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La dicha de un momento, con un Zorzal atontado por los golpes que se dio en el vidrio de la casa, y que se recupera con ayuda de un gesto de cariño. Un zorzal que descansa en tu hombro unos minutos, sabiendo ambos que su próximo paso será la libertad.

La contemplación de los gestos del otoño y el invierno, la muerte que llega a las hojas de los helechos pintados de  gris, antes de convertirlos en tierra y humus que alimentará nuevas plantas y nueva vida.

La angustia de ser testigo de la limitación de las posibilidades de sobrevivencia, a una especie que tiene su seguridad puesta en lo superfluo de la tecnología y el consumo. La sensación de que la ignorancia permite seguir viviendo como si nada pasara, vivir hacinado en el metro, con colas gigantescas en todas partes sin impacientarse a punta de antidepresivos y ansiolíticos, o quizás viajando de un lado al otro de la ciudad, solo en tu vehículo porque no sabes si quiera quien es tu vecino y a donde va. Son tantas las contradicciones en la gran ciudad.

Caminó  por el mundo durante diecinueve años. Cuarenta y siete mil quinientos quilómetros a pie, treinta y nueve países y mas de once millones de árboles plantados. Lo más duro, fue China por su tremenda contaminación.

Después de 19 años, encontró su lugar en Patagonia. Un espacio donde todavía la vida común esta llena de gestos humanos, de encuentros posibles, un pequeño pueblo en el que encontró amistad y tiempo para habitar con sustentabilidad en un mundo que parece añorar estos ejemplos.

Paul Coleman y Konomi Kikuchi  son un matrimonio que busca con su propia vida,  dar un ejemplo de que es posible vivir en el campo, que todavía es posible ser feliz caminando y vivir sustentablemente.

Esta semana pasada con ellos, me dejó muchas cosas: El gusto y el olor  del té de lavanda con limón, que desde ahora lleva su imagen. Las conversaciones del estado del mundo, la necesidad de concentrarse en lo pequeño de cada uno, en la solidaridad con lo inmediato que podemos transformar, en el ejemplo de vida sustentable y cuidado con el ambiente. En el aprendizaje de que la belleza está ahí donde quieres encontrarla, en las flores y plantas que mueren en el otoño, en la nube negra que se acerca, en el árbol que hoy no tiene hojas pero que en unos meses más tendrá y dará frutos, en la relación humana.

La sensación de que todavía es posible construir sin grandes aspavientos, con ganas y con calidad, construir comunitariamente y pocos recursos de dinero, una vida mas real, mas comprometida con el medioambiente, mas humana y mas amable.

 

 

En estas tardes del invierno que comienza, de esta Patagonia que todavía tiene algo de humana a pesar de las mega crisis nacional y global, quiero seguir creyendo que otro mundo es posible y que si cada uno pone su grano de arena, será aun más posible. Escribo, pensando en esas personas que hoy viajan en los buques de la flotilla de la libertad rumbo a romper el bloqueo de Gaza, deseando que lleguen bien con su mensaje al mundo, que lleguen salvos a su destino de libertad.

 

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