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Es muy tarde ya.  No puedo dormir. Y es que a pesar de que he sido una persona que en su vida ha realizado lo que ama y ha aprendido  a no culpar al entorno por  sus propios actos, es decir  a no quejarme por las dificultades inherentes a mi condición de hombre de letras, no debo dejar de escribir esta carta. Quizás por lo mismo. Porque he tratado de ser un hombre libre. No soy un santo, a menos que se entienda que esos personajes han errado una y otra vez sus pasos y que en su momentánea ceguera no han visto al otro en su condición y humanidad. Pero bien, no lo soy en el sentido más común, de andar  profetizando por los caminos una supuesta perfección.

Y por lo mismo entonces, estas palabras. Estoy angustiado. Estoy asqueado. Estoy perplejo pero no derrumbado, pero no ingenuo. La condición humana nunca me ha sido lejana, como para creer qué los demás no se caen, pues nada de lo que uno hace o deja de hacer es exclusividad de uno mismo. Pero estoy golpeado. Y no voy a decir que este escrito no tiene influencias, sí las tiene y que bueno que así sea. No somos tampoco inventores de la nueva vida, acaso meramente,  buenos o malos cronistas de un pasado que en nuestro caso, no fue mejor.

Pertenezco a  la generación de los 80’ lo que  no es garantía de algo cuando se refiere precisamente a los actos del presente, si no se recuerdan y se plasman en el propio cuerpo las historias y las experiencias del pasado.  Soy de los mal llamados “hijos de Pinochet”, mal, muy mal nombrados pues si hubiésemos tenido que bautizarnos nosotros mismos, seguramente nos habríamos observado como  los hijos más pequeños de la república muerta. Como sea, hijos de la dictadura. A décadas, es tan difícil emocionar y hacer vivir lo que fue nuestra lucha y sufrimiento en aquellos que no la conocieron.

“Cuando sales de tu casa con tus cuatro generales
cuando subes a tu auto, cuando pasas por las calles
las miradas de la gente, se transforman y se encienden
se encabritan, se endurecen, las miradas de la gente
y en los pechos de la gente se alborotan las palabras,
nadie grita, nadie habla, todos callan simplemente”.

Los que recordamos  y tratamos de un modo u otro de ser fieles a nosotros mismos,  y a lo que vivimos no sólo como individuos sino unidos casi como un solo cuerpo por la misma esperanza, sabemos que Chile no se merece esta decadencia y putrefacción. Los chilenos y chilenos no se la merecen, ni los muertos ni los vivos, ni los que nacerán mañana. No. No. No nos merecemos esto. Fue tan brutal el pasado reciente, fue tan descarnadamente cruel la larga noche de la matanza,  que lo que nos sucede no tiene justificación ni explicación alguna. No ha lugar a la racionalización.

Y aunque los ladrones y los corruptos han existido siempre,  y aquellos que se aprovechan de sus actividades públicas para meramente  preservar sus intereses particulares han hecho nata en distintos períodos, me atrevo a decir que  jamás en nuestra historia se había observado que los que combatieron ayer contra un dictador, se beneficiasen de su dinero obtenido  justamente por y desde  el martirio de nuestros propios hermanos.

Porque así es,  y no se trate de maquillar esto, que al hacerlo más hedor se junta bajo la pintura húmeda y descascarada de los delincuentes, de los que perdieron toda decencia, de quienes no tuvieron durante décadas empatía alguna con la historia de las comunidades, de nosotros mismos como seres humanos comunes y corrientes, que equivocados o no, hemos tratado de reconstruir nuestra patria malherida.

“Cuando sales de tu casa con tus cuatro generales
cuando subes a tu auto, cuando pasas por las calles
las miradas de las viudas, de los jóvenes cesantes
de los padres sin sus hijos, de los hijos sin sus padres,
todos miran como pasan esos cuatro generales,
todos callan simplemente, nadie grite y nadie hable”.

Pues de eso hablamos, de una comunidad traumada, golpeada, sacrificada en nombre del dinero, que hoy sin las armas en la nuca, o amarrados en  la parrilla o detenidos en los campos de concentración, hemos vuelto a ser nuevamente maltratados, negados en nombre del mismo vil dinero del tirano, ahora en manos de quienes nos machacaron una y otra vez sus convicciones, sus sueños floreados, sus maravillas de un país para todos.

Tengo pena, y no quiero hacer de este texto una proclama, lo transformaría en algo tan poco creíble y superficial como las mismas proclamas de aquellos que se han enseñoreado en los poderes para enriquecerse con las monedas manchadas con la sangre del degollado. Lo que no pudo el fusil en sus cuerpos, el exilio y el escarnio, si lo ha podido hacer el capital bajo la sonrisa burlona y ordinaria del yerno del mayor asesino conocido.

Muchos de mi generación no olvidamos y no olvidaremos nunca el dolor y lo infligido a nosotros y  a quienes pudimos amar y aún amamos, los hayamos conocido  o no, estén o no entre nosotros. No olvidamos y no olvidaremos nunca, jamás, como tampoco que fuimos capaces de ponernos de pie  y ofrendar  muy jóvenes nuestra vida cotidiana al servicio de Chile, no para convertirnos en ricos y poderosos, o en castas burlonas, sino para hacer de este país, un enorme lugar más bello, más vivo, más culto, y pletórico  de esa lejana solidaridad y amor que como sombra chinesca,  hoy  nos pena como ánimas de día oscuro.

“Cuando sales de tu casa con tus cuatro generales
cuando subas a tu auto, cuando pases por las calles
ese hombre que te mira, enseñaba en una escuela,
esa joven que te mira, trabajaba de enfermera;
todos miran y en sus ojos hay un puño enardecido,
hay un llanto, hay un recuerdo, hay un ejército escondido”. (1)

(1) Cuando sales de tu casa, Quilapayún, del disco Le marche et le drapeau, 1977.

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2 Comentarios sobre “La patria malherida

  1. Como Magdalena hay que seguir a pesar de todo,no todo ha sido asesinado,si no conservamos la esperanza…significa que ellos han triunfado

  2. Todas las lagrimas. Seguimos buscando y luchando para que nuestra esperanza no muera , seguiremos irremediablemente creyentes a pesar de todo. Un abrazo.

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