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Hoy es indispensable hablar de educación. Pero no desde los temas económicos, ni de gestión, ni de pruebas estandarizadas, sino del sentido de la educación. Necesitamos una educación con sentido para poder encaminarnos a una vida con sentido, una vida que definamos que deseamos vivirla así. De esto deriva que para vivir una vida con sentido necesitamos descubrir ese sentido interior para nuestra vida. Y si este sentido necesitamos descubrirlo, estamos diciendo que existe un aprendizaje para descubrir el sentido de nuestra vida.

A su vez, si una vida con sentido es una que interiormente deseamos vivirla así, estamos también diciendo que una vida con sentido se construye desde el deseo, desde un deseo interior. Así, deseo interior y aprendizaje interior aparecen como los pilares de una vida con sentido.

¿Cómo generar entonces aprendizajes con sentido, y para ocupar el nombre ‘institucional’ del aprendizaje, cómo generar una educación con sentido? ¿Podemos generar por tanto una educación vivida no como obligación –como proceso de disciplinamiento- sino como deseo?

Hoy la educación está en el lado del péndulo del disciplinamiento exterior. Para permitirnos imaginar una educación emprendida desde el deseo, lo primero que necesitamos comprender es que aprender desde el deseo no significa incumplimiento, ni irresponsabilidad, ni ausencia de esfuerzo. La diferencia entre deseo y obligatoriedad sólo reside en que en el primero la voluntad de realización –de cumplimiento, de responsabilidad, de esfuerzo- es interior, y en el segundo la voluntad de realización es exterior, es decir, es la voluntad del otro impuesta sobre mí.

La voluntad interior se despierta desde un deseo interior de realización, y éste se genera cuando la acción tiene sentido para nosotros. Cuando la acción no tiene sentido para nosotros, no hay voluntad interior, por lo que el esfuerzo sólo puede provenir de la exigencia externa, de la amenaza, del temor. Por eso es que la educación obligatoria va de la mano del disciplinamiento.

Asumimos como punto de partida que la condición de las personas es mayoritariamente la de la obediencia exterior, pero sostenemos que esta condición de obediencia exterior no es ‘natural’ sino generada por el modo de formación de los niños desde su nacimiento. A la vez postulamos –o suscribimos a la propuesta- de que todo ser humano puede comenzar en cualquier momento de su vida a despertar una voluntad o deseo interior, y dentro de esto, la voluntad de desear aprender, si encuentra un sentido a ese aprender.

Es importante entonces que nos demos la oportunidad de proponernos formar a los jóvenes en la adquisición de un significado o sentido interior para generar un aprendizaje con sentido para ellos. El beneficio sería enorme:

Primero porque pasar de la obediencia al sentido interior es altamente gratificante en lo existencial, en lo emocional.

Segundo, porque un efecto secundario negativo de la exigencia exterior es la rebeldía, la indisciplina, el impulso destructivo, factores que están a la base de todos los problemas de convivencia escolar.

Tercero, porque cuando deseo aprender, valido a la figura que me enseña a aprender. En cambio cuando soy exigido a aprender, rechazo al que me lo impone. Así, pasar de la obligatoriedad al deseo, es pasar de la autoridad descalificada a la autoridad validada.

Entonces, para dar sentido al aprendizaje en el adolescente y el joven, debemos centrarnos en apoyarlo para que él descubra por sí mismo, y para sí mismo, un proyecto de vida realista y constructivo, y propender a que él llegue a desear emprender ese proyecto de vida.

Es desde esta claridad que sabrá lo que necesita aprender y la importancia que tiene para él aprender, y desde allí surgirá en él la fuerza y el interés por el esfuerzo conducente a adquirir los aprendizajes necesarios para llevar adelante su proyecto de vida.

Desde esta fuerza de realización de un proyecto de vida propio surge un gran sentido de responsabilidad, que también dará las mejores garantías para su participación constructiva y armónica en la sociedad.

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