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Una de las escenas que más me impresionó de la película Philomena, dirigida por Stephen Frears, es aquella donde la protagonista (Philomena Lee en la vida real)  explica su silencio a través de la culpa: lo peor no fue haber quedado embarazada, siendo soltera, sino haber gozado del acto sexual que provocó su gravidez.En oposición, la anciana ex directora del convento de Roscrea, donde fue enviada Philomena por sus padres, excusa  la mentira sobre el paradero del hijo y luego sobre la existencia de la madre, como parte del castigo de la chica que no supo guardar su castidad, tal como ella lo ha hecho por más de 70 años.

La historia de Philomena, según el director Frears, es un relato acerca de un catolicismo “caído” que pone de relieve a los que critican a la Iglesia y los resilentes que han permanecido fieles, a pesar de haber sido víctimas. Pero también una historia de amor, reconocimiento y autoeducación, porque -como lo reconoce la protagonista real- solamente pudo liberarse del peso del pecado  después de haber trabajado atendiendo a enfermos siquiátricos.

Philomena Lee era adolescente en 1952. Estudiaba en un  colegio de monjas donde nunca recibió educación sexual  así es que en lo que relata como un  romance de una tarde quedó embarazada. Su familia, católica, procedió como muchas otras lo hacían en aquella época: la internó en un convento de religiosas que se ocupaban de madres solteras a cambio de trabajo no remunerado. Cuando el niño cumplió tres años  fue dado en adopción, previo pago, a una familia norteamericana.

El periodista y escritor  Martin Sixsmith, ex asesor de comunicaciones de Tony Blair, escribió un libro sobre el caso (“The lost child of Philomena Lee”: el hijo perdido de Philomena Lee)  y  Steve Coogan,  que interpreta a un periodista medio cínico y descreído, transformó en guión. Coogan, un católico decepcionado, enfoca su crítica hacia la estructura jerárquica y sus prácticas en oposición a la fe simple y férrea  de  la jubilada ex enfermera Lee y recreando, una mujer sencilla y compleja a la vez, con un gran sentido del humor.

El principio del placer y la culpa

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No es la primera vez que el cine se ocupa de las atrocidades cometidas por monjas en los conventos y orfanatos. Anteriormente, en 2002, la película “Las hermanas de la Magdalena” dio cuenta de lo que ocurría en los conventos de la Magdalena, de Irlanda, donde muchachas enviadas por sus familias o por hospicios eran obligadas a trabajar en las lavanderías sin percibir ninguna retribución, para expiar sus “pecados”. (¡Curiosa apropiación del nombre de la mujer que se ganaba la vida otorgando placer!).

Quizás Philomena Lee nunca leyó a Lacan pero el filósofo francés explicó claramente esa pulsión de culpa y deseo en una conferencia acerca del sicoanálisis: “Sólo se siente culpable quien cedió en su deseo” dijo y la cita permaneció en el tiempo  (La seule chose dont on puisse être coupable, c’est d’avoir cédé sur son désir).  La misma idea es recogida en los escritos religiosos de origen cristiano, en los cuales la culpa está tremendamente vinculada al deseo, en especial el sexual.

Todo ese entramado de culpa y deseo que se fue forjando a lo largo de siglos fue recogido antes de Lacan por el padre del sicoanálisis, Sigmund Freud, en el siglo XIX: la culpa surge  una tensión entre deseo y prohibición dando paso a un sentimiento que se sitúa entre los deseos infantiles y la instancia parental vista como agente de la represión; en la adultez esa represión se interioriza según la noción de superyó, y  se convierte en una figura exigente y acosadora. La dulce Philomena de la película es acosada no solamente por sus padres sino también por la Santa Madre, la Iglesia, y por eso tarda tantos años (50) en hablar de su hijo perdido  que nunca olvidó.

Frederic Nietzsche vivió en la misma época que Freud y sus escritos acerca de la culpa también abordan como causales la moralidad y los mandatos culturales que coartan la libertad. Esa moral, que según él heredamos como una deuda enfermiza de divinidad cristiana, es contraria a la naturaleza y hostil a la vida: “Aquellos terribles bastiones con que la organización estatal se protegía contra los viejos instintos de la libertad -las penas sobre todo cuentan entre tales bastiones- hicieron que todos aquellos instintos del hombre salvaje, libre, vagabundo, diesen vuelta atrás, se volviesen contra el hombre mismo” (…) . “El hombre que falto de enemigos y resistencias exteriores, encajonado en una opresora estrechez y regularidad de las costumbres, se desgarraba, se perseguía, se mordía, se roía, se sobresaltaba, se maltrataba  impacientemente a sí mismo, este animal al que se quiere “domesticar” y que se golpea furioso contra los barrotes de su jaula, este ser al que le falta algo, devorado por la nostalgia del desierto, que tuvo que crearse a base de sí mismo una aventura, una cámara de suplicios, una selva insegura y peligrosa -este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la “mala conciencia” escribió en “La genealogía de la moral”.

¿Qué hacer con la culpa? Philomena Lee aceptó finalmente que el placer  que había sentido no merecía tal castigo y buscó a su hijo. Y en febrero de este año, llegó hasta la más alta jerarquía de la Iglesia, el Papa Francisco, porque cree que existe una voluntad de reparar los errores del pasado.

El último convento de la Magdalena en Irlanda cerró sus puertas en 1996.  Pero, aun miles de madres adolescentes que pasaron por sus estancias no saben de sus hijos.  Por esta razón Philomena creó la organización  “Philomena Project” para ayudar a otras madres a encontrar a los niños perdidos y que ha demandado al Estado de Irlanda para que promulgue una ley que permita acceder a los libros de adopción.

 

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