Compartir

Con cariño para tod@s l@s que me he encontrado por ahí.

Hay un momento en la vida en que descubres la trampa. De alguna forma te das cuenta de que fuiste engañada, de que te contaron una historia respecto de cómo eran las cosas, cómo debían ser las personas y –la peor de todas- cómo debías ser tú.

Entonces, como en todas las historias, se presentan al menos dos caminos: en el primero aceptas el engaño, lo evades, lo bloqueas o haces con él lo mejor que puedas para no verlo y que no te vea, asumirlo sería morir (y a veces no tenemos la fuerza necesaria para resistirlo). Si eliges el segundo camino, te quiebras, es inevitable, te quiebras tanto como para hacerte de nuevo, que es justamente lo que sabes que necesitas hacer.

Nos damos cuenta que no somos lo que estudiamos, lo que sabemos, lo que hemos acumulado, lo que repetimos de memoria o en lo que trabajamos. Nos damos cuenta de que no nos conocemos. Empezamos a cuestionarnos todo, y empezamos a ver la trampa en todo. Empezamos a mirar nuestra vida, a ver si nos gusta lo que vemos y lo que hemos hecho con ella, y empezamos a preguntarnos qué nos hace realmente felices.

Entonces te ves, quizás por primera vez en tu vida, TE VES. La mayoría de las veces es muy duro y da pena, porque sientes que te abandonaste a ti misma, que hiciste todo ignorando quién eras. Pero lo increíble es que de esa misma tristeza surge una compasión hermosa -“del mismo dolor vendrá un nuevo amanecer” diría un maestro- que nos dispone y compromete a sanarnos y a encontrarnos. Cuando pienso en esto siempre me cuestiono si este proceso está pensado así a propósito, porque es precioso cuando te encuentras con la necesidad de conectar con tu amor propio en todas las dimensiones posibles, para luego conectarte con los demás, con la naturaleza, con todo (terminar con la ilusión de separación que tanto daño nos ha hecho, pero ese ya es otro tema).

Y aquí empieza el camino de regreso a uno mismo, es como si la vida partiera de nuevo. ¿Quién soy realmente si no soy todo eso que creí?. Es muy desagradable al principio, es como desintoxicarse, no es rico. Tienes que sacarte de encima todas las prácticas, juicios y hábitos de los que eres adicta para saber quién eres y en qué crees realmente. Hay muchas cosas que tienen que morir dentro tuyo para darle espacio a todo lo nuevo que tiene que florecer y brillar.

Mientras vas caminando hacia adentro, empiezas a ver todo eso que hiciste, dijiste y decidiste. Te das cuenta que mucho de eso no eres tú, que no tiene nada que ver contigo, te das cuenta que no sabes quién eres, y duele, ¡por dios que duele!, porque se siente como la traición más escandalosa ¿Dónde estaba mi instinto de autoconservación que me perdí tan lejos de mi? ¿por qué no protegí a mi alma?.

Es el mismo retorno hacia uno mismo el que sana. Es ese mismo viaje el que nutre de todo lo necesario para que podamos parirnos nuevamente, las veces que sean necesarias (y serán muchas!). Cuando te das cuenta de la trampa y decides encararla, nace una búsqueda tan desesperadamente honesta por lo real que no te deja en paz, es un grito destemplado del alma por expresarse.

Escribo esto porque durante los últimos meses me he encontrado con tantos buscadores de sí mismos que me he llegado a cuestionar si se trata de un despertar colectivo sin retorno. Tantas personas yendo hacia adentro, poniendo el corazón adelante y atreviéndose a encontrar a su yo real. Bienvenidos buscadores de sí mismos.

Compartir

5 Comentarios sobre “Buscadores de sí mismos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *