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Un supervisor de supermercado me dijo una vez que el público busca manzanas todas iguales y perfectas, que no quiere comprar manzanas como estas, que son recogidas de la costa del Lago General Carrera, grandes, pequeñas, manzanas irregulares e imperfectas. Estas manzanas, llenan de perfume el lugar donde están. Al darles el mordisco hacen chorrear una miel dulce por la comisura de la boca y producen un dolorcillo placentero  entre dientes y encías, pero no son lo suficientemente perfectas para el supermercado.

Lo perfecto es enemigo de lo bueno dice el dicho. Y nosotros en esta “Isla llamada Aysén”, que para llegar al norte  por tierra necesitamos trasladarnos por Argentina, tratamos de vivir en un espacio ilusorio de la no frontera, convertir  los no lugares de Marc Augé, en espacios con sentido de pertenencia e identidad. Aún así, vivimos las mismas tragedias de todos los que buscan esta absurda, desgastadora y exitosa perfección.

Niños que debe ser perfectos como estas manzanas, buenos futuros consumidores, buenos pagadores de créditos, educados en un sistema donde hay que ir todos vestidos iguales, ser lo mas parecido a la masa posible, lo menos conflictivo, lo menos cuestionador, lo menos complicado. Niños que ya no tienen tiempo para soñar, jugar, inventar, permanecer en la irrealidad de la propia creación. Ahora la mayoría está encerrado en algún tipo de caja cuadrada (hay diversas ofertas,  diseños, formas y colores). Alguien diseña, piensa, inventa para ellos imágenes de consumo, violencia y poder.

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El sistema enseña a nuestros niños de la escuela, que el sol es redondo y amarillo, que las casitas son cuadradas y que el cielo y el mar son azules. No necesitamos niños que desobedezcan, que tengan ideas propias de colores o formas, que busquen respuestas absurdas a preguntas lógicas.

El uniforme del cuerpo y del alma, el uniforme de comer manzanas perfectas compradas en un perfecto y limpio supermercado, con una tarjeta que se paga en perfectas cuotas. Todo armado prolijamente hasta el momento en que el niño, joven se hace la primera pregunta y entonces ahí el sistema se desmorona y comienza a caer en pequeños pedazos de incertidumbre, preguntas sin respuesta, locuras , depresiones, enfermedad que a veces puede curarse con remedios, solo a veces.

Por eso, hoy mas que nunca, necesitamos enseñarles a nuestros niños a detener la máquina y no tener miedo a pintar de lila el sol, amarillo el mar y azules los arboles. A dejarse llevar por una melodía tocada por su violín, atreverse a bailar con su propio ritmo, inventar de nuevo sus propios juegos, disfrazarse con cualquier cosa y sentirse los mejores del mundo.

Necesitamos enseñarles de nuevo a sentir el olor de una manzana real,  de un tomate cultivado en la propia huerta con olor a verdadero tomate.  Con urgencia necesitamos los adultos,  recordar un imperfecto tomate real, antes de que sea demasiado tarde.

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