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Copiapó, Chile,1992. Un colorido bus “RamosCholele” me lleva junto a mi primer esposo hacia la ciudad de Arica. El objetivo, subir a La Paz para entrevistar a Jorge Sanjinés, antropólogo y cineasta boliviano. Queríamos conocer su técnica fílmica, premiada por incorporar activamente a las comunidades indígenas. Bajo la cosmovisión andina, ya habían realizado varias cintas, como “Ukamau” (1966), “Yawar Malku” (1969), “El Coraje del Pueblo” (1971) y “La Nación Clandestina” (1989) por nombrar algunas. Como en Chile se vivía la efervescencia del retorno a la democracia, nos aventuramos a  cruzar la frontera. Llegamos a Arica después de doce horas de marcha, en pleno verano. Sin pensar en la ducha, entramos en el hermoso edificio de 1913 que albergaba a la estación del ferrocarril Arica-La Paz. El largo convoy apodado “Ponce de León” recién había arribado. Vimos descender a bulliciosos pasajeros, hermanados en la sobreabundancia de cajas, maletas, paquetes y bolsas. El boletero nos indicó que la gran cantidad de carga humana y de insumos, hacían lentísimo el ascenso de la máquina por los 440 kilómetros montaña arriba. Nos sugirió el “Ferrobus”. Bastante más caro, pero veloz. “Capaz de ahorrar unas tres horitas, puis”.  Se trataba de una locomotora-vagón calculada para unos 50 pasajeros, que salía a primera hora de la mañana. Las maletas irían “estibadas” sobre el techo y la tarifa incluía desayuno, almuerzo y once. El boletero no nos dijo que el “veintiúnico” ayudante del chofer, asumiría también las tareas de trepar los bultos, revisar los tickets, ponerse delantal, pelar papas y freír pollos en una sartén colmada de cebollas y ajos.  Aquel aroma sería nuestro compañero de ruta en aquel altiplano custodiado por los volcanes Payachatas y el grácil correr de las vicuñas. Tampoco nos dijo que al cruzar la frontera chilena, el ayudante colocaría el video “Amargo Mar”, de Antonio Eguino, ex integrante del equipo de Sanjinés. La película, realizada en 1984, es una crítica sobre las responsabilidades de Hilarión Daza y  Narciso Campero en la pérdida del litoral boliviano durante la Guerra del Pacífico (1879-1883). Así, los 50 pasajeros seríamos invitados a reflexionar sobre el conflicto entre Chile, Perú y Bolivia, gestor indirecto del ferrocarril en el que alcanzaríamos los 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar.

La estación  Arica - Fotografía de Pilar Clemente
La estación Arica – Fotografía de Pilar Clemente

Fast track a La Paz

Santiago, Chile, 2015. Con mi segundo esposo, gringo de nacimiento, pero con ancestros eslovacos, abordamos el avión que nos lleva hasta Arica. El objetivo es visitar a una periodista amiga. El plan es Putre-Chungará y después, La Paz. Durante aquel antiguo viaje en el “Ramos-Cholele”, el Chungará había sido suprimido de nuestra agenda, debido al “soroche anticipado” que sufrió mi “ex” en Arica. Veintitrés años después, el estado de la carretera internacional nos disuadió de acceder por tierra hasta la capital boliviana. La opción ferroviaria ya no existía. El hermoso edificio de 1913 seguía igual, pero desde el año 2005 los trenes habían silenciado sus motores. Solo se hacían viajes cortos. ¿Para qué esperar? En menos de una hora, otro avión nos dejó en el aeropuerto de El Alto, en La Paz.

Tomamos un taxi. Los extravagantes “cholets” nos dieron la bienvenida. Son edificios  puestos de moda por el albañil Freddy Mamani. Con cuatro pisos, se diferencian de las otras construcciones de ladrillos de El Alto, por la delirante geometría kitsh de sus estucos y molduras. Según nos explica el conductor, el actual presidente Evo Morales ha favorecido a los comerciantes aymaras, cuya prosperidad se está reflejando en estos inmuebles que albergan grandes salas de baile, habitaciones para arriendo y un último piso coronado por una casa con piscina y prado artificial. De ahí surgió el ingenioso nombre, que es una mezcla de las palabras “cholo” y “chalet”. Los arquitectos profesionales están divididos entre quienes defienden la creatividad aymara y quienes consideran que es un sincretismo algo bastardillo. Sospecho que la gran pregunta es si la cultura indígena es libre de crear algo desde la modernidad o debe limitarse a repetir el legado de su historia.

Mercado de las Brujas en el centro de La Paz - Fotografía de Pilar Clemente
Mercado de las Brujas en el centro de La Paz – Fotografía de Pilar Clemente

El lenguaje de los muros

Desde El Alto hasta La Paz, cada centímetro de muro está cubierto por graffitis, carteles y toda clase de expresión humana. En 1992 se veía más limpio. ¿Será que la pintura en espray no estaba tan difundida? ¿O no se encontraban en proceso eleccionario? Desde su afiches, los candidatos a gobernadores y alcaldes seducen con toda clase de promesas. En contrapartida, los carteles oficiales destacan  programas de aseo y ornato, agua potable y campañas para  promover en las escuelas el uso de los “Quipus”, computadores de segunda mano, ensamblados en Bolivia. Sorprende ver tanto aviso contra la violencia doméstica. “La mujer merece respeto” se lee por todas partes. No falta el reclamo a Chile por el mar y un desesperado “Ser vegano no es ser terrorista”. Lo que no hay es el típico “Milicos conchetuma….” que abundan en los muros chilenos. Un cadete y el chofer del taxi nos explicarán que, si bien los integrantes del ejército han protagonizado numerosos golpes de Estado, solo la policía es vista con malos ojos por los ciudadanos. De hecho, existe una alta demanda juvenil, en especial de las mujeres, por ingresar a las fuerzas armadas. “¿Querrán  defenderse de los hombres?” Pienso, recordando los carteles. De pronto, un prado con un lema podado en ligustrina, llama mi atención: “El Alto, nunca de rodillas”. El taxista nos dice que la gente de aquí “es muy agresiva, hasta a la policía le da miedo venir”. No en vano, las principales protestas del país las han protagonizado los habitantes de El Alto. En el 2003, el presidente Sánchez de Lozada renunció bajo la presión de la llamada “Guerra del Gas”, donde las comunidades exigían no vender las nuevas reservas de gas natural a países extranjeros. Esta rebeldía no significa una lealtad ciega a Evo Morales. Durante las elecciones de marzo, nos enteraríamos que por acusaciones de corrupción, relacionados con los Fondos Indígenas, el MAS perdería tres  gobernaciones y las principales alcaldías del país. Curiosamente, el edil de El Alto, sería reemplazado por  Soledad Chapetón, una descendiente de indígenas, pero con pensamiento mucho más moderado que el MAS. En la extrema izquierda, Felipe Quispe, uno de los líderes de la caída de Sánchez de Lozada, ha iniciado campañas en contra de su ex amigo Evo Morales, a quién acusa de “vendido al neoliberalismo”. En El Alto todo puede suceder.

 

El funicular, linea amarilla - Fotografía de Pilar Clemente
El funicular, linea amarilla – Fotografía de Pilar Clemente

Un país plurinacional

La oficina de Jorge Sanjinés se encontraba cerca del templo de San Francisco, en medio de callecitas empedradas, casonas coloniales y el “mercado de las brujas”, llamado así por la venta de fetos de llamas y hojas de coca para sahumerios. Nos recibió su esposa Beatriz, pues el cineasta se encontraba en terreno. En tiempos sin celular ni internet, no había cómo avisarle sobre nuestra presencia, aunque claro, podíamos ir a la selva a buscarlo.  ¡Ni modo! Andábamos con el tiempo justo, “pocas lucas” y mi “ex” no era un “Indiana Jones”. La entrevistamos a ella. El gran tema era el racismo de los Santacruceños y la falta de sensibilidad de los gobiernos bolivianos frente a los asuntos indígenas.  En ese entonces, el Palacio Quemado albergaba al presidente Jaime Paz Zamora, un ex guerrillero cochabambino, quien pese a sobrevivir a un atentado, en 1997 sería derrotado en las urnas por un ex militar golpista, Hugo Banzer. Hoy, en el 2015, todos los edificios públicos ostentan la bandera del país y la Wiphala, insignia de los pueblos originarios. Además, Morales incorporó la frase: “Estado plurinacional de Bolivia”, que reconoce la presencia de 36 etnias, de las cuales las más importantes son las aymara, quechua y guaraní. El taxista sonreirá al agregar que los adolescentes paceños están incorporando la tribu urbana “número 37”. En la Plaza Murillo se ven grupos de colegiales bailando vestidos en un estilo de manga-japonesa. Se trata de la locura provocada por la telenovela coreana “Los chicos son mejores que las flores”, un romance juvenil de música y danza. Algo parecido a la pasión turca que ha encandilado a Chile.

Mercado de frutas en Copacabana - Fotografía de Pilar Clemente
Mercado de frutas en Copacabana – Fotografía de Pilar Clemente

El Megacentro y los mercaditos

El gran orgullo de La Paz es su nueva red pública de teleféricos. Su objetivo no es el turismo, sino que aliviar el caótico tránsito de la ciudad y conectar El Alto del norte con su equivalente del sur, que alberga al sector más acomodado de la ciudad. En sus tres líneas roja, verde y amarilla, cada día pueden viajar hasta 18.000 pasajeros, a un precio de 25 centavos. Nuestro hotel queda cerca de la línea verde, en el barrio de Sopocachi. Con no más de dos años de funcionamiento, las estaciones lucen todas limpias, frescas, modernas. El personal, la mayoría femenino, saluda con amabilidad. Todos los pasajeros irradian una satisfacción que me hace evocar al Metro de Santiago, cuando lo mostrábamos a los turistas como parte del progreso nacional.  Así, comenzamos a sobrevolar la ciudad. Se podría escribir una novela imaginando la vida de los patios interiores y de los techos, cuya intimidad es impúdicamente develada por estas esferas transparentes. Me entero que los reclamos del barrio sur se han hecho sentir, pues se consideran “invadidos”. El tema de las relaciones entre ambos sectores no es nuevo. Ya lo había tocado en el 2009 el cineasta Juan Carlos Valdivia, en su película “Zona Sur”. En ella se refleja una dependencia mutua, ya que todo el servicio doméstico proviene de El Alto.  Llegamos a la estación. El personal nos sugiere ir al  Megacentro, al que son enviados todos los que parecemos extranjeros. Lo único diferente de dicho Mall es que el tipo de cambio abarata el precio de las grandes marcas. Por eso está lleno de turistas. Sin embargo, cerca del hotel descubrimos un sitio más atractivo. Es el gran mercado “Alasitas”, donde se divierten los paceños. El nombre es un término aymara que significa “Cómpreme, por favor”. Su especialidad son las miniaturas  destinadas a convertir los deseos en realidad. Se encuentran casas, vehículos, billetes, diplomas, novios, bebés, muebles, despensas abastecidas y todo lo que la imaginación cultive como “deseo”. En lugares estratégicos, los chamanes esperan junto a unos braseros y dan la bendición a cambio de unas monedas. Para reponer las fuerzas, hay puestos de pastelería, carnes a las brasas, artesanías, ropa y juegos, muchos juegos y baile. La música no deja de sonar en toda la noche.

 

Calle de La Paz fotografía de Pilar Clemente
Calle de La Paz fotografía de Pilar Clemente

Rumbo al Titicaca

Ante la ausencia de Jorge Sanjinés, nos vamos a las ruinas de Tiahuanaco. A la entrada, un guía escarba la tierra y nos muestra una punta de flecha. Nos la obsequia, pero solicita una “propina”. Nos sentimos dueños de un tesoro. En el 2015, llegamos al mismo sitio arqueológico. Ahora, se llama “Tiwanaku”, el nombre étnico. Al igual que la otra vez, un guía escarba la tierra y nos entrega unos pedacitos de hueso. Nos sugiere que pueden ser humanos. Poco antes, nos había mostrado los muros de unas casas de campo, donde en el adobe se veía la mezcla de barro y hueso en el adobe. La diferencia es que no pide dinero. Mi gringo no tarda en enviar la foto del “resto óseo” a los parientes y amigos en Pensilvania y Virginia. Léase un “Oooh!!!” colectivo en las redes sociales. Días después, un arqueólogo de Arica nos dirá que son huesos de camélidos del siglo XXI. En el centro de las ruinas se encuentra el altar con las cenizas del sahumerio que Evo Morales ofrendó a Viracocha para ser reelegido.  La comunidad indígena que administra el museo sugiere que se trata de una profecía, que por eso “uno de los suyos” llegó al Palacio Quemado. Una tabla que exhibe la evolución de las diferentes culturas precolombinas, ubica la foto de Morales vestido con trajes tradicionales al final de la flecha del tiempo. ¿Qué sucederá después? Me pregunto. ¿Saldrá elegido otro indígena? ¿Una mujer? ¿Formará Evo algo parecido a una dinastía? ¿Le darán un golpe de Estado?

 

El lago Titicaca -Fotografía de Pilar Clemente
El lago Titicaca -Fotografía de Pilar Clemente

El espejo del sol y la luna

El viaje con mi primer esposo finalizó en Copacabana, en el lago Titicaca. Estuvimos por el día. Recuerdo que nos sentamos en las afueras del gran templo de la Virgen, un edificio blanco de estilo mozárabe construido en el siglo XVII. En el atrio se encontraba un sacerdote bendiciendo una fila de automóviles para su “buen destino”. Todos los vehículos estaban engalanados como rebaño de llamas en el carnaval. Después de la iglesia, seguían su camino hasta la plaza, donde un chamán terminaba el proceso de sacralización. Una nueva jaqueca de mi “ex” nos hizo regresar a Copiapó.

Ahora, en el 2015 una lancha nos ofrecía llevarnos a las islas del Sol y la Luna. A mi esposo no le gustó. Quería sacar fotos del mercado y del templo de Copacabana. Repentinamente, en medio del Titicaca  caímos en una brecha cultural. No comprendía el paseo. Su mente estaba enraizada en la comunidad minera de Pensilvania. En festivales donde se cantaban las polkas de Europa del Este, mezcladas con los himnos escolares “America, the beautiful” y “The star spangled banner”. Negociamos. Dimos una vuelta corta a la Isla del Sol y luego, regresamos a los mercados, fotos y souvenirs. Frente a mi ventana, el atardecer comenzó a dorar las nubes y las embarcaciones. Lentamente, se fusionó en un abanico multicolor que incendió las montañas hasta disolverse en una noche sin luna. La ventana me devolvió el amanecer en el mismo proceso, como si fuera un atardecer invertido. Entonces, noté algo trascendente y atemporal en las terrazas sin cultivar de los cerros,  en las miradas de las mujeres del mercado, en las lanchas y botes de totora y hasta en las prisas de los mochileros por abordar los buses que seguían la ruta por Puno hasta Machu Pichu. Se abría ante mí una Bolivia que supera las fronteras y las descripciones. Una zona lejos de la realidad política y económica, difícil de captar en una primera mirada. Un centro místico que todos llevamos adentro, pero que evitamos encontrar. Un epicentro donde el día y la noche se unen en un “atar-necer”. Por eso, algún día tendré que regresar al Titicaca a completar el viaje.

Templo del Sol, en la Isla del Sol - Fotografía de  Pilar Clemente
Templo del Sol, en la Isla del Sol – Fotografía de Pilar Clemente

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2 Comentarios sobre “Y el “Atar-necer” me Sorprendió en el Titicaca Boliviano

  1. Que buen artículo Pilar, mezclas a la perfeccion historia y vida personal. Me encantó. No conozco Bolivia pero la empiezo a conocer gracias a tu bien documentado escrito. Gracias

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