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En la casa había pocos libros. En la parte de arriba de un mueble de madera quemada, una pequeña colección de editorial Ercilla que llegaba hasta el número trece y a la que le faltaban los números tres, siete, nueve y doce. También había un par de libros sobre pintura, la biblia y uno amarillento que no tenía tapas, creo que nunca supe de qué se trataba. No recuerdo si leí alguno, pero sí los podría ordenar de memoria. Estuvieron años ahí, los mismos, en el mismo orden.

La lectura es un ejercicio, por lo menos al principio, y los que no la practicamos desde niños, tenemos la urgencia de ponernos al día, sobre todo con aquellos clásicos; con esos que cuando confiesas que no los has leído, te miran con la nariz arrugada.

Luego, la lectura se transforma en un hábito y después en un placer, placer abandonado en el último tiempo por el trámite urgente, la reunión de apoderados, la tarea para la casa y la revisión y posteo en las redes sociales. Pero los que nos dejamos atrapar por las buenas historias, somos capaces de abrir un libro en la micro o en el metro hasta en hora punta.

Hoy, el mercado es generoso para los niños. Grandes y coloridas estanterías con ilustraciones minimalistas para mentes creativas; pequeños que entienden que leer un libro es abrirse a un mundo nuevo, ese que se construye entre el autor, las palabras y el lector, en una especie de contrato literario al que damos sentido desde nuestro propio mundo.

Para algunos, lectura y escritura, son una pareja inseparable. Las ganas de leer se traducen en ganas de escribir; de crear personajes similares a la historia que leemos, o ajenos, amorosos, despreciables, raros, fantasiosos. Es tan fácil leer, sobre todo aquella literatura que se desliza por los dedos, hoja a hoja, minuto a minuto, pero escribir, escribir es otra cosa. ¿Cómo crear esos mundos que los autores nos ofrecen? ¿Cómo empezar a d-escribirlos?

Para escribir hay que leer mucho. Ryszard Kapuściński, periodista y ensayista polaco escribió: “Por cada página escrita, cien leídas” Quizás por eso me da tanto pudor escribir, y aunque una vez escribí trescientas páginas como escritora fantasma para la biografía de una mujer mexicana, contar una historia y crear un mundo desde cero, es otra cosa.

La premisa de las cien páginas leídas para cada página escrita también deberían aplicarla los reporteros actuales de la televisión. Kapuściński dice “no podemos adentrarnos en el campo social y político sin antes leer mucho; eso es indispensable no sólo para no caer en descubrimientos hechos por otros, sino porque la lectura previa da fuerza a nuestra prosa… la fuerza de la prosa viene de nuestra seguridad”.

La lectura saca de la rutina, te invita a nuevos mundos lejos de la productividad; no te exige, mejora la concentración, amplía el conocimiento, diversifica el vocabulario, perfila la redacción, y puede ser un espacio común si se comparte una lectura con alguien más.

Fomentar el interés por la lectura es un rol de la escuela y la familia. El acceso ya no es problema, está la biblioteca comunal, el café literario, los libros usados, la feria de las pulgas, los rincones literarios y el mueble de tu casa, seguro hay algún libro que nunca ha salido de allí.

 

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