Compartir

“¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.”
Constantino Kavafis

 

A inicios del Siglo XX, Kavafis se preguntaba desde su Alejandría natal sobre la llegada de los bárbaros. Él, hijo de la tradición griega que llevaba casi 2.000 años de presencia en las riveras del Mediterráneo, ya auguraba los tiempos difíciles que se avecinaban. Viviría para ver como toda esa tradición era destruida por el nacionalismo turco y egipcio.

Hace pocos días, nos sorprendimos por la destrucción de la antigua ciudad de Nimrud de 3.300 años de antigüedad en manos de los miembros del Estado Islámico, en el corazón de Irak, la antigua Mesopotamia, la cuna de nuestra civilización.

Tiempo atrás, también los talibanes destruyeron las estatuas milenarias del Buda en Afganistán.

En Mosul, la comunidad católica más antigua de Oriente, de casi 2.000 años de antigüedad, fue arrasada y su población sometida a esclavitud o exterminio, así de sencillo.

Nos espantamos, con razón.

Buscamos una explicación y hasta somos capaces de encontrarla en siglos de oprobio, dominación y explotación de Occidente sobre el mundo islámico.

La explicamos, casi la entendemos, pero igual nos espantamos.

La calificamos de brutal y salvaje.

Bien lo ha dicho la UNESCO. Lo que hizo el estado Islámico en Nimrud es un “crimen contra la humanidad”. Sería hora, en consecuencia, que sus responsables fueran denunciados al Tribunal Penal Internacional.

Pero nuestro espanto con lo que sucede en el Medio Oriente, justo y necesario, parece que no nos permite ver lo que sucede, en menos escala, en nuestro propio entorno.

Ya casi nadie se escandaliza con los rayados en la Iglesia de San Francisco y las Agustinas, el Museo Nacional de Bellas Artes, el Club de la Unión, la casa central de la Universidad de Chile. Valparaíso, Patrimonio de la Humanidad, es la colección absoluta de la destrucción de calles, edificios, monumentos, escaleras, ascensores  y toda la infraestructura urbana.

Esa belleza urbana que era el Parque de las Esculturas en Providencia, ahora está deteriorado y con muchas de sus obras a punto de perecer por el descuido, el mal uso y la actitud criminal de hacer desaparecer lo bello.

Todos los años se quema una parte de Valparaíso. Cada vez se prometen medidas para prevenirlo, hasta el próximo incendio.

Cada una de nuestras ciudades es vandalizada día tras día. No hay ninguna que se salve.

Árboles quebrados y arrancados por puro acto de maldad. En el corto trecho de la Alameda que va desde el Paseo Ahumada hasta calle Morandé, los árboles que ha plantado la Municipalidad de Santiago son quebrados a escasos días de ser reemplazados.

Cada manifestación pública, con honrosas y contadas excepciones, termina en desorden, vandalismo y destrucción. Ya no quedan paraderos intactos. Y eso vale en Lo Espejo y Vitacura. Ya es común que tras un concierto, partido de fútbol o manifestación se destruyan varios buses del transporte público.

Y al final, no hay culpables de tanta destrucción. Naturalizamos manifestaciones aborrecibles, rayados sin contenido ni proclamas amparados de una supuesta “libertad de expresión” o “expresión artística”, cuando al final es solo demostración de ignorancia, brutalidad y desprecio por el otro.

Pero quizás el mayor depredador de nuestro patrimonio no sean los graffiteros, vándalos destructores de mobiliario urbano o las masas inconscientes que asolan nuestras urbes, sino que las inmobiliarias que con una voracidad insaciable, arrasan con todo a su paso y en su lugar sólo dejan monumentos faraónicos o moles de cemento sin estética ni ética.

No nos hemos dado cuenta, pero los bárbaros ya están entre nosotros. Somos nosotros mismos.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *