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A María Elena León

El lago al fondo, como un mar inmenso de pequeñas olas chocando con la lluvia bajo el cielo gris de viento tibio, agua dulce contra agua dulce repiqueteando, la ventana llena de gotas, cada gota una lupa, cada gota una lágrima nublando la pupila, y el tac tac tac de mi máquina de escribir de hace 34 años. De fondo Il cielo in una stanza, en el fondo de la vida toda, en las espaldas de cada uno de nosotros, como otro viento que nos empujaba a un futuro sin contornos. ¿Te acuerdas Andrés, te acuerdas Soledad? Los viejos no tan viejos, no tan jóvenes y sin la pretensión nuestra de agarrar con una sola mano la redonda realidad que bulle y arranca siempre, vagan caminando perfumados, exactos, se conocen desde  aquel año del mundial imperfecto, el año en que todo era un esfuerzo, el año en que la humedad los mojó en eterno remolino de niños y canciones, y ahí van como pueden, como deben, van como quieren aún cuando nuestros ojos no lo vean. ¿Te acuerdas Fernando, te acuerdas María Teresa? El lago acuna el sueño y los oídos de cada uno de nosotros, el lago que se hunde y alza su monumental olvido, su monumental recuerdo, y Borges el ciego entre mis manos, su completa y cascada voz entre mis manos, junto a María Elena y mi madre que se arropa en antiguos chalecos de una década que nos rondará siempre, como un juego en aquella alfombra verde de los niños. ¿Te acuerdas José Miguel? Ahí van las dos, como hace tantos y tantos años, tantos que ya no son números, ni acumulan, ni progresan, que ya son el continuo imperceptible de los días. ¿Te acuerdas Fesal, recuerdas Cristina, hueles el olor a leña y escuchas el mecer del bote sobre el salmón tornasolado, Fernando? Y entre nuestra humanidad despojada, rondan y gruñen en la inmensidad, nuestros amados perros moviendo la cola, saltando y escondiéndose en el follaje de un sur en diaporama, mientras tanto “yo veo el cielo sobre nosotros, que nos quedamos aquí abandonados, como si no hubiera nada, nada más en el mundo”.

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