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Mi primera salida sin adultos fue al cine. Era 1975 y yo tenía 13 años. Me dieron el “honroso” permiso de pasar la tarde con una amiga en el centro de Santiago. Recuerdo la emoción de caminar hasta el paradero, tomar la micro y bajarme en la Plaza de Armas. En esos tiempos, era uno de los lugares favoritos para encontrarse con los amigos, en especial, bajo el caballo de Pedro de Valdivia. Con mi amiga fuimos al Gran Palace. Nos gustaba el espectáculo luminoso que ofrecía antes de cada función y, claro… porque era el único que daba una película para mayores y menores. El filme se llamaba “Melody” y era una olvidable novelita rosa para pre adolescentes.  Cuando se apagaron las luces, las grandes cortinas laterales se abrieron y dejaron al  descubierto unos casilleros con tubos de colores. Las tonalidades fueron cambiando para imitar desde el amanecer hasta el anochecer. Posteriormente, comenzó el Noticiario UFA, el cual presumía de informar sobre el acontecer mundial, pero en realidad daba notas turísticas de Alemania. El ritual del cine no terminó con la película. Después, nos fuimos a comprar helados y a vitrinear al portal Fernandez Concha. Ir al cine era una salida importante y se comentaba durante toda la semana en el colegio.

Un cambio de época                                      

En la década del ’70 la costumbre social de “ir al teatro” todavía era top en las actividades de diversión. Las primeras reuniones con los amigos, los encuentros en familia, los pololeos y la curación de las penas se hacía en aquellas grandes salas, cuya sencillez exterior contrastaba con la decoración Belle epoque del interior. Los balcones, el terciopelo rojo, las volutas doradas, las butacas crujientes…todo invitaba a dejar atrás la realidad para sumergirse en un mundo mágico que se podía repetir Matiné , Vermouth y Noche. La relación de nuestros abuelos y padres con el cine era la misma que puede apreciarse en las cintas “Cinema Paradiso” (1988) del director italiano Giuseppe Tornatore y “La Rosa purpura del Cairo” (1985) de Woody Allen. La primera, refleja como los habitantes de un pueblito italiano de la postguerra encuentran las fuerzas para seguir adelante, gracias a la distracción compartida en el “amado teatro”, hasta que el progreso termina por demolerlo. La película de Woody Allen, muestra como la única alegría de una mujer golpeada por la Gran Depresión de 1930, era la fantasía romántica de Hollywood. De esta forma, ir a ver una película implicaba para las damas, vestirse y maquillarse. Para muchos varones, era ocasión de corbata. Luego, se elegía alguna de las salas céntricas como el Rex, Huelén, Santa Lucía, Huérfanos, Victoria y muchos otros. Menos protocolares eran los cines de barrio, como el California, Las Lilas, Las Condes, Pedro de Valdivia y aquellos de provincia, que  siguen viviendo en la memoria de sus fieles espectadores.

Nuovo Cinema Paradiso
Nuovo Cinema Paradiso

Radios y narradores

En Chile, como en otros países, había que esperar casi cinco años para que una película exitosa volviera a las pantallas. Además, los “sellos” de la adultez se iban marcando a medida que pasábamos por la censura de Mayores de 14 años, luego la de 18 años y finalmente….la de 21 años. Esta última edad coincidía con los permisos sociales para fumar y beber en público.  No pocos hacían fiestas para celebrar la mayoría de edad, la que se consideraba más relevante que los actuales quince años. Como era fácil perderse muchas cintas y la televisión estaba en pañales, las radios ofrecían radioteatros basados en los guiones más exitosos. Mi hermana y yo escuchamos “El Exorcista” en el programa “Cine como en el cine”. La transmisión era nocturna y ambas temblábamos en nuestras camas, con las frazadas hasta los ojos, mientras la pequeña radio de color rosa y crema, recreaba esa tenebrosa película que por nuestra edad no podíamos ver…pero sí, escuchar.

Otra forma de estar al corriente eran los narradores o “contadores de películas”. Todas las familias tenían un tío, prima, abuelo o madrina capaz de relatar un drama. En el caso nuestro, este rol lo ejercía la tía Isabel, quien solía alegrar los “tecitos de señoras” y los veraneos en la playa, con su ingeniosa manera de flexibilizar la voz, imitar susurros, hacer suspensos, ruidos de disparos, gritos desesperados, llantos de amor y por supuesto, reproducía los diálogos completos de algunas escenas claves de los filmes más inolvidables. Varias veces me sucedió que, al ver la película, no la encontré tan buena como la narrada por la tía Isabel. Algo similar me sucedía con los libros, ya que también se usaba leer la novela antes o después de que la pasaran a la pantalla grande.

Teatro Santa Lucía
Teatro Santa Lucía

Los video clubes y el cine arte

En los ’80, el escaso ambiente intelectual se sacudió con un nuevo debate. Sociólogos, periodistas y escritores alzaron sus voces cuando las grandes salas de teatro fueron cerrando una tras otra. Las sobrevivientes se subdividieron para financiarse. Se culpaba a la “caja idiota” y al “apagón cultural” por este desastre. Fue el momento en que aparecieron los videoclubes y el cine arte. La posibilidad de arrendar películas fue una innovación que cambió el ritual de ir al “teatro”. Ahora, era posible escoger entre montones de atractivos títulos y llevarse la cajita con el VHS a la casa. Yo había entrado a la universidad y varios de mis compañeros hablaban de su deseo de trabajar a medio tiempo  en alguno de estos “clubes”, que implicaban no solo el acceso a opciones ilimitadas, sino que otorgaban un aire bohemio, porque quienes allí se desempeñaban podían lucirse con increíbles conocimientos. En dichos tiempos, los libros sobre el tema eran pocos y la  mayoría nos informábamos con la enciclopedia del cine, cuyos fascículos coleccionables se vendían en los kioscos.

El cine arte fue una forma de burlar lo establecido y de protestar en contra de la hegemonía cultural de la dictadura. Los institutos Chileno Alemán y el Chileno Francés, daban ciclos gratuitos con lo mejor de su producción cinematográfica. A ellos, se sumaron el cine Normandie, el Alameda, el Biógrafo y posteriormente, el de la Universidad Católica, tanto en la Casa Central como en la Plaza Ñuñoa. La asistencia a estos lugares conllevaba otras actividades paralelas, como ir a las Peñas. Una de las más famosas era el “Café del Cerro”, ubicada en el barrio Bellavista. En ellas, se vendía vino caliente con naranjas y empanadas o sopaipillas. La comida no era su fuerte, pero sí los cantantes, pues su temario era contestatario y urbano. Formaron la corriente denominada “Canto Nuevo”, que no tenía acceso a los medios de comunicación. Eduardo Peralta, Payo Grondona, Eduardo Gatti, Felo, Schwenke y Nilo, Sol y Lluvia fueron algunos de ellos.  Otra actividad que se realizaba después del cine arte, era ir a bailar salsa, danza tropical que entrando con fuerza en Chile y que tampoco era del gusto conservador, por sus orígenes cubanos.

Eduardo Peralta en el Cafe del Cerro
Eduardo Peralta en el Cafe del Cerro

Un producto de consumo

Con la llegada de la democracia en los ’90, la liberación de los mercados y la moda de ir al Mall dio pie a una nueva forma de ir al cine. Las salas pasaron a ser parte de los centros comerciales. Su estilo arquitectónico se tornó  pop, con muchas luces de neón, carteles publicitarios, alfombras de colores chillones, plástico y aroma a cabritas, hot dogs, café y bebidas. A cambio de la  vulgarización decorativa, se ofrecieron cómodas butacas, aire acondicionado, calefacción, estacionamientos y un “ambiente protegido”. Paralelamente, los videoclubes iniciaron su camino a la extinción, gracias al advenimiento del Tv-cable y posteriormente, la televisión satelital, con la posibilidad de comprar y grabar películas sin moverse del hogar.

Hoy, las salas de cine convocan a los estrenos y al público infantil-adolescente. Pocos consideran el “ir al teatro” como una salida relevante. Es más, muchos no desean encontrarse con tanta gente en un mismo lugar. Este “miedo al otro” ha aumentado en los Estados Unidos, después de que en el 2012 un francotirador entró a un cine en Aurora, Colorado y le disparó a quienes habían asistido al estreno de  una cinta de Batman. Salvo los padres que acompañan a sus niños, y los grupos de “culto” de largas sagas fílmicas, como las de Harry Potter, El Señor de los Anillos, La Guerra de las Galaxias y otras, el apreciar una película se ha convertido en un acto individual, de consumo rápido y “en pijamas”. Algunos opinan que la facilidad de comer dentro de las salas ahuyentó a los espectadores; otros, que la tecnología ha permitido comprar gadgets de todo tipo para “tener una alta experiencia” en el hogar. De esta forma, más que los filmes, el tema de conversación son los tipos de televisión, las pantallas, los parlantes, los DVD, Blu-Ray, lentes para ver en tres dimensiones, los sitios de internet para bajar películas… y por supuesto, el sabor de las pizzas y las alitas de pollo que se pedirán por teléfono. Todo a tono con la actual industria cinematográfica, de usar y desechar.

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4 Comentarios sobre “¿Se acuerdan de aquellos días de cine?

  1. Muy interesante y notable recorrido por nuestra memoria nos provoca tu relato Maria Pilar. Tienes toda la razón en cuanto que antaño ir al cine era toda una experiencia por todo ese “ritual” que se presentaba antes, durante y después de cada función. Tu relato es muy ameno y entretenido de leer. Si me lo permites, me animo a relatar mi propia experiencia “cinematográfica”.-La mejor de todas, una tarde cualquiera en que mi Papá me pasa a buscar a casa después de su trabajo y fuimos a ver “Superman” a la pantalla gigante cinerama del cine Santa Lucia. Nunca antes he sentido esa experiencia mágica del cine de aventura y ciencia ficción en donde la ingenuidad de niño te hacía creer que estabas viendo realmente a “Superman”.Años después, en lo álgidos días de protesta en plena dictadura, fui a una concentración en apoyo a los actores chilenos amenazados de muerte. En esa jornada estaba el mismísimo Christopher Reeve, protagonista de la saga “Superman”, que expresaba con su presencia la solidaridad a sus colegas chilenos.
    Si ya era mi héroe de niño, esa actitud y su lucha por la rehabilitación que dio después de su penoso accidente termino ubicándolo a él como ejemplo de superación y un verdadero héroe ya no tanto de capa y vuelo, sino mas bien en un héroe mas real, más cercano, de carne y hueso.Saludos!

    1. Gracias Alejandro por tu fantastica experiencia. Es interesante recordar que el Cine Santa Lucia fue pionero en traer el sensurround, que consistia en agregar parlantes y remecer los asientos. Fui a ver la pelicula “Terremoto”en ese estilo. La pantalla de ese cine era gigante y realmente era como vivir la pelicula. En tu caso, surrealista ver a uno de los actores de cine, dentro del mundo real. Gracias por tu comentario.

  2. Pilar, fantásticooooooooooooo………………..
    Fue un verdadero paseo por los recuerdos de infancia…..al leer cada una de las líneas….debía parar porque los recuerdos eran vívidos ……logré ver mi infancia, adolescencia y juventud……….recordé momentos que tenía ( pensé ) olvidados…..sin embargo, fue maravilloso reencontrarme con espacios y personas de mi vida ……en esos recuerdos tuyos……
    Que increíble como niños, adolescentes y jovenes……….una de la ciudad y otra de un lugar al Sur del mundo…..vivían la maravilla de lo que significó la vida, familia, cine, teatro y todos los cambios de esos tiempos…….hasta unas lagrimítas y unas sonrisas provocaste…..

    ” MARAVILLADA POR TUS RELATOS Y POR HABERME HECHO VOLVER EN EL TIEMPO……”
    …….GRACIAS ….!!!!!!

    1. Te pasaste Silda por tus palabras! Me has emocionado. Quizás, estoy buscando la experiencia de compartir recuerdos y epocas que nos han marcado. Cada vida tiene sus huellas y es maravilloso leer el alma de cada uno. Saludos y gracias otra vez.

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