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         Pienso en Aylan Kurdi, cuyo pequeño cuerpo varado en la playa
ha servido para que se abran miles de puertas.

En el hormiguero enloquecido de cualquier ciudad, vista desde algún lejano punto del universo, cualquier observador extraterrestre percibiría un orden. Ordenados para ir y volver de un punto a otro en un hábito cotidiano, por ejemplo. En fila, muchas veces. Frente a las paradas de bus. Avanzando en orden, como en la consigna fascista. En los uniformes, por ejemplo: nadie anda desnudo, ni con pieles o tapabarros, nadie usa una escafandra o carece de corporalidad. Nadie tiene alas, ni caparazones. Somos del mismo orden. Y de la misma especie. Nos organizamos de una determinada manera, hacemos comunidad bajo ciertos parámetros comunes

El pacto social que firmamos, el pacto republicano de justicia, igualdad y fraternidad apelaba a un orden que fue suplantado por el pacto que impuso la revolución industrial, el pacto de la productividad, y ambos no se corresponden en absoluto. Son divergentes. Creemos que el orden responderá a esas ideas, pero responde a otras: las del poder económico, la ganancia y el lucro. Y de una forma u otra, todos lo firmamos y accedemos a ser programados por él, desde la escuela. Porque todavía creemos que ese pacto nos asegura -en una especie de código feudal- que podemos vivir en paz y realizarnos de acuerdo a nuestras expectativas a cambio de formar parte de la máquina productiva.

Ese pacto social, visto desde la inmensidad del universo, debe tener un aspecto bastante fracturado.  El orden ha sido utilizado por unos pocos para unos pocos. El sistema, por lo tanto, no está dispuesto a dar esas garantías, que llamamos garantías sociales. El globo no quiere ser repartido igualitariamente. El orden está sirviendo solo para unos pocos. Lo que esperábamos a cambio, falló. Nos rendimos ese pacto, y fuimos estafados. No hay un lugar para cada uno, no existen para cada uno los mismos derechos, no todos tienen un techo o comida. No todos somos ciudadanos de la misma categoría. No todos deben huir, naufragar y perder a sus familias buscando un lugar en el mundo.

Dentro del orden, la naturaleza comienza a revelar su instinto de sobrevivencia,  deja de creer en que es posible que el orden, basado en la productividad se traduzca en justicia o en igualdad,  en respeto o en dignidad, porque la evidencia dice que se manifiesta en guerras, terrorismo, delincuencia, vandalismo. Nos desbordamos. Todos esos síntomas son desbordes. El desborde alimenta al desborde y así nos vamos.

La locura que genera el caos del orden impuesto nos enloquece.

No hay otra posibilidad para la especie que rebelarse frente a ese pacto de la productividad. Para llegar a un nuevo pacto social, es necesario acceder al desborde, rebelarnos, pero no con violencia.

Para que un torrente de rabia se apodere de un cerebro y lo convierta en una máquina monstruosa, debe haber habido una serie de constante violencia programando al instinto para generar más violencia. Esa supra-violencia proviene de ese pacto que firmamos. De la ley de la oferta y la demanda, del mercantilismo que se traspasa hasta los ámbitos más íntimos, del consumo y la especulación, de los grandes capitales acumulativos, del enriquecimiento desbordado.

Y eso lo podemos cambiar.

Ese caos, no se resuelve en el caos mismo. Es necesario que nos desprogramemos y nos programemos de nuevo para otra forma de relaciones, para otro pacto social. Y no es legítimo haciéndolo desde la violencia. Hay que crear nuevas formas de relación para re-establecer vínculos que nos provean de un orden que sí nos asegure –con lealtad- que tendremos un lugar en el mundo. Porque es lo que de verdad queremos. Porque es lo que necesitamos. Si nos rebelamos a ese pacto y comenzamos a establecer nuevos pactos basados en la justicia, vamos fracturando el sistema paso a paso.

Para que el desborde sea un desborde creativo. Para que la adversidad no se convierta en rabia. Para que el grito, no termine en sangre. Para que no deban morir algunos para que otros sobrevivan. Para ser locos lindos construyendo nuevas relaciones que sirvan para un orden distinto.

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