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En este país se habla mucho de la carrera docente como un voluntariado caritativo, ornamentando la profesión con epítetos como “Sacrificada”, “linda”, “esforzada”, “heroica”. Comentarios del todo bien intencionados, pero a la larga dañinos. El alimentar la imagen de la profesión docente como algo romántico solo contribuye a que los derechos y condiciones mínimas de trabajo no sean una urgencia, porque la vocación va acompañada del sacrificio. Pero lo cierto es que – Y esto lo sostengo como docente que soy- los profesores no somos el pilar de la sociedad, ni somos los más imprescindibles del sistema, como a veces se cree. Es verdad, sin educación los efectos negativos pueden verse en poco tiempo, y efectivamente esto repercute en la cultura, economía y desarrollo de la población. Y es verdad que los profesores forman a los profesionales de todas las áreas, pero eso no quiere decir que esa necesidad no sea recíproca. No podemos funcionar sin profesores, pero tampoco podemos funcionar sin médicos. Porque los muertos no estudian ni se convierten en profesores. Tampoco podríamos funcionar sin agricultores, porque si morimos de hambre no podemos estudiar nada, ni pedagogía. No podemos prescindir de los abogados o los choferes de micro, porque sin leyes a las que podamos acudir o formas de transportarnos de la casa a nuestros trabajos, nos sería imposible a todos ejercer nuestra profesión. Así que es como la gallina o el huevo. Es verdad, puede que haya profesiones prescindibles, podemos funcionar sin ventrílocuos, por ejemplo. Pero al menos las que mencioné son tan necesarias como los educadores. Mientras más nos pongan en el pedestal, más nos bajan de este.

Otra profesión que es sumamente necesaria para el funcionamiento de nuestra sociedad es una que, si se fijan bien, comparte muchas cosas con los profesores, pese a que el pensamiento colectivo los ha transformado en antagonistas. Trabajan en pésimas condiciones, con horribles horarios, con bajísimos sueldos, es una profesión muy ingrata y sacrificada y las instituciones que los forman son deficientes. No, no estoy hablando de los profesores, sino que de los carabineros.

Quizá la diferencia más sustantiva entre carabineros y profesores es que hay educación privada y pública, con notorias diferencias en la calidad de ambas, y Carabineros no posee un equivalente privado. Lo pagamos entre todos los chilenos, y los recursos destinados a una institución para que esta  funcione de manera adecuada, obviamente no son los suficientes.

A raíz de algunos eventos se ha cuestionado – y con razón- el criterio de toda la institución. El rol de protectores de los ciudadanos – o del débil, como reza un caricaturesco afiche publicitario que se puede ver por las calles- se ha visto opacado por una imagen villanesca, no pensante y bruta.

Que algunos carabineros se han aprovechado de su autoridad o falta de criterio para herir de gravedad o incluso abusar sexualmente de manifestantes, muchos de ellos menores de edad, es un hecho del todo indiscutible. De que muchos miembros de la institución carecen del sentido común para proceder en situaciones de conflicto, no cabe duda. Pero considerando las precarias condiciones de estos trabajadores y los criterios para formarlos ¿A alguien puede sorprenderle? ¿Qué esperaban, un cuerpo de elite?  Lo curioso es que en la mayoría de las profesiones existe gente que hace mal su trabajo, incluso me ha tocado conocer profesores déspotas o que abusan de su autoridad, sin embargo no crucificamos a toda la institución ¿Por qué en este caso sí?

Pero lo más penoso de todo son algunos argumentos que he escuchado por parte de personas que supuestamente son de pensamiento progresista  (Decir izquierda o derecha a estas alturas me parece más una etiqueta). Algunos luchadores por la dignidad humana, frente al hecho de que se hiera a un carabinero, hecho que considero igual de reprochable que hacerlo con un estudiante, sostienen que “Ese es su trabajo, está ahí para eso”. Ese razonamiento se parece espeluznantemente a “Voy a botar los papeles al suelo, total, para eso está la gente que limpia”. El segundo argumento que me ha tocado escuchar es el empate, tan famoso en estos días “¿Y cómo a Rodrigo Avilés? ¿Y cómo a Matías Catrileo?” Hechos completamente deleznables, no cabe duda, pero que no justifican el vengarse con otro carabinero que no ha golpeado o asesinado a nadie ¿Por qué generalizar es malo solo cuando le conviene a nuestro color político?

Pero claramente a veces resulta más fácil ampararse en la masa furibunda y deshumanizarlos, gritarles que tienen tetas o que son cafiches del Estado. Son el enemigo, son uniformes ambulantes, no tienen una versión de la historia. Anular a alguien de esa manera me parece uno de los actos más violentos que existen, sobre todo cuando solo están parados en la marcha y aún no han dañado a nadie.

Comúnmente se les pide a los carabineros que empaticen con las causas que se defienden en la calle, porque ellos también son oprimidos por el sistema, y que las reformas que se exigen también son para ellos ¿No podemos, al mismo tiempo, empatizar nosotros con ellos también?

Como profesor estoy tremendamente agradecido por el apoyo y la empatía que ha manifestado la ciudadanía por los derechos que estamos exigiendo. Me gustaría devolver algo de esa gratitud y empatía, y hacer una invitación a seguir peleando por los derechos no solo de los profesores, sino de todos los trabajadores que no disponen de las condiciones mínimas para el efectivo ejercicio de su profesión. Ejemplos los hay por montones, pero creo que el que acabo de exponer en este artículo es bastante ilustrativo. Sigamos encauzando esa sed de justicia, justo como lo hacemos con los profesores, con otros miembros imprescindibles de nuestra sociedad.

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