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París   es parte del imaginario de todo aventurero, desesperado,  escriba, cinéfilo, bohemio, borracho, siútico, pintorzuelo, celebridad e iconoclasta. Con sus pasiones religiosas, monarquías absolutas, revoluciones, guillotinas, delirios imperiales, contratos sociales, la fascinante Belle époque, el erotismo del idioma, los sabores gourmet y esa canción de Edith Piaf o de Charles Aznavour que siempre se escucha en alguna parte, Paris es uno de los sueños más repetidos del mundo.

Debo aclarar que Paris no era mi sueño personal. Era el del Paula, mi amiga desde los tiempos del colegio. Desde hacía treinta años, ella fantaseaba con la idea de visitar esta luminosa ciudad. Desafortunadamente, ella vivió desafíos  muy diferentes y difíciles. Su sueño se convirtió en un barco en la niebla, siempre lejano y postergado. Décadas más tarde, Paula recibió un regalo inesperado. Su hija le compró un pasaje a Francia. Entonces, ella me invitó a incorporarme a esta aventura de la que tantas veces me había hablado.

Los cafecitos de las esquinas Fotografía de Pilar Clemente
Los cafecitos de las esquinas Fotografía de Pilar Clemente

En la Rue de Chabrol

Nos encontramos en el aeropuerto Charles De Gaulle. Ella llegó desde Santiago, Chile y yo desde Washington D.C. Nos instalamos en un hotelito ubicado en la Rue de Chabrol, cerca de la estación Gare del’Est. Para llegar hasta allí, el taxi nos condujo por  Faubourg Saint Denis, el barrio de los inmigrantes de la India y Pakistán. Los aromas, sonidos y colores nos dieron una oriental bienvenida. Lo primero que hicimos fue  caminar por la avenida Lafayette, colindante al hotel. El atardecer recién sonrojaba las nubes y los cafés se encontraban en plena actividad. Como en los cuadros de Renoir o Degas, todas las mesitas callejeras estaban ocupadas por bulliciosos clientes, quienes conversaban, comían y reían en un relajo difícil de encontrar en Santiago. Nuestros pasos nos llevaron al Teatro Garnier. Las doradas estatuas de la fachada refulgían con los últimos rayos solares. El arquitecto Charles Garnier no solo construyó un edificio único en el mundo por su rebuscado diseño y el presupuesto ilimitado. Su inauguración en 1875 marcó época de lo que fue la entretención y el espectáculo hasta antes del advenimiento del cine y la televisión. Como venía sucediendo desde los tiempos descritos en “La Dama de las Camelias” de Alejandro Dumas (hijo), la ópera y el ballet eran el marco musical para engalanar la realidad de los palcos, butacas, salones y foyers. De esta forma, Garnier fue generoso en escaleras, estatuas, rincones, espejos lámparas y  toda una lujosa escenografía para que los espectadores pudieran ver y ser vistos. Me imaginé a las familias pudientes de París asistiendo cada fin de semana al teatro para recibir amigos, degustar finezas, comparar nuevas modas, iniciar romances y criticar a las  “Margaritas Gautier”, las cortesanas o bailarinas mantenidas por secretos caballeros.  Me pareció ver antiguas damas enviando mensajes con sus abanicos a los “Armando Duval”, mientras los hombres maduros urdían algún plan político en el salón del Sol o de la Luna. En 1910, cuando el cine amenazó con reemplazar este estilo de vida,  la novela “El Fantasma de la Opera” de Gastón Leroux revitalizó el teatro y un nuevo público llegó en busca de espíritus tras las bambalinas.   Desde los 60’ en adelante, los foyers en los teatros del mundo se fueron simplificando  con alfombras acrílicas, luces de neón afiches de cartón, plásticos y aroma a mantequilla o hot dogs. Hoy, las nuevas tecnologías del cable y la internet trasladaron la entretención al domicilio. En el cercano futuro, se cree que la ópera, el ballet, los conciertos y el cine terminarán como experiencia individual, constreñida a la pantalla de cada smatphone o tablet. Dada esta realidad, me sorprendió ver a varias hiperconectadas veinteañeras comprando hermosos abanicos en la tienda del vestíbulo. Al parecer, las mujeres de ayer y de hoy sentimos el mismo encanto frente a esta dorada atmósfera congelada en el tiempo.

Escaleras de mármol en el Teatro Garnier Fotografía de Pilar Clemente
Escaleras de mármol en el Teatro Garnier Fotografía de Pilar Clemente

El sentido de lo perdurable

En el Museo Carnavalet, donde diversas pinturas y decoraciones exhiben la historia de Paris, me llamó la atención una tela de inicios del siglo XIX, donde figura la Fuente de los Inocentes. El hecho de encontrarnos con esa misma fuente en lo que hoy es el Centro Pompidou me hizo pensar en el sentido de lo perdurable que tiene la ciudad.  Era “raro” ver a tantos parisinos mojándose los pies en una fuente construida en 1550. Sospecho que es fácil imaginar que un gran edificio pueda perdurar, pero no un pequeño detalle urbano. Es así como se palpa la habilidad francesa de convivir con la arquitectura de centurias, sin dejar de lado la modernidad. De hecho, en la zona llamada “La Défense” se están construyendo rascacielos de cristal. Pensé en el afán que tenemos ciertos países latinoamericanos de demolerlo todo en aras de un dudoso progreso. Basta recordar cómo las autoridades Santiaguinas de 1888 optaron por derribar el puente de Cal y Canto, cuando el río Mapocho destruyó uno de sus arcos. En ese entonces, hubo un gran debate público para rescatar el puente, pues era representativo de la ciudad y del pasado colonial. Justamente, ese fue uno de los argumentos que pesó para dinamitarlo. Se dijo que era parte del “terrible legado colonial”. Bajo ese mismo punto de vista, los franceses deberían haber dinamitado el palacio del Louvre, Versalles y el mausoleo de Napoleón, pues representan “el terrible legado de las monarquías y del sangriento imperio”. Nótese a favor de los santiaguinos, que durante muchos años el Colegio de Arquitectos mantuvo al Puente de Cal y Canto como insignia; símbolo de la vergüenza por la pérdida de uno de los principales patrimonios de la ciudad. Y mejor no contemos cuántos monumentos y edificios se han derribado a lo largo de Chile.

Fuente de los inocentes. Pintado a principios del siglo XIX. Museo Carnavalet.
Fuente de los inocentes. Pintado a principios del siglo XIX. Museo Carnavalet.

Esos palacios, esa realeza…

Aunque la tabla de la Constitución y de los Derechos del Hombre ocupan una pared del museo Carnavalet, la mejor consciencia sobre lo que es la democracia la viven las  multitudes que repletan los antiguos palacios de la monarquía. Nosotros somos la masa que invade todos los días cada rincón del Louvre, de Versalles o de la Saint Chapelle (ex capilla privada del rey Luis IX). Entonces se entiende el avance social, desde Enrique IV de Navarra, llamado “el rey bueno” por su política de “un pollo en la mesa de cada siervo, cada domingo”, hasta los dramas de la revolución de 1789, más los imperios y repúblicas posteriores. Eventos que en algún momento se volvieron en contra de sus gestores. De hecho, algunos de los rebeldes terminaron en la Conciergerie, la misma cárcel donde estuvo Maria Antonieta esperando su decapitación. De esta forma, que hoy las multitudes se den el gusto de caminar por los que fueron sagrados recintos reales no es algo “normal y tranquilo”, sino que fue el fruto de increíbles luchas político-sociales. Sin embargo, nada es tan perfecto. Una nueva aristocracia ha reemplazado a la antigua. Ya no son monarcas, aunque se codean con las pocas familias de la realeza que quedan en Europa. Hablamos de billonarios que no se suman a las masas. Sencillamente, ellos arriendan los monumentos para fiestas particulares. Pero no es esta actividad la que atrae la imaginación quienes “comen pan y no tortas”, sino el ritual que ellos realizan en los grandes templos de la moda, cuyos “espacios” ocupan la zona de las embajadas en los Champs Elysées. Solo quienes tienen poder adquisitivo son recibidos, previa cita, en las lujosas tiendas de Cartier, Chanel, Dior, Dolce-Gabanna, Armani, Galliano, Versace, Valentino y otros hitos de la alta costura. En un gesto democrático muy parisino, varias de estas marcas tienen su “outlet” en las Galerías Lafayette, donde los simples mortales pueden conseguir “ofertas” de 150 Euros hacia arriba. Afortunadamente, en cada barrio siempre hay boulangeries, verdulerías, florerías y delicadas tiendas como “Mariage frédes”, la cual desde 1850 ofrece más de 300 variedades de té. Buscar estos tesoros es sentirse como el personaje “Amélie”, en la película “Le fabuleux destin d’ Amélie Poulain” de Jean Pierre Jeunet.

Mariage Fredes, la más Antigua tienda y salón de té en el barrio Le Marais Fotografía de Pilar Clemente
Mariage Fredes, la más Antigua tienda y salón de té en el barrio Le Marais Fotografía de Pilar Clemente

Ellas y ellos en Paris

Aunque los hombres también se preocupan por su apariencia, son las parisinas las que llevan la batuta. Con pequeños detalles, marcan su personalidad. Preocupadas por la moda y el intelecto, de acuerdo al libro “How to be Parisian” escrito a modo de manifiesto por cuatro escritoras francesas, ellas se definen como la mezcla de las tres famosas “Simone” que han dejado huella en el país: Simone de Beauvoir, Simone Veil y Simone Signoret. La primera, por la importancia de crear una identidad propia a pesar de estar casada con un compañero del mismo peso intelectual, como Jean Paul Sartre. La segunda Simone refleja el espíritu combativo de los derechos reproductivos femeninos en los ’70 y la tercera Simone es la actriz, enamorada eternamente del galán Yves Montand, el mismo que la engañó con Marilyn Monroe. Cual Penélope, ella esperó en silencio el regreso de su amor, con el cual hoy reposa para siempre en el cementerio Pere Lechaise. No sabemos si los varones habrán escrito su manifiesto, pero es seguro que se adjudicarán las virtudes del mosquetero D’Artagnan, en su afán por rescatar a reinas en peligro. Incluirán las dotes del actor Alain Delon, como emblema del galán incuestionable y por supuesto, se sentirán inspirados por Sartre. Un francés que no ama la filosofía (y los zapatos caros), no es parisino. Nótese que esta pasión también se dio en el pasado dentro del campo religioso. San Luis, el santo de la ciudad, era nada menos que el rey Luis IX, quien no solo recuperó la corona de Cristo, que hoy se encuentra en Notre Dame, sino que se declaró sin tapujos el continuador de los bíblicos reyes David y Salomón. Esta locura mística acabó con su vida en las Cruzadas. La patrona de la ciudad es Santa Genoveva, venerada por defender Paris de los bárbaros Hunos. Los restos de la santa reposaron por algunos años en el Panteón hasta que, según el decir popular, Víctor Hugo expulsó a Dios del templo. En 1885 los funerales del escritor y político fueron tan apoteósicos, tan llorados y sentidos, que desde esa fecha el Panteón se constituyó en el gran mausoleo laico donde se rinde tributo a los franceses destacados de ayer y de hoy. En varios puntos de la ciudad, desde sus altares,  San Luis y Santa Genoveva observan sonrientes a los enamorados que van a colgar candados y llaves en los puentes del Sena, lugares donde los corazones se encadenan o se rompen. Ellos y ellas sufren o gozan por la fuerza del amor.

Librería Shakespeare y compañía Fotografía de Pilar Clemente
Librería Shakespeare y compañía Fotografía de Pilar Clemente

Como “Medianoche en París”

Es difícil no sentirse en una novelas o en un filme al pasear bajo la torre Eiffel. Por ejemplo, “Medianoche en París” de Woody Allen, la cual rinde tributo a tantos escritores y artistas que dieron fama a la bohemia de los años ’20. El acento literario se observa en cada esquina. Cerca de la Conciergerie  los turistas se detienen en la librería “Shakespeare y Compañía”, ícono de muchas cintas y de la llamada Generación Beat de los 60’. En ella, siempre hay un dormitorio y una máquina de escribir esperando a cualquier literato sin alojamiento. En el boulevard Saint Michel proliferan también las librerías en varios idiomas. Nombres como “Descartes”, “Voltaire” o los personajes de “El jorobado de Notre Dame” de Víctor Hugo, se repiten en tiendas y cafés. Por supuesto, hay rutas completas  en Saint Germain o en el cementerio Pere Lachaise para seguir itinerarios donde vivieron, realizaron sus obras o descansan muchos artistas, actores y políticos. Paula y yo nos tomamos la clásica foto bajo el departamento donde residió Hemingway, ubicado en el 74 de la Rue Cardinal Lemoine, y otra, en el muro donde está esculpido el poema “El barco ebrio” de Rimbaud, en los jardines de Luxemburgo. Pensé que esta clase de muros, con literatura o arte, debiera reemplazar a esos horribles muros destinados a separar a países y personas.

Grafitti morir de amor Fotografía de Pilar Clemente
Grafitti morir de amor Fotografía de Pilar Clemente

¿Cómo decir adiós?

Despedirse de la ciudad hace plantearse varias cosas. Por ejemplo, aunque se ven muchas parejas mixtas, de diversas razas o gays, igual existen algunos temores en relación al aumento de los inmigrantes africanos, los ilegales y musulmanes, a quienes se los ve en  las calles vendiendo torrecitas Eiffel. Cada cierto tiempo corren y se trasladan ante la llegada de la policía. También se observa presencia militar en algunos puntos urbanos, en especial en el barrio judío y en el aeropuerto. La matanza en la revista “Charlie Hedbo” sigue palpitando. Lo mismo que las protestas de los taxistas en contra de los Uber, sistema de transporte que funciona desde el ciberespacio y que no paga impuestos. Cada mendigo bajo el puente evidencia que ninguna ciudad es capaz de emular al paraíso. Entre fantasía y realidad, verdades y mitos, París invita a pensar en los viejos sueños, en lo que fuimos, lo que no pudimos ser y lo que vendrá.

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