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Vengo llegando del otro lado del mundo. Del país del respeto, de la pausa entre la multitud, de la oración cotidiana, del arroz y los gatos. Japón te atrapa con el sonar de una campana que anuncia el silencio. Que acompaña la meditación, el alma al desnudo frente a un dios, varios dioses, tu propio dios. Las luces de neón, las pantallas led, Luis Vuitton y Dolce Gabbana conviven con Buda, Kannon y los Bodhisattva que acompañan al Daibutsu en su camino a la iluminación. El verde de los árboles y el agua sagrada que brota desde la tierra profunda purifican a cientos de personas que se dan un tiempo entre sus compras compulsivas para agradecer por el presente, por el aquí y el ahora, por la inevitable impermanencia de la vida.

Te sacas los zapatos y entras en otro plano. Los pies descalzos sienten los surcos en la madera, la veta del tronco, el recorrido de sus grietas. Se acostumbran al tatami, soportan el peso del cuerpo sobre la superficie. Te sumas a la multitud en silencio, te incorporas al mundo de lo divino, de las santas criaturas, te fusionas con el rio, con el árbol, eres uno con la isla sagrada. Los kamis están en todas partes y tú también estás ahí, en ese momento, en ese lugar y en todas partes.

Estás en el viaje.

Viajan contigo tus preceptos y creencias, tus anhelos vacíos, tus verdaderas ganas de ser vida. Dejas de lado la impaciencia, lo mundano. Desaceleras y te fundes en la paz de los templos color anaranjado. Te protege el dios viento y el dios trueno. Vigilan tu camino los zorros bienhechores, el elefante en la cornisa, el tigre mal dibujado en el mural.

Levantas la vista al cielo y el dragón ruge formando eco…eco…eco.

Te lavas las manos, la boca. Aplaudes dos veces, te inclinas frente a tus dioses y te das cuenta que estás ahí, a miles de kilómetros de tu lugar. Sientes que ese es tu lugar, que todos son tu lugar y que no hay un solo lugar.

Te pones los zapatos, te subes al metro. Te bajas en Shibuya, te vas de compras y te compras todo. Todos compran todo y más. Cruzas la calle con cientos de personas, te sientes pequeño y miras al cielo, te rodean los rascacielos con luces y letreros que hablan y se mueven todos a la misma vez.

Se acerca el final.

Armas la maleta, en ella van los templos, tus pies, el Buda, los tigres deformes, las piletas de agua, el viento en los árboles, el tren bala, un Seven Eleven, la señora barriendo, un elefante con pelo, un monje meditando y la Torre de Tokyo.

El viaje sigue después del viaje.

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