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Hay dos textos centrales que se refieren tanto a la construcción teórica de Cultura y de las políticas estatales en este campo, como a la evaluación de la situación de la cultura y de los actores culturales, a saber, los documentos “Política Cultural 2011-2016 del Consejo Nacional De La Cultura Y Las Artes” y “El Escenario del Trabajador Cultural en Chile, Publicación Proyecto Trama/Observatorio Políticas Culturales 2014”.  Como primer paso para repensar la concepción de cultura que se promueve desde el Estado como políticas, es necesario al menos leerlos, analizarlos, y notar la brecha entre los principios orientadores públicos y los resultados del Informe TRAMA.

Como segundo paso evidenciar sucintamente que el derrotero teórico de la política cultural pública, a saber, la subsidiariedad del Estado y  la preeminencia del mercado con sus agentes privados e intermedios, es el que subyace en todo el entramado y planificación pública del Arte y la Cultura en Chile desde hace 42 años hasta el día de hoy.

i Política Cultural del Estado (1)

Teniendo en cuenta los marcos de acción que la ley establece para el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, la Política Cultural se articula en torno al que denominan “el eje de creación artística, patrimonio cultural y participación ciudadana”.

En este escenario, las industrias culturales, como estrategias de desarrollo basadas en la protección y fomento de la economía vinculada al arte y las expresiones culturales, (…) tienen un papel importante en la creación de contenidos, en el fortalecimiento de las identidades locales y en la difusión internacional de los imaginarios que queremos proyectar como país. Así en los OBJETIVOS, PROPÓSITOS Y ESTRATEGIAS del Consejo, se plantea explícitamente “Visibilizar y fomentar las industrias culturales como motor de desarrollo”.

ii Situación de los trabajadores de la cultura (2)

De acuerdo al Catastro de Trabajadores de la Cultura realizado por el Informe Trama, un 63,5% de los encuestados se reconoce como artistas. En segundo lugar se encuentran los intermediarios, con un 25,0%, y por último, los técnicos con el 11,5%. La mayoría de los trabajadores de la cultura en Chile se clasifica como trabajador independiente o por cuenta propia (56,6%). Le siguen los que se desempeñan como asalariados del sector privado (19,7%) y los que son asalariados del sector público (14,1%).

La gran mayoría de los trabajadores de la cultura dedican la totalidad o gran parte de su tiempo a sus actividades artísticas, en un 70,2%. Entre el 45% y el 50% se dedican exclusivamente a su labor artística. Sin embargo el actor principal del “trabajador cultural” que no es sino el artista,  sólo logra en un 50% obtener del trabajo artístico el total de su ingreso, por lo que deben recurrir a otras fuentes para obtener un mejor sueldo, obteniendo en promedio unos $590.000. Un 28% de los “trabajadores culturales” es decir un 18,22% de los artistas, no recibe ninguna remuneración.

iii Caracterización de las empresas del sector cultural (3)

Durante el año 2011 de las empresas culturales el 88,5% presentó ventas, lo que equivale a una cantidad de 7.625. El 78,5% de ellas tienen un tamaño de microempresas; un 17,7% son empresas pequeñas; 2,4% son empresas medianas; y el 1,4% son empresas de gran tamaño. En el Focus Group Empleadores de la Cultura, Región Metropolitana, muchos de los participantes plantearon idea del siguiente tipo:

“Las Pymes o los independientes de la cultura son los que financian realmente la cultura del país. Pero nos tratan como si fuésemos cualquier empresa de lucro, cuando la gran mayoría no lo somos […] Lo único que podemos esperar es autofinanciarnos. ¡Es una locura!, pero lo hacemos de todas maneras a pesar de no tener ningún derecho impositivo diferente a las otras empresas, a las grandes empresas. Al contrario, uno ve como descuentan por cultura”

iv Institucionalidad cultural y financiamiento (4)

Respecto a las herramientas de fomento que utiliza la institucionalidad cultural chilena, estas consisten principalmente en fondos concursables. En el caso del CNCA, este organismo destina  el 34,3% de su presupuesto anual a sus cinco fondos concursables más importantes: el fondart Nacional, fondart Regional, fondo Audiovisual, fondo del Libro y fondo de la Música.

El mismo Consejo sólo financia en una proporción del 20% del total de proyectos presentados a los distintos fondos, es decir del orden de 700 proyectos, si suponemos que estos en una proporción del 63% pertenecen a artistas, y que en general son proyectos individuales, hablamos de 450 proyectos aproximadamente. Así tenemos a lo sumo un total de 450 artistas beneficiados de un total de 30.480 según la proporción sacada desde la ficha metodológica del Informe Trama, es decir al 1,44% de total de artistas de Chile. Si consideramos el total de fondos públicos, éstos han cubierto a un 30% de los artistas el último año, es decir a  un total de 9.144, incluidos los 450 de los fondos de CNCA.

v Conclusiones sobre la brecha entre las políticas estatales y la realidad cultural

La brecha entre los principios de la Política Cultural estatal y los resultados que informa Trama, es clara. Más aún, yo diría que los resultados del Informe demuestran el fracaso sistemático de la política cultural chilena. Se afirma en los documentos del CNCA que “el eje de la promoción, de la creación, y difusión de las actividades artísticas y culturales contribuye decisivamente al desarrollo de las personas y al fortalecimiento de una ciudadanía cultural” y sin embargo y en primer lugar, los actores principales del desarrollo de las artes, que son los creadores, están en una situación de franca precariedad y sin estrategias individuales y asociativas efectivas.

Más aún, el Informe del Consejo en una afirmación carente de toda lógica, plantea en sus objetivos a las industriales culturales como el motor del desarrollo, como si estas instituciones privadas no fuesen sino la distribución y comercialización de obras de artistas, por decirlo, pre-existentes. Pero el voluntarismo de la idea se reafirma al observar el capítulo de la Caracterización de las empresas del sector cultural de Trama. Del total de empresas un 78,5% de ellas tienen un tamaño de microempresas, que lo único que pueden esperar es a autofinanciarse. Es decir las políticas estatales priorizan teóricamente unidades económicas que no están en condiciones de serlo y que como lo prueba su realidad, no han sido apoyadas desde una perspectiva del fomento estatal con préstamos,  subvenciones y/o focalizaciones de gasto, o al menos con exenciones tributarias, y si lo han sido, por la misma situación en que se encuentra la mayoría de éstas, la política de fomento no ha funcionado.

Así, en Chile tenemos artistas precarios y empresas culturales precarias, y un Estado Asistencialista y no de Fomento, que asigna recursos muy escasos a un segmento minoritario de trabajadores de la cultura, del orden del 36%, a un segmento aún  menor de artistas o creadores, del orden del 30%. O para grandes o medianas organizaciones culturales estatales y privadas, es decir corporaciones o que no requieren fondos como en el caso de las grandes empresas privadas o que requieren una asignación directa del estado como en el caso de las grandes organizaciones públicas, tal como está consignado en el Informe Trama en el capítulo institucionalidad cultural y financiamiento.

Arpillera de Violeta Parra
Arpillera de Violeta Parra

Algunos elementos teóricos y conclusiones finales

Trabajo productivo, improductivo y producción artística (5)

Según un análisis de José María Duran sobre Marx y la producción artística, es muy claro que en el sistema de mercado se puede hacer la distinción entre trabajo productivo e improductivo. El primero productor de plusvalía, es decir sujeto a la ampliación del capital y a la ganancia y el segundo que no genera dicha ampliación y ganancia. Se desprende del análisis que los artistas a lo sumo podrían llegar a ser productivos, si su trabajo de valor amplia el capital y genera ganancia para las empresas, y si a su vez  son asalariado de una unidad económica.

Por ejemplo un escritor que trabaja en sus obras y que invierte su propio dinero y/o tiempo esperando una oportunidad de edición, es un trabajador improductivo, no asalariado y cuando vende su obra u original obtiene un ingreso pero no como finalidad de obtener un salario, sino como distribución y venta de la obra en cuestión ya escrita. Que el editor obtenga ganancias, no modifica nada, pues la editorial no compra directamente la capacidad de trabajo del escritor. En esta misma lógica, el arte nunca es productivo, pues no está orientado a crear productos exteriores al arte mismo, sino que es la expresión de la voluntad e ideas del autor, que son inexpropiables. El artista es autónomo, propietario de su propio trabajo, al menos hasta el momento en que lo vende, y no  un trabajador productivo “que permite que hagan uso de él” como mercancía.

Al respecto, está claro que la mayoría de las empresas culturales en Chile, un 75%, no generan utilidades. Por otra parte los artistas son en su mayor parte trabajadores por cuenta propia.

Disfunción entre utilidad de la comunidad artística e ingresos del artista (6)

Finalmente y en un texto contemporáneo, Nilo Casares en “Plusvalía y género Artístico”, plantea el encarecimiento de los procesos de producción artística a los que les ha conducido nuestro clima de época, donde se observa el incremento de los gastos y la desaparición de la posibilidad de ingresos. Y plantea “Así es imposible ser artista, debe corregirse esta disfunción, porque mientras todos los miembros de la comunidad artística se están lucrando –bien por el disfrute de las obras (el espectador), bien por su explotación publicitaria o comercial (la institución que inserta su logotipo o cede un espacio que saldrá en prensa) – al artista se le niega el pago de una cantidad compensatoria de sus esfuerzos y dispendios”.

En el caso de Chile, los artistas en su actividad sistemática de producción de obras no reciben una cantidad compensatoria del Estado de sus esfuerzos y dispendios, sino sólo vía concursos, y efectivamente algunas empresas privadas, especialmente las medianas y grandes, que no son más que el 3,8% del total, pueden obtener utilidades que por su naturaleza no las reparten con el artista. Es sintomático en el caso de los artistas visuales en Chile, que deben pagar por exponer en grandes galerías y así esperar una probable venta directa al público consumidor. O el caso de los escritores que traspasan recursos públicos ganados en concursos, o propios, a editoriales-imprentas, para ser publicados.

Conclusiones finales

Según el principio de subsidiariedad, el Estado no puede hacer suya ninguna de las funciones para cuya realización los individuos dispongan de las capacidades necesarias.  “El Estado se estructura para cumplir aquellas funciones que los particulares no pueden realizar adecuadamente, y no para absorber lo que éstos pueden llevar a cabo” (7).

No definir la cultura nacional y de las comunidades como función estatal o estratégica es justamente asumir el principio de subsidiariedad del Estado, donde efectivamente los individuos y los llamados cuerpos intermedios (“que, por ser mayores que la familia pero menores que el Estado, se denominan sociedades intermedias”) (8), pueden y deben ser los motores de la cultura, donde los fondos públicos son un mero coadyuvante de los verdaderos actores culturales.

Pero acá el problema principal se genera tanto por sus resultados, como por la mala conceptualización del carácter económico del artista y de los emprendimientos culturales, ya suficientemente explicada. Por ello el promover sólo discursivamente industrias culturales como motor de desarrollo pero en la práctica no tener políticas de fomento fuertes , y colocar a los artistas en un entorno de concursabilidad limitada, han sido políticas erradas, no han constituido circuitos virtuosos, sino que han generado pobreza y exclusión de la inmensa mayoría de los artistas y de las mismas unidades productivas, y sólo han terminado a lo sumo, siendo un subsidio directo a una franja de artistas-clientela capaces de concursar y ganar, o para grandes o medianas organizaciones culturales estatales o privadas, que son un segmento también muy limitado.

Dicho todo esto, es justamente en un sistema de mercado o de economía mixta, donde se requiere sobretodo de un Estado que invierta directamente en la formación y reproducción parcial del artista y en los costos de la producción de sus obras. Y que invierta en empresas estatales de la cultura que masifiquen la producción, distribución y ventas de obras a la ciudadanía, especialmente a aquella que no puede por su situación económica y de exclusión, consumir arte. Sólo así será posible comenzar a romper el discurso teórico subsidiario, hoy travestido de progresismo, que ha generado y profundizado tanto la enorme brecha entre una política estatal prescindente y asistencialista y la crítica situación de la realidad cultural, como la pobreza de los artistas y emprendedores culturales.

Notas

(1)  Política Cultural 2011-2016 del Consejo Nacional de la Cultura y de Las Artes
(2,3,4) El Escenario del Trabajador Cultural en Chile, Publicación Proyecto Trama/Observatorio Políticas Culturales 2014.
(5) Sobre le modo de producción de las artes Marx y el trabajo productivo, José María Durán, Freie Universität, Berlín.
(6) Plusvalía y Género Artístico, Nilo Casares.
(7y 8) Guzmán, J. Escritos personales. Santiago, Chile: Zig-Zag. 1993.

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