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Calama, está ubicado en un oasis fruto del paso del río Loa, lo que ha permitido la presencia humana por milenios. Así, lo que fueron extensos pajonales ha sido consumido por la expansión urbana, siendo la máxima expresión de su pasado los longevos pimientos, prácticamente los únicos árboles que dan sombra por doquier en las calles y parques.

En la capital minera de Chile casi siempre hay un cielo azulado radiante, pocas veces enturbiado por vientos que arrastran materiales, partículas residuales de la actividad minera. Por lo general, la ciudad está bajo un sol impetuoso que llama a la protección y que extenúa hasta los ojos en su intensidad, posada sobre las variadas vetas de los cerros y montañas que la rodean. Sus noches, con temperaturas que se van de bruces, cercanas a cero grados, son un telón de fondo para esa bullente actividad que no cesa en el entorno, donde los mineros se encargan de que la extracción no se detenga.

Si bien el crecimiento de Calama ha sido explosivo, el ciudadano de a pie se queja de las carencias de especialistas médicos, del deficiente nivel de la educación escolar y de la limitadísima oferta de educación superior. La inmensa riqueza cuprífera, que genera las principales entradas para el país, no ha diseminado un nivel acorde de desarrollo en su lugar de origen. Una asignatura pendiente que cada cierto tiempo la comunidad local demanda.

Los colores de las fachadas y el acento de muchos transeúntes delatan la impronta andina de Calama, lo mismo el que cada 5 de agosto en muchas casas y locales de los barrios se celebre el día nacional de Bolivia. También el que durante los últimos años no solo hayan llegado a esta región migrantes de todo el país, sino de otras nacionalidades, buscando ser parte de la bonanza.

Estando allí, al respirar, algo de un polvillo minúsculo se aloja en la garganta y da una sensación de sequedad. Nadie queda inmune de su estadía en la comuna cuprífera. Ni los zorros, símbolos de Cobreloa, deben soslayar el tráfago, el nunca acabar de  los vehículos de transportes sumidos en su peregrinar, entre los enhiestos pimientos, azote de verdor, y sus troncos ajados, huellas de lo remoto y lo perecedero.

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