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Hace poco, un grupo de estudiantes solicitó permiso para realizar una Misa Negra en la Universidad de Harvard (sí, la misma de Cambridge, Massachusetts). Al principio, las autoridades del plantel aprobaron la idea. Sin embargo, al enterarse que la ceremonia implicaba orinar sobre un cáliz lleno de ostias, quemar biblias y otras “edificantes” manifestaciones, rechazaron la actividad. Temieron abrir las puertas para que los alumnos, bajo la excusa de la libertad de expresión, prendieran fuego al Corán, defecaran sobre fotos del holocausto o intentaran remedar a Charles Manson, el músico psicópata, que creía ser el vocero espiritual de Los Beatles.

Este hecho sucedió paralelo a la funa que los alumnos de la Rutgers University le dieron a la ex secretaria de estado, Condoleezza Rice cuando fue invitada a pronunciar un discurso sobre la mujer afroamericana y el poder político. La Rice no alcanzó a llegar, debido a las amenazas que recibió por su participación en la guerra de Irak. Ella pidió debatir el tema, pero no hubo caso. Curiosamente, los mismos “progresistas” alumnos de la funa se sumaron a sus pares del Oberlin College, la George Washington University y la Universidad de Michigan, para suscribir un acuerdo destinado a  etiquetar los libros de sus bibliotecas al estilo de las películas, es decir, con advertencias al lector sobre los “potenciales” peligros, traumas o amenazas que podrían “asaltarlo” durante una lectura. Aunque esta reglamentación todavía se encuentra en etapa experimental, cautivó la atención de la prensa. Así, el tenor de las editoriales osciló entre la risa y el espanto. Kathleen Parker, periodista del Washington Post (el mismo medio en el que trabajaron los célebres Carl Bernstein y Bob Woodward, investigadores del caso Watergate) escribió el artículo “Warning. Literatura Happenig” (Cuidado, literatura en acción), donde ironiza sobre los peligros que leer un libro podría “gatillar” entre los universitarios. Según las autoridades educacionales, el objetivo es prevenir conflictos psicológicos entre los estudiantes que están bajo terapias o medicamentos. Kathleen Parker se preguntó cuántas citas al psiquiatra podrían provocar la lectura del “Mercader de Venecia” y otras obras de Shakespeare.

Miedo a la judicialización

Esta extraña propuesta bibliográfica introduce a otro asunto que está preocupando a la sociedad estadounidense: La falta de solidez intelectual de quienes entran al primer año de universidad. A diferencia de Chile, los jóvenes que terminan la enseñanza media suelen emigrar a otras ciudades para continuar su educación. Así, todos los campus cuentan con hosterías que reciben a los “freshman” o “mechones”, cuyo edificio suele ser el mismo para hombres y mujeres. Aunque siempre existieron  rituales de iniciación, hoy estos comprenden “heavy” fiestas de alcohol y drogas, las que fácilmente enganchan a sus participantes hasta el tercer año. Aunque muchos alumnos se ponen al día para finalizar con éxito, los excesos pasan la cuenta. Hoy, un 50% de los jóvenes no están terminando sus estudios. Por otro lado, se estima que un 43% sufre de depresión. Investigaciones universitarias culpan a la falta de disciplina y al exceso de “unhealthy” vida social.  Esta “poco saludable” sociabilidad ocurre dentro de los campus. Las denuncias, reclamos y difusión en las redes sociales sobre agresiones o ciberbullying está preocupando a las autoridades. La promiscuidad y las violaciones son un tema difícil, pues a veces,  los acusados y las víctimas llegan con vagas nociones de los hechos, debido al estado de intoxicación en que sucedieron. Y no es broma. El Departamento de Derechos Civiles de los Estados Unidos informó que 55 colleges y universidades están siendo investigados por delitos sexuales y acoso. Cada ofensa demostrada, le significa al plantel pagar una suma compensatoria al estudiante afectado. Y estos son los “casos menores”. Otros, tienen dimensión internacional, como la masacre ocurrida en la universidad Virginia Tech, donde en el 2007 un alumno disparó y dio muerte a 33 personas. En el 2010, en la Universidad de Virginia, un jugador de lacrosse no soportó la ruptura de su relación sentimental. En estado de ebriedad, mató a golpes a su ex polola en la hostería del campus. Hace un mes, en la Universidad de California, otro alumno con mala suerte en el amor optó por suicidarse después de acribillar a otros seis compañeros.

¿Prevención o censura?

Ante esta realidad, no resulta extraño que los planteles de educación superior deseen “cuidarse las espaldas” contra futuros juicios que los alumnos podrían hacer al “sufrir un soponcio” o “sentirse ofendido” por la literatura del currículum. Un caso interesante son las dos famosas novelas de Mark Twain, “Adventures of Huckleberry Finn” y “The adventures of Tom Sawyer”. El autor es considerado el padre de la literatura estadounidense, por este motivo, son lecturas obligadas en colegios y universidades. Hace tres años, ambos textos cayeron bajo la censura del “lenguaje ofensivo”. Esto significó retirar la temible palabra “N-word (Negro, Nigger) y reemplazarla por “slave” (esclavo). Académicos de la Universidad de Montgomery, Alabama, respaldaron la idea de reeditar las novelas con estos cambios para que los profesores de inglés las incluyeran en sus listas sin temor a ser insultados. La medida provocó polémicas en el mundo intelectual. Es cierto que hoy se recomienda no usar estos términos en el habla cotidiana y en los medios de comunicación, sin embargo, “corregir” libros escritos en el siglo XIX resulta algo paranoico. Mark Twain fue un testigo de su tiempo que denunció las injusticias que vivía la raza negra, por lo cual, no debiera constituir ofensa el usar el lenguaje de su época. En el supuesto caso que esto ocurriera en Chile, obligaría a cambiar textos de la Conquista, haciendo decir a Pedro de Valdivia frases como: “Mis queridos individuos de los pueblos originarios” o peor aún, que alguien etiquetara al poema “La Araucana” de Alonso de Ercilla y Zúñiga como “lectura que puede herir los sentimientos de los descendientes del pueblo Mapuche y ofender a la comunidad española”. En esta misma línea, que algunos llaman “de lo políticamente correcto” la Oficina de Patentes de los Estados Unidos, acaba de negar el permiso de uso de marca (trademark) a los Redskins, famoso equipo de fútbol americano, por considerar que en 1960, año de su fundación, el término “pieles rojas” era ofensivo para las comunidades indígenas locales. El equipo puede apelar, pero tienen que conseguir que todos los pueblos originarios americanos acepten el nombre. Otra nominación rechazada fue “Heeb”, abreviación de hebreos, para una revista hecha por y para una comunidad judía. En dicho caso, no se sabe quiénes son los posibles ofendidos. Y esa ambigüedad, ese coqueteo con la sinrazón, es lo que tiene preocupados a quienes piensan en los Estados Unidos.

¿Impulsos en vez de razonamiento?

En el 2011, el sociólogo Christian Smith, de la universidad Notre Dame,  lideró una investigación, donde fueron entrevistados 267 jóvenes de 18 a 23 años. El grupo fue seleccionado de un estudio previo, que implicó la participación de 3.000 adolescentes de la enseñanza media. De esta forma, Smith pudo medir la evolución de los puntos de vista adolescentes desde el colegio hasta su graduación o deserción universitaria. Las conclusiones, publicadas en el libro “Lost in Transition” (perdidos en la transición) indicaron que las nuevas generaciones tienen tendencia a buscar metas rápidas o carecen de propósitos en la vida. Al mismo tiempo, son contradictorias. Valoran el medio ambiente, pero son muy consumistas. Rescatan los valores humanos, pero creen en una moral relativa. De acuerdo a las entrevistas, desean la felicidad, pero reconocen haberla buscado en lugares falsos, como las fiestas, los romances sin sentido, la comida, la bebida y otras adicciones. Buscan un futuro mejor, pero son muy individualistas. Muchos sueñan con un mundo mejor, pero se han desencantado de la política, del activismo y de la participación ciudadana. Tampoco tienen claro si son o no religiosos. Quizás, el concepto “light” describe bastante bien a un alto porcentaje de  los universitarios norteamericanos. Aunque Christian Smith no lo dice, es posible que la cultura audiovisual del videogame y la tecnología digital hayan favorecido una aproximación superficial de múltiples objetivos. La performance de una Misa Negra, la foto de un cartel diciendo “No”, un texto de cien palabras son más fáciles de difundir en las redes sociales que la lectura y el debate, actividades que requieren de un formato abstracto, profundizar un tema y escuchar al oponente.

Cuando Karl Marx decía que la religión era el opio del pueblo, jamás pensó que el delirio del opio podrían ser más importantes que la religión. Cuidado, que esta realidad puede estar sucediendo en Chile. La única barrera que ha demorado el proceso es que la mayoría de nuestros estudiantes sigue viviendo con sus padres durante su etapa universitaria.

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