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En medio de una crisis en la que el país se resquebraja desde sus cimientos profundos, navegando en mares confusos, presa de la desconfianza pero con la oportunidad inmensa de reencontrarse con su alma EXTRAVIADA, debemos crear EL TEATRO DE LA LUZ Y LA ESPERANZA.

EL TEATRO y sus teatreros deben ver, sentir, visibilizar el mundo del “después”, ese que contiene la semilla del “antes luminoso”.

Hoy hay que hablar del enamoramiento colectivo de una nación que soñó y plasmó sus sueños. Hay que rescatar esa porción de la memoria y de la identidad nacional. Pronto no habrá testigos del delirio del amor que se sintió para que cuenten sus historias.

“En ese entonces yo no sabía nada de noche, ella era solamente el refugio de las estrellas porque los pájaros decían que venía la aurora y no solo lo decían los trinos imprudentes en la mañana después de la danza en la que nos perdimos y los orgasmos después; sino que se sentía en la calle.  

Una porción de todos nosotros estaba loca de contento, loca de amor y diversión. Una promesa deambulaba por los rincones: El país era de todos.

¡Cómo se indignaron con esto de que los artistas invertebrados, unos dementes barbudos y pelucones anduvieran haciendo edificios para grandes eventos mundiales junto a los patipeleaos que estaban para recibir instrucciones! ¡Cómo era esto de que los rotos alzados estuvieran en  el centro con sus patas anchas y sus pelos hirsutos, que anduvieran en las playas con sus sandías coloradas! Pero si andaban por todos lados, insolentes. Debajo de las piedras andaban, hablando de lo que querían y pensaban, hablando fuerte los campesinos piojosos, hasta las mujeres miraban a los ojos, tan de tú a tú y con polleras, no con traje de dos piezas. Ellas se soltaron los sostenes, se tomaron una píldora para gozar libremente. Eso no puede ser, no puede ser”.  

Era el enamoramiento impertinente que nos zarandeaba y que iba pariendo, a pata abierta, acciones únicas y bellas como el Tren de la Cultura, la UNCTAD, el pueblo tomándose espacios históricamente vedados para ell@s como el adusto Teatro Municipal y sus lámparas de lágrimas, los festivales de teatro aficionados apareciendo en colegios, universidades, sindicatos, asentamientos, los artistas partían a las tomas y poblaciones, el arte y la cultura protagonizando la historia, un presidente que al entrar a La Moneda, ordenó, como primera medida, crear una editorial con autores que estuvieran al alcance del pueblo de Chile, un pueblo que, en cada campamento popular que instalaba, tenía su centro cultural al que defendía con pasión y conciencia…. como éstas, tantas otras.. Por nuestros bosques silbaba el viento y nuestros lobos aullaban a la luna y éramos indomesticados sin pudor, ni tapujos.

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¡Qué belleza la gente de ojos brillantes, saltando, cantando, creyendo!

No, no lo inventé, lo viví. Eso EXISTIÓ, soy testigo presencial.

Todo el nihilismo, el aislamiento e individualismo aprendido a la fuerza en estos años, se escurre hoy destrozando nuestra naturaleza salvaje, el numen feroz que crea mundos. Ella nos conecta y nos conecta con todo lo indomesticado. Los señores y señoras, sus sistemas compuestos que administran la vida y la alegría, tiemblan.

Tenemos que hablar porque fuimos presa  del fuego, del amor encarnado más allá de los discursos. Fui testigo presencial del amor colectivo que se llevó, después, a miles de jóvenes a los lugares oscuros del bosque. Hoy el fuego del Nos- Otros está mal visto, lo echaron de las ciudades, lo desaparecieron tendiendo el manto del olvido. El NOS-OTROS es temido. A todo lo indomesticado, cada día, le van dando muerte. Hoy la euforia es euforia de triunfos futbolísticos, de victorias  que no tienen que ver con las victorias del alma, de las victorias que hablan del encuentro, ese que explota caliente en el vientre, en los partos animales.

Los países nos demoramos años en mirar y abordar, desde el espacio artístico, espacio en el cual, necesariamente, reflexionamos, nos emocionamos, entregamos nuestros puntos de vista desde interrogantes humanas, sociales y políticas. Nuestros hechos traumáticos, los hechos que nos partieron por la mitad, nos cuesta transformarlos en lenguaje estético sobre todo a quienes lo vivimos. La primera mirada, después del trauma, es la consigna, la ira, la idea dura, el “lenguajear” de otros tiempos sin pasar por el tiempo. El tiempo debe pasar. ¡Pero ya es hora de crear desde ese numen salvaje! Nos estamos muriendo y no podremos dar testimonio de lo soñado y vivido.

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Al principio, antes de que el teatro fuera teatro, estaba la necesidad de juntarnos en torno al fuego sagrado a contarnos historias que nos salvarían del UNO SOLO sometido a la posibilidad de que al otro día no saliera el sol. (Las madres y padres tomamos esa tradición. Está en nuestro ADN como especie humana. Nos acostamos al lado de nuestr@s niñ@s en medio de la noche y hacemos aparecer a reinas y reyes, brujas malvadas, seres mágicos. Extendemos los arquetipos humanos a través de los relatos orales y les contamos cuentos y así, nuestr@s pequeñ@s comprenden, desde el universo no racional e indomesticado, quienes son y qué les está pasando.)

En ese estar primero, nos sentábamos frente al fuego y de lengua en lengua se sucedían las narraciones que sanaban, palabras que daban vida y creaban el mundo como lo habíamos recibido en el viaje de los sueños. Impulsados por el tambor y la madera, danzábamos, nos convertíamos en personajes, nos poníamos máscaras, atrayendo la fortuna del alimento y del apareamiento que traería alegrías y continuidad al clan. El relato oral tenía un sentido mágico, sagrado y urgente.

Hoy mi cuerpo recuerda ese tiempo ancestral, esa comunidad de origen a la que pertenecí antes de que la espada blandida por los aires nos separara (y nos sigue separando).  Es desde este espacio que nos parece indispensable reconstruir, en medio de la calle, tomándose el espacio público, amparados por la noche, encendiendo el fuego sagrado de estos tiempos; nuestra MEMORIA DE LA LUZ escuchada, esos relatos orales que rescatan la vida resplandeciente de es@s jóvenes detenid@s desaparecid@s, de aquell@s jóvenes que sobrevivieron después del viaje hacia lo más tenebroso del bosque y de su (y nuestro) estado de enamoramiento colectivo salvaje e indomesticado.

En este presente necesitamos mirarnos, no solo en el espejo que nos revela como torturadores, represores, traidores, ladrones sino, también, en un pueblo con proyectos colectivos, con un espíritu ardiente que nos vinculaba y nos daba sentido de pertenencia, capaz de gestos solidarios, de gestos que hablan de generosidad, coraje y de la capacidad de dar vida. Encontramos con esa porción del alma, vivenciar la fuerza y la presencia de lo  indomesticado, puede cooperar a que nuestra herida vaya cicatrizando pero, sobre todo, puede cooperar a que tengamos esperanzas y proyectos comunes que nos constituyan como nación. Chile es más que su territorio. Hacer esto desde el espacio del arte nos salva del análisis pueril de “lo objetivo” y los resultados, positivos o negativos, de un proyecto político. Escudriñarlo y descifrarlo desde el teatro nos permite correr con los lobos aullando y sintiendo e invitando a sentir y vibrar en  ese delirio.

Hoy, sentimos que es necesario mirarnos en ese otro trozo del alma nacional. Reconectar ese “antes luminoso” con el posible “después lleno de luz”. Las nuevas generaciones deben vivenciar otras emociones, emociones que son  parte del tejido nacional, que les pertenecen y que deben sentir la libertad de habitarlas.  Todo está a punto de perderse en el olvido. Como dice la documentalista Carmen Castillo: “Nuestro sufrimiento es la intensidad de la vida perdida, no los golpes, ni las balas, es la pérdida de esa felicidad. Esos años que se extienden, todavía, hablan de ese estado de enamoramiento que todos sentíamos…el encantamiento fue serio, grave como el amor. Lucidez y fervor en aquel entonces…. Un sueño espeso, áspero a veces, como los verdaderos sueños, que tenemos despiertos.”

Es hora de descubrirnos de nuevo como humanos con permiso para desplegar nuestra naturaleza indomesticada, ese numen feroz donde reside el amor, donde se vive en estado de gracia, donde se sueña y donde nos conectamos con el NOS-OTROS que da sentido de pertenencia y razón.  ¿Qué mejor que el teatro para volver a encender el fuego sagrado?

 

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6 Comentarios sobre “Memoria de la luz

  1. Genial!! Cuando ideas sencillas- expresadas de manera tan profunda- nos conmueven de tal manera que nos identifican con ese pasado anhelado, necesariamente nos dan identidad. Ese yo, formando parte de un nos-otros, debe ser nuestra meta como nación, como cultura, como parte integrante de una sociedad sana, alegre, esperanzadora. Un abrazo.

    1. UN abrazo Carolina. El teatro es un espacio de encuentro, reflexión, conmoción, es el rito colectivo con sentido por excelencia. Amo el teatro

  2. Que bien interpretado desde la pasion la necesidad de encontrarnos y poder transmitir a los otros y tb no dejar aparecer la depresion de los q estamos mas bien solo en un mundi bastante , o digo por mi y otros conocidos pero tamvien lejanos podenos idear estrategias para encontrarnos

    1. Tonya siempre en la búsqueda y apertura del encuentro, el vínculo virtuoso, la alegrái de seguir indomesticados. Ahí reside la creación, la libertad para ser.
      Un abrazo grande

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