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Si el Marco Curricular y las Bases Curriculares siguen siendo medidos por el SIMCE y la PSU, las escuelas y los liceos seguirán aprisionando los saberes de los niños y de los jóvenes en la memorización de corto alcance y promoviendo la bulimia de los aprendizajes: tragar y tragar para vomitar en las pruebas y luego olvidar.

Si las versiones actualizadas del Marco de la Buena Enseñanza y del Marco de la Buena Dirección, no son orientadores del quehacer pedagógico y del liderazgo educativo y sólo sirven para medir a los profesores y a los directivos en su desempeño. Estos tendrán un valor acotado, restrictivo y no educativo. Y si además, la gestión de la escuela será medida en un 67% por los resultados del SIMCE, estaremos frente a crónicas de muchas “muertes anunciadas”.

Si el Marco Curricular, las Bases Curriculares y los Marcos, están centralizados en la enseñanza y en la memorización o “la retención de contenidos”  y no en los estilos de aprendizajes de cada niño y niña y joven, en sus ritmos y en las condiciones favorable para el aprendizaje, la emocionalidad y la experimentación estarán ausentes y la razón de existir de la escuela seguirá deambulando.

Por eso, con todo respeto, es justo y necesario, valorar lo que hoy se está legislando, sobre la inclusividad, después con el nuevo desarrollo profesional docente, específicamente la carrera docente, y las condiciones que hagan digna la profesión y luego, el Servicio Nacional de la Educación Pública. Empero, si los cambios estructurales, no van acompañado con el repensar el curriculum, desde el siglo en qué vivimos y el cómo aprenden los niños y niñas de hoy, e intentando resituar el rol de la escuela y de los docentes, todo se podría enmarcar en un buen intento y probablemente en una nueva frustración. 

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