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Las élites latinoamericanas están de espanto. No pueden creer que la Presidenta Dilma Rousseff, a los pocos meses de haber ganado su elección presidencial, hoy son miles y miles los ciudadanos que salen a las calles para exigir su renuncia. Del mismo modo, la Presidenta Michelle Bachelet, quien se creía incombustible y que era laureada alrededor del mundo, hoy sea la Presidenta con mayor desaprobación ciudadana en la Historia de la nueva democracia. Nadie ha pedido su renuncia, pero ante tanta sorpresa, uno nunca sabe lo que puede suceder.

Antonio Gramsci logró una frase magistral: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.” Las clases políticas dirigentes tienen miedo de esos monstruos, pero no reparan que Gramsci se refería a que los monstruos son los que se originan desde las entrañas de los Clubes sociales donde se fragua el poder. Entonces en una relación dialéctica, esas masas ciudadanas ven en las elites los monstruos jugando su tecito bailable e indiferente, mientras estos segundos, viven las películas de terror que amenazan con el caos del pueblo. Por eso todo parece tan esquizofrénico, y así vemos esa danza de traiciones, esa bufonada de hambrientos por quedarse con los cetros de poder.

Lo que no saben es que el poder hoy está diluido. Sientan sus Repúblicas y sus Estados en una hegemonía nacional que hoy ante el despertar incesante de la globalidad carece de sentido, y unas instituciones que no responden sino a una suerte de virtualidad de ciudadanía. Hoy la ciudadanía ha despertado producto a la emergencia masiva de las clases medias, el acceso irrefrenable de la información, y hechos como que hay tres veces más jóvenes que en 1950, quienes son intolerantes a los símbolos y dispositivos tradicionales de autoridad.

El poder tradicional de las élites está amenazado. Tienen total razón de tener miedo, de inventarse monstruos y de querer proclamar su fin de mundo. Es coincidente que mencionen que las reformas políticas y económicas son el comienzo de un caos institucional y la perversión de la actual sociedad, sumado a que gritan a cuatro vientos que los delincuentes están desbordados, que no hay ley en las comunidades de los pueblos originarios y que los extranjeros nos están invadiendo.  Tienen tanta razón de sí mismos, pero están absolutamente equivocados.

Hoy, las élites tiene dos caminos: abrigarse en sus murallas victorianas observando como la invasión de los zombies sucede en las afueras de sus fortalezas, o realmente abrirse a sí mismos, abriendo los círculos de poder, aunque eso signifique la dilución de su tan amada endogamia.

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