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Los primeros años de los 90, en la música anglo, eran una época de rabia. Pero no se sabía exactamente contra qué se tenía tanta ira. Ni por qué. Pero la historia, como la podemos revisar según la vuelta a los recuerdos, lo leído y lo conversado es más o menos así: la sociedad norteamericana estaba fragmentada a más no poder por veinte años de excesos, reagannomía y desregulación mercantil. El sueño de los años 60 se había convertido en un ideal de pocos, corporativo como todo lo que pasó en la década de los 70. Hasta el rock se había corporativizado.

La ciudad de Los Angeles había ardido en llamas. Disturbios y violencia racial a raíz de un bullado caso de golpiza a un ciudadano afrodescendiente por parte de la policía hablaba de la situación social latente, que se ponía cada vez más pesada. La inmigración se convirtió en un problema. Los vientos de paz de la administración Clinton no fueron suficientes para apaciguar la ira y el resentimiento de una sociedad resquebrajada desde adentro, peleando contra sí misma, contra la desigualdad, el analfabetismo, el pandillismo, el racismo, con el SIDA rampante y colegios llenos de armas y de drogas. Si Clinton significaba paz, la música decía todo lo contrario. En ese contexto, con esas vicisitudes, comenzó a alimentarse la “rabia contra la máquina” que se materializó en el incendiario y homónimo debut de Rage Against The Machine.

Desde finales de la década de los 80, Los Angeles se convirtió en el hervidero de una nueva cultura musical, combustionada por los chispazos que venían de San Francisco: el hardcore de Bad Religion y Dead Kennedys, y el thrash metal de Testament y Exodus. La velocidad lo había sido todo en los 80 en el underground. Metallica se había llevado la corona de la generación adolescente de esa década, Kill’Em All (1983, Megaforce) era la joya preciada de esa corona llamada “thrash” y detrás de ella los cortesanos Slayer y Megadeth hicieron lo suyo: perpetuar el legado, buscar la velocidad y decir la mayor cantidad de inconformidades posibles en el proceso.

En el Orange County se cultivaba el punk de Sublime, Black Flag, Green Day y No Doubt, inspirados en Bad Brains y The Clash. En LA, los Red Hot Chili Peppers afilaron las guitarras, a su sonido semi pesado le inyectaron la dosis perfecta de funk y terminaron rapeando. En la mitad de esa oleada, comenzó a producirse lo impensable: Public Enemy se vinculó al metal, Faith No More compuso ‘Epic’, Suicidal Tendencies empezó a surgir como un monstruo latinizado de hardcore. Eran tiempos de sincretismos y sinergias musicales.

También, para finales de los ochenta, el fenómeno conocido como heavy metal, inspirado en la monstruosidad de los licks del hard rock setentero, ahora veía en los Estados Unidos un referente en el que el funk y el punk jugarían un papel esencial en la construcción de la cultura pesada que se tomaría el mundo en cuestión de seis años.

De todos esos ejercicios que forjaron con fuego el sonido del rock pesado de la última década del siglo veinte, quizá el álbum más grande y exitoso de todos fue Rage Against The Machine (1992, Epic). Producido por el mismo grupo sin ningún tipo de teclados o ayudas digitales y dándole la espalda a la cultura de fabricación del hip-hop desde la tornamesa pero abrazándola desde su precursor –el funk de los años 70-, Rage Against The Machine poseía toda la testosterona que un hombre joven deseaba tener circulando por sus adolescentes venas en 1992, así como Kill’Em All de Metallica representó el santo grial de la velocidad, la furia y la inconformidad a comienzos de la década de los ochenta.

La fusión nunca había sonado tan perfecta en el polarizado ambiente del rock, que se hacía más capitalista y consumista con el paso de la década, con la explosión comercial del Black Album y la cultura alternativa como bandera consumista, donde Nirvana había tumbado a Michael Jackson, los Guns N’ Roses se convertían en nuestros Rolling Stones y el gangsta-rap estaba a punto de estallar.

La velocidad y contundencia de Tom Morello emulaba el poder de Jimmy Page, mientras su experimentación de cuerdas, ralentizada y pulverizante, buscaba apropiarse del legado de pesadez de Black Sabbath. Junto a esa experimentación, el bajo de Tim Commerford -subestimado con frecuencia por la crítica- era la cama perfecta sobre la cual la Generación X brincó a solas al ritmo de ‘Take The Power Back’.

Pero más allá de su particular sonido funk/punk/heavy, Rage Against The Machine hizo algo para nuestra generación: nos abrió los ojos, fundiendo nuestros oídos en el proceso. El mensaje era corto. Repetitivo. Es un mensaje a prueba de balas, padres, calles, razas, credos, políticas: “Fuck you! / I won’t do what you tell me”. Y es un mensaje eterno.

La resilencia de ese mensaje nos acompañó durante el resto de la década de los noventa, y para muchos fue el momento en que nuestras posiciones políticas se formaron. La retórica obscena (“Fuck you”), seguida por la negación a obedecer (“I won’t do what you tell me”) fue, para muchos –fuera 1992 o un par de años más tarde que recibiéramos bien el mensaje- el código con el que nuestra genética política se formaría a partir de la música que nos mandó hacia la adultez: la desobediencia civil como una ley de la vida, tal como lo predicara el pensador anarquista Henry Thoreau a mediados del siglo XIX. Independientemente de las carreras que estudiaríamos después o de nuestros puestos de trabajo, con ‘Killing In The Name’ muchos decidimos desobedecer para siempre.

Esa decisión estaba impulsada no sólo por la guitarra de Morello, sino por el tono de la voz de Zack De La Rocha. Su registro alto era como ningún otro hasta ese momento en la historia del rap. Si bien Adam Horowitz de los Beastie Boys había sido clave en el despertar de esa desobediencia civil en ‘Fight For Your Right (To Party)’, la de Zack era una voz comandante, inspirada en el movimiento Zapatista y en las Panteras Negras, en Mumia Abu-Jamal y en Malcolm X; y al darle un sentido político personal, se apartaba de la rebeldía libertina de los beasties y motivaba a vivir para siempre en disidencia, sin importar la causa, la razón.

No dudo que para muchos de nosotros la adolescencia y los primeros años de nuestra adultez hubieran sido difíciles, o más difíciles que los de nuestras contrapartes. Después de RATM, muchos no volvimos a ser los mismos. Muchos tuvimos –y tenemos– problemas de actitud y de autoridad. Nos cuesta seguir las reglas, nos cuesta obedecer al que nos quiere oprimir. No nos criamos en la era del The Wall (de Pink Floyd), sino en la era de Rage Against The Machine.

20 años después, el mensaje de estos californianos sigue siendo tan vigente como cuando se lanzó. Su sonido, a prueba de románticos, idealistas y estúpidos en general, es tan cáustico y pesado como hace dos décadas. Las llamas incendiarias de aquella mítica portada donde el monje Thích Quảng Đức aparece quemándose a lo bonzo en protesta de la persecución que sufrían los budistas por el gobierno vietnamita parecen que aún arden recordándonos la opresión del sistema hegemónico a lo que le parece extraño y peligroso. Su furia, añejada con el paso inevitable del tiempo, está más concentrada que nunca, gracias a que las muchas arengas de De La Rocha están tan vigentes ideológicamente como hace veinte años por culpa de las mentiras de la clase política, el fracaso rotundo del sistema educativo, y el caminar inclemente del reloj sobre una humanidad materialista, cargada de miseria, desigualdad social, conformismo y mediocridad. Cuando el enemigo de una causa se mantiene vivo, la causa se perpetúa.

http://youtu.be/W2cAjbS3R7A

Por eso añeja tan bien, veinte años después, Rage Against The Machine. Porque el enemigo, como lo dicen en ‘Know Your Enemy’, sigue siendo el mismo, y hoy en día es tres veces más gordo y grande que hace dos décadas:

Yes I know my enemies
They’re the teachers who taught me to fight me
Compromise, conformity, assimilation
Submission, ignorance, hypocrisy, brutality, the elite

 All of which are American dreams
All of which are American
All of which are American dreams
All of which are American dreams
All of which are American dreams

 

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Alguien comentó sobre “La rabia contra la máquina

  1. Gracias Cesar por su articulo.

    Dice un maestro sabio que la Rabia es la lucidez momentanea ante una sutuacion anomala o injusta (Trungpa Rimpoche).

    La agresion es otra cosa, es comprrensible dejarnos llevar por la indignacion. Ya es mas probematica.

    Saludos cordiales

    Gustavo J-L

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