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Necesitamos otro tipo de televisión, es urgente. Nuestras comunidades locales no se sienten identificados con una televisión que no logra empatizar con las expectativas que tienen las personas, desde las regiones extremas, respecto de los grandes canales de televisión.

En regiones tenemos muchos problemas y soluciones que ameritarían la presencia permanente de equipos de producción periodística en la enorme diversidad de territorios que conforman Chile. La esperanza de muchos está puesta en la Ley de Televisión Digital, se trata de una especie de nueva “constitución” comunicacional en la cual se han depositado muchas expectativas entre quienes trabajamos en la comunicación, la cultura y la educación.

¿Tendremos la posibilidad de que las regiones se expresen a través del lenguaje audiovisual o tendremos sucursales de una forma de hacer televisión característica de la metrópoli? Mucho me temo que el problema no se haya discutido lo suficiente. Y no porque no exista experiencia sobre hacer televisión en regiones, existe mucha y de gran calidad. Basta revisar los proyectos que ha financiado el Consejo Nacional de Televisión: muchos son de regiones y su factura técnica y artística es excelente.

Lo que me preocupa tiene que ver con nuestra propia capacidad de descubrir y desarrollar nuestra identidad local en otros formatos que no sean la palabra escrita o hablada. Y lo digo como habitante del sur, reivindicando principalmente nuestra temporalidad territorial, nuestra estética y nuestra ética cotidiana.

Conozco a corresponsales de varios canales y cuando converso con ellos aprendo mucho, su capacidad profesional es enorme, pero siento que el tipo de información que piden desde la capital no permite que se exprese nuestra identidad. Santiago quiere sangre, quiere llanto, quiere tragedia y quiere que le envíen todo rápido y compactado. La televisión de Santiago ha viajado en estos días a instalarse en el norte, ha trasladado sus rostros y su forma de ver, porque hubo un gran terremoto. Hizo algo similar en la Región del Bío Bío.

Así no somos acá en el sur, acá nuestra temporalidad tiene el ritmo del agua, que pasa del hielo que cubre el volcán y al río, para llegar al mar cruzando a saltos el bosque y los pastos donde nos instalamos a vivir. Y cuando está en el mar el agua siente nostalgia de la montaña y estira los brazos para tocar al sol, que la convierte en nube, para volver al lugar donde nació o donde morirá. No sabe con certeza donde está el principio ni el fin, porque por acá en el sur circulamos por la vida, lo nuevo aprende de lo viejo y también el anciano empuja al joven a inventar cada día de nuevo. El círculo sagrado no cesa de girar en nosotros y en nuestro territorio, aunque hayamos perdido el idioma que nos permitía hablar con las aves, las aguas y los Pillanes.

Parece que en el norte, es similar. Quizás allá el desierto y el mar tienen su propio tiempo inscrito en los que habitan hace tanto ese territorio, que no se parece al mío en imagen, pero quizás se parece en otras dimensiones invisibles. Y me gustaría que pudiéramos conocer la vida en todas las partes de lo que llaman Chile, eso que es tan distinto de Santiago, a través de los televisores que hoy están en tantas casas. Me parece que es un poco menos utópico que pensar en eliminar la televisión de la vida cotidiana, porque aunque en mi casa no tengo televisor desde hace algunos años, seguimos viendo obras audiovisuales a través de las redes.

En una de esas todo esto puede ser una oportunidad, para que los santiaguinos se den el tiempo de descubrir su propio tiempo y sus huellas en el territorio. Quizás eso suceda cuando abandonen la peregrina y porfiada idea de querer hacernos a imagen y semejanza de sus apuros y sus miedos. Veremos qué pasa con la televisión digital, literalmente.

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