidades, cavernas en las que yo, desgreñada y perdida, vagaba. Laberintos, estalactitas heladas, peligrosas. Yo, niña que corría, buscaba la salida con un collar de matapiojos. Tigres de dientes largos acechaban desde una prehistoria ancestral. Mi mariposa gozadora vivía atrapada por la araña de mi mente que había tejido un infinito de aristas, de puntas que cortaban el vuelo de la vida. Ya no había tejido blando que suavizara el roce, que abriera la puerta.

Estaba presa
encerrada
y yo me esmeraba con ahínco en olvidarlo.
Mi dolor era mío,
sombra conocida en todas sus fronteras.
En él me refugiaba.

Sí, me había enfermado del cuerpo, del alma. Pero, de pronto, un día de sol sin viento, un día de muertes precipitadas de amigas, el oficio de ocultadora eficiente se agotó. Ese dolor que se había instalado en el centro de mi vida, impostergable. El, desenfadado e insolente, clamó por ser visto. Cada paso que daba me avisaba que algo estaba ahí para ser atendido. Pequeño e inmenso monstruo voraz que se tragaba mi alegría,
devoraba mi energía
me dejaba fuera de todo lo que amaba.

Yo pequeña sorda que olvida, lo arrastraba noches y días, maldiciéndolo y amparándolo como animal conocido.

Afuera el reino de lo desconocido…

La vida, la misteriosa, agita sus aguas, genera movimientos insospechados.

¡Nos sorprendes, nos provocas, maliciosa, nos remeces con tus huracanes, terremotos, cabalgatas desbocadas cuando queremos quedarnos en los rincones seguros y olvidar!

Ella se niega a ser vencida por la muerte. Sinuosa, siempre atenta a los vaivenes de nuestro estar en la tierra, nos sigue la danza. Sus ojos, pozos hondos de ternura infinita, de bondad indescriptible, nos mira, nos guía con esas maneras inexplicables. Nosotros le tememos: hace un pase y nos quedamos sin nada, se lleva algo preciado, nos instala en encrucijadas salvajes. Ella, divertida, alarga algo que no son brazos pero son abrazo, resplandeciente, y hace sus regalos poco comunes. Regalos a veces feroces, a veces temidos, a veces parecen castigos. Nosotros, pequeños gorriones, atemorizados, buscadores obsesivos de terrenos conocidos, de viejos hábitos que atormentan pero son fronteras seguras, intentamos protegernos. ¡Cómo si se pudiera! Viajamos pegados a relaciones estériles, amparados en caminos que nos permiten olvidar cada día que ahí está Ella, vibrando, invitando a saltos al vacío que no son otra cosa que saltar a espacios más amplios de la conciencia.

Y Ella, la bella, me agarró de las mechas, me llevó hasta lo más temido: mirar ese dolor que me acompañaba, entrar en ese oleaje oscuro, enfrentar a las bestias y disponerme a soltarlo. Ya no habría cantos de sirena. Como Ulises, amarrada del mástil de mi barco, crucé los mares derrotando el miedo y miré mis minotauros, cíclopes, serpientes de mil cabezas. Miré todo envuelta en un coraje que nació lentamente ante el cruce que me invitaba a vivir o morir.

Hoy, lánguida, conjugando mi cicatriz, quieta, con el corazón que cruje porque empieza a abrirse, me pregunto…

¿A qué vine? Mi espíritu libertario ¿para qué decidió volar por las cumbres de la tierra, deslumbrado por atardeceres rojos y violetas?

Que miro, qué veo por el lado marrón de los ojos convertidos en mariposas sutiles.

A veces no lo sé y arrugo el entrecejo, como queriendo arrugar mi existencia a ver si sí la arrugo mucho saldrán las gotas que humedezcan mis preguntas. Una de limón, la otra de naranja, la otra será gota de leche que baila en el pezón de alguna hembra que pondrá su pecho henchido en la boca de un nuevo miembro de la tribu humana.

Cierro los ojos y veo la danza de bandadas de pájaros convertidos en nubes cruzando la inmensidad de los cielos.
Veo a las ballenas viajeras y su estela en el agua, sus saltos inmensos cruzando el espacio con su majestuosa existencia oceánica.
Veo el rugido de un tigre albino y un cementerio de elefantes ataviado de magníficos marfiles.
Veo y no me muevo de esta cama. El viento me silba y yo silbo con él sin mover la boca.
Veo y soy cada una de las cosas que veo, porque las veo desde mi corazón sangrante.
Veo y ellas habitan las conexiones eléctricas de mi cuerpo.
Nada es simple en mi, nada burdo, obvio. La quietud total me lleva sobre la copa de espinos embelesada por la fragancia sutil de los duraznos.
Y a pesar de todo me pregunto, esas mañanas en que nadie llega a mi quietud… ¿A qué vine?
A qué vine, sino a la belleza.

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Alguien comentó sobre “La Herida y el Regalo

  1. viniste querida malucha y eso es muy bueno.Viniste a la belleza y, porque la habitas, la construyes y nos invitas a ella desde los distintos caminos que recorres y nos haces compartir.
    Es muy bueno leerte. Siempre.

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