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“Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas”. Bob Dylan

Se va el 2014.

Este año me visitó de nuevo, quisiera por eso este último día, compartir  con ustedes el sentimiento de la muerte y otras pérdidas.

Mientras escribo, pienso en ellas y ellos, los que están recién en el momento del dolor, de la profunda melancolía,  de la perdida como estuve yo en abril, mayo, junio y quisiera abrazarnos, decirnos que este espantoso dolor no pasa, disminuye y  se aprende a vivir con el, decir también que hay que darse permiso para llorar, que esto de la pérdida necesita su tiempo y sus licencias.

No es primera vez que la muerte me golpea de tan cerca y aunque la conozco, le tengo respeto, miedo, la acepto y no la acepto porque la cabrona tendrá siempre mas poder que cualquiera de nosotros y me golpeará inevitablemente.

Le pido a ella, si es que puedo pedirle algo, es que me de tregua el 2015. Que se aguante, que por favor  no me visite este año. ¿Será que puedo pedirle algo a esta indomable?

Este año me visitó con un aviso de esos que uno no quiere creer.

No fui capaz de mirarla a la cara, no fui capaz de dejarla actuar.

Si, debo reconocer que la odié.

Porque ella me arrebató una seguridad, se llevó una mirada de futuro, un proyecto, una ilusión. Me arrebató principalmente un cariño de esos entrañables que  regala la vida y que cuando los pierdes, te rebelas porque duraron tan poco.

Me robó con injusticia: El era demasiado joven para que se lo llevara.

Esta muerte como otras, me tiró de golpe a un lado de una orilla sin puente.

Me quedé mirando el vacío sin entender lo que estaba pasando, sin tener ruta por donde continuar.

Una orilla cortada abruptamente, una orilla profunda, de miles de verdes que iluminan el campo. Lo otra orilla está allá, me espera, pero no tengo como cruzarla, no hay puente, no hay bote, no hay camino.

Debo reinventarme y buscar como y por donde continuar.

Al principio debo reconocerlo, el espanto puede mas que cualquier otra cosa y entonces desperté después de una noche atormentada , abrí los ojos no queriendo abrirlos, me sumergí en la sabana pidiéndole, rogándole que me tragara en su infinita blancura.

Pero no, la vida puja por salir y me obligó a levantarme, a buscar  una mano amiga que tomara la mía y en silencio me llevara.

Una mano amiga que es un puente  para continuar, una mano amiga que me dice de los compromisos, que abre las cortinas para que salga el sol, que suave y delicadamente respeta mis tiempos y me dice : Aquí estoy.

Una mano amiga que son muchas: una escucha activa, una sonrisa, el canto de una preciosa niña, una rúcula que crece en la huerta, un tomate que dará frutos este verano, una música estudiada, trabajada con seriedad, un té compartido en tacitas de vidrio pequeñas y amistosas, un buque que sale de la bahía a algún destino que desconozco, un taller donde las manos y la tierra inventan formas, un lugar donde alguien leerá lo que yo escribo.

También me quedaron sus cuadernos, sus dibujos ilusionados, las filmaciones que hizo en la montaña, las fotos de los lirios, de los pumas, huemules, de las pampas y los ventisqueros.

Este gaucho maravilloso que no llegará a viejo, me espera con su inmenso amor,  en el viento de la pampa, en el canto de un Pitío, en el grito de un Tero, en el caminar silencioso de un Huemul.

¡Vieja perra, te pido  por favor que este año no me visites!

Paisaje. Fotografía de Magdalena Rosas

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