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Un lunes de otoño, Susana no se presentó a trabajar. Como era de esperar, su ausencia generó preocupación e incertidumbre entre sus conocidos. Muchos pensaron que se trataba de un hecho fortuito, aun de una afección pasajera, pero nadie imaginó que en realidad se ajustaba más a un desenlace propio de una cinta de horror hollywoodense. Y así fue. Más tarde, la mujer, con evidentes signos de haber sufrido una agresión brutal, fue encontrada sin vida por uno de sus hijos al interior de su domicilio. Según informes policiales, se trataría de un nuevo caso de feminicidio, el decimoquinto en lo que va del año.

La mujer, de 38 años, madre de cuatro hijos, fue encontrada muerta alrededor de las 18.00 horas al interior de su domicilio en la comuna de Maipú. Su hija, de 18 años, angustiada tras ver la reja de su casa abierta, pidió ayuda a sus vecinos sin presentir que sería la primera en descubrir el cuerpo sin vida de su progenitora. Antes de fallecer, Susana fue atacada con objetos contundentes, y luego, estrangulada.

Conforme a la información entregada por la Policía de Investigaciones (PDI), la mujer —cuyo cuerpo presentaba “heridas contusas y hematomas”— habría sido atacada despiadadamente por su ex pareja —que además tenía una orden de alejamiento—, el cual la embistió hasta asesinarla. Uno de los familiares de la víctima declaró que el individuo “era muy celoso, se ponía celoso de todo, incluso del papá”.

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Y casos como el de Susana abundan, sobretodo en nuestro país, en donde el patrón de violencia se repite: mujeres maltratadas, con denunciadas efectuadas con antelación —o sin ellas, por temor—; incluso con órdenes de alejamiento, pero sin la debida protección policial ni judicial. Finalmente terminan asesinadas, en el silencio más sórdido.

El término ‘femicidio’, en rigor ‘feminicidio’, es de origen anglosajón —de la palabra feminicide—. Fue la sudafricana Diana Russel, activista y escritora feminista, la primera en acuñar el vocablo en su obra “Femicide: The politics of woman killing”. Después, Marcela Lagarde, antropóloga mexicana, introdujo algunos cambios en la conceptualización del término, ahondando en un análisis causal más crítico. Finalmente, con las precisiones de Hill Radford, el ‘feminicidio’ fue puntualizado como el “asesinato misógino de mujeres cometido por hombres”.

Así, la muerte bestial de mujeres por razones de género —acontecida en su hogar o en el exterior, por parte de cualquier individuo, o bajo el amparo de un Estado ejecutor u omiso— corresponde a un delito que se repite todos los años en nuestro país, pese al esfuerzo de las instituciones. Y lo más penoso de todo es que este mes la cifra aumentó a 15.

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La continuidad anual de casos de femicidio en la nación denota la incompetencia del sistema judicial penal, como también del mismo Estado. Entonces, ¿cuál es la razón de este fracaso? El tratamiento somero que ha tenido una problemática que se encuentra en la más absoluta impunidad. De modo que, en pleno siglo XXI, en lugar de combatir la desigualdad de género y los vicios de un sistema patriarcal, solo se ha conseguido aumentar la subordinación y una educación sexista, y por consiguiente, la violencia de género.

En relación con la tipificación del asesinato de mujeres en Latinoamérica, Chile, Costa Rica, México y Perú han optado por una legislación sobre femicidio/feminicidio que recurre para su aplicación e interpretación a las disposiciones de los códigos sustantivos y procesales vigentes. A su vez, El salvador, Guatemala y Nicaragua incorporan el delito de femicidio/feminicidio a una legislación integral y especializada en la que también se definen institutos procesales especiales (Garita, 2013, pág. 18). Al respecto, nuestro país debería seguir el procedimiento de estos tres países centroamericanos, pues garantizaría un mecanismo judicial más eficaz.

En Chile, casi la totalidad de los casos de feminicidio se registran en la zona centro y sur. En cuanto a la modalidad, la mayoría de los asesinatos son efectuados con armas cortantes, de fuego y, en tercer lugar, elementos contundentes. Ahora, la relación entre víctima y victimario es bastante cercana, ya que en primer lugar se encuentra el cónyuge, seguido de la pareja, el conviviente y la ex pareja. La violencia intrafamiliar, los celos y asuntos sentimentales son los principales móviles. El mayor porcentaje de víctimas estaba en edad fértil; los victimarios tienen mayoritariamente entre 30 y 44 años. Además, un gran porcentaje de los asesinatos fueron consumados al interior del domicilio (PDI, 2010).

Llama la atención el incremento de los casos de feminicidio entre los meses de diciembre, enero y febrero; es decir, en plena época estival. Por otra parte, la zona sur presenta una mayor frecuencia, en comparación a la zona norte, pese a que ambas presentan baja densidad poblacional (Fiscalía, 2012).

La Presidenta de la República, Michelle Bachelet, firmó en marzo de este año la promulgación de la ley que crea el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género. Y aunque representa un gran avance, aún hay muchos factores —como los señalados anteriormente— que deben ser considerados al momento de enfrentar con decisión los casos de feminicidio en nuestro país. ¿Cuántas mujeres deben seguir muriendo? ¡Ni una muerta más!

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Referencias

Fiscalía. (2012). Informe sobre Muerte de Mujeres Ley de Femicidio Nº 20.480 y Ley de Violencia Intrafamiliar Nº 20.066. Santiago de Chile: Unidad Especializada en Delitos Sexuales y Violencia Intrafamiliar. Fiscalía Nacional.

Garita, A. (2013). La regulación del delito de Femicidio/Feminicidio en América Latina y El Caribe. Ciudad de Panamá: Secretariado de la Campaña del Secretario General de las Naciones Unidas ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres.

PDI. (2010). Estadística de femicidios entre el año 2007 al 2010. Santiago de Chile: Jefatura Nacional de Homicidios.

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