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A sus 13 años, Esmeralda no va a la escuela, no sabe leer ni tiene sueños; no le interesa el futuro porque sabe que no le depara nada bueno. Su madre, una mujer joven, amargada y alcoholizada, está cesante y a cambio de un cajón semanal de fruta y verdura entrega la niña como prostituta a un vecino bastante mayor que tiene puesto en la feria.

El hermano mayor de Esmeralda, un joven de 16 años, trata a duras penas de sacar adelante sus estudios para salir lo más pronto posible del barrio y dejar atrás el karma de nacer como el más pobre de entre los pobres. El padre no existe, literalmente.

La únicas luces que iluminan a Esmeralda son una vecina solidaria que casi se asemeja a lo que debiera ser una madre, y un joven que viene por unos días desde el sur y con quien vive un breve sueño de amor.

La familia de la niña es una más de las miles que conforman la geografía más dolorosa de Chile, las que viven a diario una realidad que vemos de vez en cuando en la crónica roja de los noticiarios de la televisión (esa que abunda porque marca rating) o en la “nota humana” de los matinales y que olvidamos rápido para concentrarnos en la teleserie de moda.

Esmeralda, su madre y su hermano son el polvo que hemos guardado bajo la alfombra social desde los tiempos de la dictadura y la implantación del “modelo”. Pobreza y marginalidad ha habido siempre aquí, pero los tipos y niveles que representa Esmeralda se los debemos a la derecha post golpe y a la concertación post democracia. Se trata de una realidad que hemos invisibilizado para acceder a ser país OCDE y exhibir ante el mundo una economía de reconocida solidez continental, como esas casas de construcción precaria que se llueven y tienen piso de tierra pero que albergan un plasma de 30 pulgadas en el living-comedor y una antena satelital que lucha por no caerse del techo.

Esmeralda existe, en la vida y en el teatro, que una vez más cumple con su labor de decirle al emperador que va desnudo (como en el cuento). Esmeralda y los suyos suben a escena para contarnos sus miserias y tratar de que tomemos conciencia de sus trágicas vidas.
Ellos saben que la solución a sus problemas no está en el gobierno de turno pero quizás confían en que exponiendo sus carencias frente a nuestros ojos puedan, algún dia, encontrar una salida a su infierno. Piensan, quizás ingenuamente, que si se acercan a nosotros, entenderemos sus dolores y haremos algo para aliviarlos. No piden nada ni plantean soluciones; sólo esperan que los que tengan en su poder, aunque sea en parte, la solución, apliquen manos a la obra.

La pieza teatral se titula “Punto ciego” (ese punto desde donde el observador no ve nada) y acertadamente se subtitula “una infancia invisible”. Comparten autoría Iria Retuerto y la actriz Claudia Pérez. El trabajo resulta sólido y conmovedor, el elenco logra homogeneidad y credibilidad en su trabajo escénico. Tanto la dramaturgia como la dirección no se detienen mayormente en consideraciones del tipo estético, y el relato fluye apoyándose en el realismo sicológico con alguños guiños al distanciamiento Brechtiano al refrendar de cara al público parte de su discurso.

La escenografía y utilería son meramente decorativas y funcionales y permiten un flujo actoral cómodo por el escenario. Aquí lo que importa es el mensaje mucho más que el envase, y, bajo ese punto de vista, está logrado. Suma a la atmósfera una excelente partitura musical de Andreas Bodenhofer.

“Punto Ciego” cumple con esa labor que debiera estar en manos de los organismos políticos correspondientes pero que, frente a su ineficacia, el teatro toma como relato y discurso. Para que no nos creamos el cuento de país OCDE y en vías de desarrollo, o para que cada vez que pensemos que estamos cerca de tener el nivel de vida de una sociedad del primer mundo, sintamos sus miradas (la de ella, su madre y su hermano) sobre nosotros, como un llamado y una muda súplica.

Ficha técnica:
“Punto ciego” de Iria Retuerto, dramaturgia y dirección de Claudia Pérez.
Con: Carla Romero, Claudia Vergara, Claudia Pérez, Mario Soto, José Luis Aguilera y Benjamín Hidalgo-Venturino.
Música original de Andreas Bodenhofer.
Intérprete Musical: Vicky Gandarillas.
Hasta el 30 de noviembre 2014 en Centro Cultural Matucana 100. Funciones de jueves a domingo.

Sitiocero Cultura

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