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1. Amarás a la verdad sobre todas las cosas.

La verdad no solo puede residir en el lenguaje, sino sobre todo en el pensamiento. Y éste se nutre, a su vez, de una observación rigurosa que debe incluir distintos puntos de vista. Amar la verdad es atenerse a los hechos, situarlos en contexto y transmitirlos a través de canales que no la distorsionen.

2. No hablarás en vano… y escucharás.

Desde la aceptación de que el lenguaje produce acción, crea realidad, la acción de comunicar debe ser consciente y responsable. La generación de ruido no solo dificulta el proceso de comunicación propio, sino también el de los demás. Se debe hablar cuando hay algo que decir, eludir el cotilleo y formalizar en lo posible un proceso que, no obstante, también se alimenta de conversaciones informales. Más importante incluso que emitir es escuchar, ponerse en el lugar del otro, entenderlo y generar empatía. Escuchar no es lado pasivo de la comunicación.

3. Santificarás las conversaciones.

Frente a interpretaciones dicotómicas del proceso de comunicación, la conversación se alza como el territorio legítimo para el intercambio de mensajes y emociones. La comunicación debe estar dirigida a la creación de conversaciones en las que las partes se reconozcan mutua legitimidad para consensuar intereses.

4. Honrarás a los valores sociales y a tus principios deontológicos.

La conversación es el territorio en el que se genera el consenso. A partir de él la comunidad crea estándares para medir los valores y establecer así referencias de conducta. Dado que la comunicación contribuye a la creación de tales estándares, ha de estar sujeta a sólidos principios deontológicos porque trabaja en las raíces profundas de la convivencia.

5. No matarás el contexto.

El entendimiento del contexto es a menudo más relevante que la propia noticia. En ocasiones el contexto es el principal mensaje. El comunicador debe crear las condiciones para que el interlocutor conozca sus inquietudes y se reconozca o no en ellas. El contexto es hoy tan global como local y tan colectivo como individual.

6. No cometerás actos impuros.

Mezclar hechos y juicios es un acto impuro. Disfrazar la publicidad de información es otro acto impuro e impropio del buen comunicador. Es verdad que las barreras entre la comunicación y el marketing se están desdibujando, pero también lo es que tenemos a nuestro alcance un número cada vez mayor de canales para establecer diálogos directos y sinceros con los grupos de interés. No es verdad que “quien hizo la ley hizo la trampa”, sino que aquellos que son tramposos quieren con frecuencia legitimar su comportamiento cambiando la ley.

7.  No robarás las ideas de otros.

La creatividad es una de las habilidades más valiosas del comunicador. Robar la de otro es uno de los pecados más graves. El comunicador debe proteger la propiedad intelectual. La creatividad ajena es, no obstante, fuente de inspiración. De hecho, las ideas más poderosas son aquellas que dan respuesta a inquietudes colectivas y, por lo tanto, tienen una dimensión comunitaria.

8. No darás falsos testimonios ni versiones amputadas.

Toda versión es interesada y aún así tendrá legitimidad si el autor es conocido y formula con transparencia el objetivo de su comunicación. En un mundo sometido a permanente escrutinio la mentira acaba aflorando y entonces se vuelve contra la verdad de ayer, de hoy y de mañana. El testimonio, como las opiniones, enriquece el proceso de comunicación cuando está fundado. Por el contrario, el falso testimonio y las versiones espurias destruyen la confianza.

9. No consentirás pensamientos ni deseos para engañar o engañarte.

La verdad tiene su origen en uno mismo. Cada organización debe mirarse al espejo y reconocerse en sus atractivos, pero, sobre todo, en sus imperfecciones. Las personas más mentirosas son las que se mienten más a sí mismas. El engaño es una renuncia a la mejora, un atajo que se recorre entre espinos y que, más temprano que tarde, conduce a un desgarro en la reputación.

10. No codiciarás los relatos ajenos.

El relato es una forma de construir un contexto colectivo que aúna intenciones, inquietudes y motivaciones. La narrativa transforma los hechos en emociones y éstas, a su vez, en percepciones y actitudes. El comunicador tiene la suprema obligación de construir el relato de su organización a partir de hechos, emociones y sentimientos propios. Un relato basado exclusivamente en los movimientos del líder tendrá una vida corta. Sin embargo, una historia que logre integrar las acciones de cada uno de los miembros de la organización multiplicará no solo su esperanza de vida, sino también su alcance. Cada cual en su relato y la verdad en el de todos.

Todos estos mandamientos se resumen en uno: “Amarás a la verdad sobre todas las cosas y a la del prójimo como a la tuya propia”.

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