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La singularidad tecnológica es una teoría que postula que la tecnología avanza a tal velocidad que llegará un momento en que la inteligencia artificial superará a la capacidad intelectual de los seres humanos. Esta es la idea que alumbró la Universidad de la Singularidad, una institución académica impulsada por la NASA y Google cuya finalidad es “reunir, seducir e inspirar a un grupo de dirigentes para que se esfuercen por comprender y facilitar el desarrollo exponencial de las tecnologías y promover, aplicar, orientar y guiar estas herramientas para resolver los grandes desafíos de la Humanidad“. Ubicada en el Centro de Investigación Ames de la NASA en Silicon Valley (California), está dirigida por Raymond Kurzweil.

Formado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), Kurweil fue un niño precoz cuyo pensamiento sufrió una aceleración exponencial con y para la tecnología. De hecho, cuando era niño ya meditaba en cómo sería el futuro. Devino en inventor y descubrió que su éxito dependía en gran medida de una apropiada elección de los tiempos: sus invenciones debían hacerse públicas sólo cuando muchas otras tecnologías de soporte les daban paso. Un dispositivo publicado demasiado pronto y sin un adecuado refinamiento carecería de elementos clave para su funcionalidad; por el contrario, un dispositivo liberado demasiado tarde encontraría un mercado inundado de diferentes productos o consumidores ávidos por algo mejor.

Para Kurweil llegó a ser un imperativo la comprensión de los ritmos y direcciones de los desarrollos tecnológicos. Durante mucho tiempo se dedicó a modelizar con precisión los avances en ordenadores y máquinas industriales. Extrapolando tendencias pasadas al futuro, elaboró un método de predicción del curso del desarrollo tecnológico. Después de varios años de un estrecho seguimiento de estas tendencias, llegó a la conclusión de que la tasa de innovación en tecnologías de la computación no crecía de un modo lineal, sino exponencial.

Kurzweil predice que en el año 2050 la tecnología llegará a ser tan avanzada que los progresos en medicina permitirán ampliar radicalmente la esperanza y calidad de vida de las personas. Los procesos de envejecimiento podrían en principio ralentizarse, más tarde detenerse y finalmente revertirse en cuanto esas nuevas tecnologías médicas estuvieran disponibles. El pensador neoyorkino sostiene que este escenario será posible gracias a los avances en la nanomedicina, que posibilitarán que máquinas microscópicas viajen a lo largo de nuestro cuerpo reparando todo tipo de daños a nivel celular.

Los progresos tecnológicos en el mundo de los ordenadores darán lugar a máquinas cada vez más potentes y baratas. Kurzweil pronostica que un ordenador pasará el test de Turing hacia 2029, demostrando tener una mente (inteligencia, consciencia de sí mismo, riqueza emocional…) indistinguible de un ser humano. Este salto será posible por la creación de una inteligencia artificial alrededor de una simulación por ordenador de un cerebro humano mediante un escáner guiado por nanobots. Una máquina dotada de inteligencia artificial podría realizar todas las tareas intelectuales humanas y sería emocional y autoconsciente. Kurzweil sostiene que esa creación tecnológica llegará a ser, inevitablemente, más inteligente y poderosa que la de un ser humano. Sugiere que las inteligencias artificiales  mostrarán pensamiento moral y respeto a los humanos como sus ancestros. De acuerdo a sus predicciones, la línea entre humanos y máquinas se difuminará como parte de la evolución tecnológica. Los implantes cibernéticos mejorarán en gran medida al hombre, lo dotarán de nuevas habilidades físicas y cognitivas y le permitirán interactuar directamente con las máquinas.

Las ideas de Raymond Kurzweil tienen su reflejo filosófico en los trabajos de  Nick Bostrom, uno de los impulsores del “transhumanismo“. Bostrom cree que tendrá superinteligencia (título de su último libro) cualquier intelecto que se comporte de manera muy superior en comparación con los mejores cerebros humanos en prácticamente todos los aspectos y en especial en creatividad científica, sabiduría en general y desempeño científico. Al igual que Kurzweil sitúa la barrera disruptiva en la capacidad de las máquinas con inteligencia artificial para relacionarse mediante la gestión de las emociones, un espacio restringido hasta la fecha al ámbito del ser humano.

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En cualquier caso, la tecnología ha roto las fronteras imaginables de la evolución. Su velocidad produce vértigo y sus creaciones eran ciencia ficción apenas medio siglo antes. Una de las principales palancas de esta evolución revolucionaria es la sistematización de la información. Los procesos de inteligencia colaborativa o swarm intelligence, unidos a la capacidad de computación de nuevos ordenadores en el contexto del internet de las cosas han desbordado la imaginación del ser humano. Se están creando nuevas relaciones entre personas, pero también entre máquinas y entre éstas e individuos. El mundo ha entrado en la era de la hiperconectividad y la superinformación.

Los profesionales de la comunicación podemos situarnos en el centro de la escena o contemplar la singularidad desde bambalinas. Podemos dedicarnos a pensar en cómo la tecnología está transformando las herramientas y los procesos de comunicación o asumir que quienes tenemos que cambiar somos nosotros. Podemos ver a las máquinas como un recurso para el cumplimiento de nuestra función o indagar en las consecuencias éticas que se derivan de un nuevo diálogo entre inteligencias humanas y artificiales. “El recurso más precioso de un ordenador no está en su procesador, en su memoria, en su disco duro ni en la red, sino en la atención humana“, concluye un grupo de investigación de la Universidad de Carnegie Mellon citado por Daniel Goleman en su último libro (“Focus“).

Como profesionales en un mundo hiperconectado nuestro recurso más valioso es la capacidad para crear, entablar y gestionar conversaciones entre personas, organizaciones y ahora también entre máquinas y entre éstas y los humanos. El big data carece de utilidad si sus conclusiones matemáticas no son sometidas al filtro de las emociones, determinantes en cualquier proceso de decisión. Los movimientos aparentemente espasmódicos y desordenados que se registran en las redes sociales tienen un orden cuya identificación depende de la interpretación del contexto. No solo es tarea de los lingüistas investigar en las mutaciones que está sufriendo el lenguaje en un entorno caracterizado por la superficialidad, la brevedad y la supremacía de los soportes audiovisuales.

Los profesionales de la comunicación no debemos sentirnos apabullados por el impacto de la singularidad en nuestra función, porque muchos de los desafíos tecnológicos, éticos y organizativos necesitarán del concurso de un comunicador, como tampoco hemos de tener miedo a nuestra propia singularidad.

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