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Por qué es el fundamento de lo humano. Así de simple. Porque en esa primera infancia se atestigua el desarrollo de aquello que será transversalmente lo humano; la sexualidad.

Debo hablar entonces de la sexualidad, como aquello ineludible en todo sentido….

La sexualidad son ritmos, ritmos de carácter procedural que impregnan nuestra piel, nuestro cuerpo, nuestro ser. Son ritmos que se han escrito como una segunda dermis sobre la incipiente piel de los infantes. Ritmos que a fuerza de abrazos, de caricias, de contención corporal y emocional han esculpido a un ser confiado, seguro de sí y del mundo. La vida se abre como un abanico de colores y promete. O por el contrario, que a fuerza de golpes, castigos, abusos, abandonos, han labrado una capa impermeable sobre la fina piel de ese proyecto humano.

Estos ritmos nos acompañarán buena parte de nuestras vidas, permitiéndonos entrar en la delicada y satisfactoria vía del placer o bien nos detendrá en el tiempo en un enjambre de sensaciones no articulables por la palabra, pero que estarán allí todo el tiempo alejándonos del encuentro con otro, o consigo mismo, vistiendo de extraño a un cuerpo que soporta el dolor, el sufrimiento. A veces y como una paradoja de la vida, el futuro de una posible promiscuidad, un compartirse sin límites, marca la huella imborrable de un pasado cruel y despiadado.

Porque no todo es abuso sexual en la infancia. Si bien es cierto en nuestro país, Chile, es de una cuantía que sorprende y abruma, más lo es la negligencia en los cuidados que los adultos deberían entregar a los infantes, los cuidados básicos y necesarios para soportar la infancia. De hecho cada lector de este texto es un sobreviviente de su propia infancia, en donde cada uno de nosotros hemos echado a andar una serie de mecanismos innatos, heredados, filogenéticos que nos permites asegurar la vida, más aun cuando los padres no la aseguran por innúmeras razones y circunstancias.

Quienes han sido los maestros de nuestra sexualidad, no son nuestras primeras experiencias sexuales de la adolescencia o de la adultez, ni nuestros primeros amores sexuales de la juventud. Fueron nuestros padres, nuestra familia más cercana, nuestro entorno de la infancia. Ellos han sido los escultores de esta escultura  humana, para bien o para mal, con o sin intención y es a ellos quienes debemos buena parte de lo que somos.

Es a través de un conocimiento fundamentalmente implícito, no verbal, del hemisferio derecho por decirlo de un modo simplista, que hemos aprendido a ser seres sexuados y sexuales. Es en la práctica diaria, cotidiana, en el cuerpo a cuerpo con los maestros de la casa, en un aprendizaje procedural fundamentalmente, que activará memorias corporales invisibles, no conscientes que resultarán en una piel sensorial que nos recubre, pero que se adentra hasta lo más profundo de nuestro ser identitario.

Actuar en el futuro, será recordar. Toda acción nos recuerda la historia, lo que fuimos y como esta historia se hace carne hoy, se actualiza momento a momento pero no abandona lo profundo de sus raíces. Su sabia recorre nuestro ser y nos moviliza o nos detiene, nos impulsa o nos desbarranca.

Por eso parece tan injusto pedirle al colegio, a los educadores, a otras instituciones que formen a nuestros hijos en sexualidad. Que les enseñen a comportarse sexualmente con compañeros y compañeras, que les enseñen a ……..

En fin tanta petición proyectada fiera de casa, cuando los maestros están allí, al alcance de la mano.

¿Por qué los niños? Porque está allí el corazón de la sexualidad, latiendo y esperando que como sociedad y como país, hagamos algo.

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